Crónicas de un soñador Ill

Misión fallida

 

¿Valía la pena esconderse en esa caseta de teléfono que estaba en medio del bosque? Sus acompañantes decían que sí y por eso la habían elegido. Huían de una ciudad peligrosa dominada por un dictador; ellos formaban parte de una rebelión y para escapar de ese lugar lleno de árboles y animales salvajes, debían cortar la electricidad del cuarto de seguridad para que no los vigilaran.

Así pues, esperó la señal; una luz de bengala iluminó el cielo y Lyla, quitó un pedazo de pasto sintético que yacía bajo su cuerpo, encontró una escotilla y la jaló, luego, se adentró al mundo de los ductos de aire que eran cilíndricos.

Mientras se disponía a gatear, escuchaba voces, por lo que se limitó a mitigar su respiración. Encontró un camino de tobogán; no podía creer que el cuarto de vigilancia estuviera a diez metros bajo tierra y además, a kilómetros de distancia de la ciudad.

El tobogán dónde se aventuró llegó a su fin y cayó de pie torciéndose el tobillo, se desplomó en el suelo tratando de no gritar, aunque las voces que hablaban dejaron de hacerlo comenzando a buscar al intruso.

Con el dolor insoportable, punzándole en el pie, empezó arrastrarse por el suelo esperando que la fila de estantes llenos de televisores, la ocultaran; dio gracias porque lo único que iluminaba aquella habitación era la luz de las pantallas.

Lyla ¿Estás ahí?” —Escuchó la voz de su compañera a través del comunicador en su oído.

—Sí, estoy dentro…me escucharon.

— “Bien…—Susurraron del otro lado. —Cuando escuches la explosión, desconecta todo.”

—De acuerdo—, cerró los ojos.

El dolor estaba disminuyendo, esperaba que al levantarse pudiera andar sin problemas.

— “Tienes diez segundos.”

Apretó los dientes. A veces odiaba su complexión, era ideal para adentrarse al mundo desconocido de las misiones suicidas.

La explosión la asustó, aturdió sus oídos y provocó que las cuatro personas que la buscaban, salieran por la puerta. Aparte de todo, la alarma comenzó a sonar.

Se levantó del frío suelo y cojeando llegó al centro de mando, se agachó y desconectó el enchufe de la máquina principal. Viró la cabeza a todos lados para encontrar algo que la llevará al tobogán por dónde llegó.

Observó un estante y lo empujó con todas las fuerzas que disponía; afortunadamente, ese alto estante yacía vacío. Al colocarlo bajo el agujero del tobogán, trepó y buscó la forma de aferrarse al cilindro. Tuvo suerte que sus guantes contenían pequeños puntos de un material que impedía que los objetos dónde colocará las manos se resbalaran; aquello hizo posible su acenso.

—Estoy en el ducto—, dijo.

— “Ten cuidado.”

Fue lo último que escuchó; la comunicación se cortó y ella se perdió en los ductos.

***

Pasó media hora tratado de encontrar la salida y cuando lo hizo, vio un hueco que la condujo al frente de una cabaña enorme con  paredes de cristal. Aún estaba en el bosque y escuchaba cómo corría el río. Observó todo lo que había dentro: la cocina, el comedor, la sala, los sillones rojos, los enormes libreros llenos de libros, las paredes de madera que dividían las habitaciones, las luces encendidas y el cálido fuego de la chimenea.

Se sorprendió por la maravilla de esa casa que no se percató del individuo que estaba dentro. Él la contemplaba, puso sus manos por detrás de la espalda y caminó hasta la puerta.

Lyla en cambio oyó voces tras ella y palideció cuando giró la cabeza. La encontraron y le apuntaban en la cabeza con sus armas.

—Encontramos a una—, informó el agente. —Permiso para matar.

No…no…no—, sintió ganas de vomitar, ya no disponía de tiempo para sacar su arma.

Los odio

Se dejó caer de rodillas al suelo con los brazos en los costados, aunque sacara su pistola iba a morir. Las lágrimas inundaron sus ojos, moriría con un disparo en la cabeza y nadie volvería a saber de ella. Cerró los ojos esperando su final.

—Adiós Eckzahn. —, habló el agente.

—Mátala y no vivirás para contarlo…—Lyla abrió los ojos.

Por una vez más en su vida sintió esperanza. Artemis sonreía mostrando sus colmillos detrás de los sujetos; con la luz de la cabaña pudo ver sus ojos rojos ¿Cuándo tendría de vuelta una vida normal? Desde que conoció a esas criaturas, nada era normal.

—Saben las reglas—, dijo el vampiro. —Todo lo que llega aquí me pertenece…Ustedes me pertenecen…Crean en la leyenda humanos…porque nunca volverán a casa.



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En el texto hay: vampiros, zombies, aventuras

Editado: 14.04.2018

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