Su estómago rugía con fuerza, era un poco molesto, pues había comido no menos de hace una hora. Estaba en un convivio al aire libre, que se convirtió en un desastre total, porque comenzó a llover muy fuerte; las personas corrieron a todas las direcciones buscando refugio. Su mala suerte no podía faltar y nunca encontró un espacio pequeño para cubrirse, tampoco fue la única persona a la cual la lluvia atrapó y despojó de sus zapatos, pues, la corriente del agua, que corría por la calle era muy intensa, y se la llevó cómo si de un río turbio se tratará.
Salió de la corriente gracias a que un individuo alcanzó a tomar su mano y la jaló. No se estaba ahogando, pero, temía impactarse contra algo. Después, agradeció que esa persona le salvó y caminó en dirección a casa, era muy noche. Agotada, con las ropas mojadas y tiritando de frio, aún con los pies ardiendo de hinchazón y cansancio, se dispuso a tomar un pequeño descanso en la banqueta de una calle qué no se inundó. Al estar sentada en la banqueta cerró los ojos, suspiró y deseo encontrarse dinero tirado en la calle para poder comprar de cenar, ya que, no llevaba dinero consigo pues no iba a ser necesario.
Al recuperar un poco las energías para seguir andando, levántose y siguió el camino a casa; en el trayecto se perdió en sus pensamientos hasta que alguien la llamó por su nombre. De noche le tenía miedo a su sombra y cómo le dio pavor saber quién la llamaba apresuró su andar sin mirar atrás.
— ¿Es en serio? ¿Vas a huir así? Ya ni puedes caminar…
— No voltees…no voltees…
— Detente…no quiero mojar mis zapatos.
Lyla se detuvo. Conocía a una persona que haría lo que fuera para no arruinar sus zapatos. Podía arruinar todo lo que trajera encima, pero, si acaba de comprar zapatos no lo haría, aunque estuviera atiborrado de dinero, el cual si tenía.
— ¡Alger! —, gritó. — ¡Alger!
— Hola señorita—, sonrió el mayor. — ¿Qué tal va?
Lyla hizo una mueca, luego, miró su amigo y lo tomó por el brazo derecho.
— ¿Tienes hambre? —, preguntó. — Porque yo sí.
— ¿Dónde vamos a cenar?
— Allá —, Lyla apuntó hacia un carrito ambulante.
Alger al mirar el carrito frunció toda la cara, pero, observó con detenimiento a los sujetos que movían muy rápido las manos, después, vio sus mandiles de color blanco y qué se movían de un lado hacia otro. Lyla, lo jaló para que caminara y, antes de dar un paso más, se aseguró que no hubiera charcos profundos que pudieran mojar sus zapatos, aunque, lo que había dicho a la joven era pura excusa para que volteara.
— ¿Tacos?
— ¡Sí!
— Su olor no me agrada.
— Al diablo el olor… ¡Son deliciosos!
El mayor nunca se enteró que el contenido de aquellos tacos eran tripas, además, Lyla nunca lo mencionó…tenía tanta hambre que iba a comer cualquier tipo de comida que se le pusiera en frente.
Después de aquella deleitosa cena, Alger le prestó el saco a su pequeña amiga, porque comenzó a temblar de frío, y por si fuera poco, la cargó en su espalda cuando se dio cuenta que olvidó qué ella no llevaba calzado. Por suerte, él tenía un coche que estacionó muy cerca de dónde encontró a la joven. Cuando entraron al vehículo Lyla lo miró agotada.
— No me vas a llevar a mi casa ¿verdad?
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Editado: 24.01.2020