Crónicas de un soñador Il

Azul y rojo

 

Salió de casa, tenía pensado ir a visitar a su amiga. Caminó por la ruta de siempre, incluso, por la misma acera y cuando pasó por un local se impactó al ver a Gabriel tras un mostrador. Se regresó para asegurarse que no se tratará de una ilusión y no lo fue. Ahí estaba Gabriel con su chaqueta negra y su playera color verde seco. Traía el cabello castaño o rojizo, no podía distinguir el color.

—¿Gabriel?

—¿Sí? —, respondió el ojiazul.

—¿Qué haces tras un mostrador?

—He decidido tener un trabajo mientras estoy aquí. —, sonrió.

—Entiendo. Es buena idea…Nos vemos—, se despidió con la mano y siguió su camino. Se percató que el cielo se oscureció, miró hacia la calle y los autos ya no circulaban, no estaba sola, vio a miembros de protección civil venir de un callejón.  Aquellos individuos caminaban en doble fila. Lo que llamó su atención fue que todos estaban heridos: brazos en cabestrillo, muletas, vendajes, raspones, moratones, puntos; era lo que miraba en sus cuerpos.

Tras ellos iban camionetas de su base, parecía una manifestación contra el municipio. De repente se encontró sola en la calle. Ni siquiera el viento le revolvió el cabello; se cruzó de banqueta porqué escuchó que alguien dijo su nombre. En la esquina había un letrero dónde te señalaban el nombre de las calles que se cruzaban; sintió una fuerza invisible que la empezó a succionar, giró la cabeza y se sorprendió al ver a Gabriel.

Sonreía macabro y sus ojos eran rojos cómo la sangre. Se asustó, de él provenía esa energía que la succionaba. Intentó detenerse aferrando sus manos en el letrero, pero no funcionó, sus pies se elevaron y sintióse cómo una bandera a media hasta que se sacudía con el fuerte viento.

—¿Creíste que te habías salvado? —, dijo el mayor. —Tengo que beber tu sangre y hoy es el día. —Se asustó, él seguía tratando de llevarla hasta sus garras lo que hacía preguntarse: ¿Por qué no la atrapó cuando tuvo la oportunidad? ¿No podía tocarla?

No resistió mucho, sus manos se desgarraron en el poste delgado y de forma cuadrada dónde se sostenía el letrero. Le dolió hasta el alma y no dudó en gritar; no quería ser el alimento de un vampiro.

Gritó y cerró los ojos esperando su muerte. Ya no podía hacer nada pues flotaba en espiral directamente a su agresor. Era inútil pedir ayuda porque no había nadie cerca. Al parecer la criatura había planeado todo. Ya estaba más cerca al vampiro cuando sintió que tomaron su mano fuertemente. Abrió los ojos y era Gabriel.

—¿Pero tú? —Vio atrás y allí estaba.

—Aquí estoy—, dijo.—Ese no soy yo. —La jaló hacía él; sin embargo la joven se resistía.

—Ese no soy yo—, volvió a decir. Era verdad, podía ver sus ojos azules. —No me sueltes. —Ambos flotaban en el aire.

 



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En el texto hay: vampiros, lobos, zombis

Editado: 05.04.2018

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