Crónicas de un soñador V

Remolino de arena

El sonido de las gaviotas era muy fuerte. Miró al cielo nublado y se percató de la enorme parvada que iba en dirección al este, detuvo su andar para contemplar aquel espectáculo tan increíble y amenazante. Sabía porque las gaviotas volaban hacia esa dirección. Tocó con la palma de su mano las ruinas de un edificio pequeño, se había destruido en partes y lo que estaba a su lado, quedó a la mitad de su cuerpo, aunque si caminaba hacia adelante la estructura iba ascendiendo. Caminó con la esperanza de encontrar a Terry cerca de ahí. Habían quedado de verse a esa hora, miró su reloj de mano que apuntaba las seis en punto.

Cerró el botón de su abrigo y acomodó el calentón que llevaba en su cuello, la temperatura disminuía. Caminó sobre la arena, el mar se veía desde su ubicación, pero, la costa estaba más lejos. Toda esa arena había sido arrastrada por las grandes olas que se originaron después del terremoto. La ciudad por otro lado, se veía deshabitada, destruida y triste. Veía a pocos niños correr de un lado a otro porque jugaban a policías y ladrones, esa pequeña escena le dio la esperanza de qué tal vez todo mejoraría; sin embargo, recordó a las gaviotas.

Siguió con su destino subiendo una colina de arena. Escuchaba el crujido de sus pasos, siempre pensaba en una canción para cantar en su andar y ese día escogió una que le recordara un día como ese: frío, nublado, ventoso y sin ruido. En el punto de reunión que acordó con Terry, observó a una persona inesperada que jugaba con un perro. Saltó de felicidad e intentó correr hasta ella, pero, en ese momento la tierra comenzó a temblar.

Plantó fortísimo los pies en el suelo para no tambalearse, luego, se recargó en la barda que estaba a su lado. Escuchó que dijeron su nombre y se giró. Terry le llamaba, aunque, su hermano yacía en las mismas condiciones que ella, sin poder moverse. Después recordó que podría intentar usar sus habilidades para mantenerse en pie, empero, fue en vano, se tambaleaba de un lado a otro. El temblor pasó y ella cayó de rodillas, se levantó y al instante, un torbellino de arena se formó frente a sus ojos impidiéndole ver a Terry.

La joven comenzó a gritar, pues aquel remolino la absorbía. Esta vez, puso las manos en sus costados y abrió la palma de su mano izquierda intentando mantenerse en tierra con la energía que desprendía de sus manos. Ya había dominado un poco la habilidad gracias a Rhys, le debía tanto, que no sabía cómo pagarle después. Le causaba gracia recordar que ese hombre no quería enseñarle nada y ha sido, quien le ha enseñado muchas cosas que no sabía que podía aprender. Estaba orgullosa.

La misma fuerza del torbellino la impulsaba a irse de espalda, pero, no se dejaba caer al suelo, pues encontró la forma de canalizar la energía de sus manos en la arena que había bajo sus pies, aunque aquella estrategia sólo duró muy poco, porqué no pudo detener su peso con la siniestra mientras la diestra, intentaba desviar el remolino; apretó la mandíbula e imaginó las palabras que Rhys le diría para salir de ese aprieto.

Cuando se vio perdida, se dio cuenta que la persona que jugaba con el perro, estaba abrazándolo para protegerlo y miraba a su dirección. Lyla desesperada gritaba el nombre de esa persona implorando por su ayuda, ya que el remolino ya había girado su cuerpo y la había separado del suelo por los menos un metro, cosa que la alteraba, porque no sabía que habría detrás de aquel remolino de arena. Si se concentraba bien, podía contemplar rayos blancos, violetas y rojos en su interior.

La persona que miraba el espectáculo, dejó al perro por un momento a su lado en la barda dónde estaba sentada, levantó la mano hacia el cielo y gritó palabras que la joven no pudo entender, después, cayó al suelo de sentón y aquel remolino se había convertido en una bola de cristal del tamaño de una pelota de basquetbol, la cual en su interior, podían verse los rayos topar en todo el circulo.

— ¡No dejes que se caiga! —, gritó su salvadora.

Lyla, atrapó la bola en sus manos y sé quemó al contacto gritando y dejando caer la bola sobre la arena, que después flotó en el aire. La fémina tuvo tiempo de cubrirse los oídos, apretó la mandíbula con fuerza por la sorpresa que se había llevado, pues pensó que iba a explotar; sin embargo, la esfera de rayos flotó frente a su abuela que seguía sentada junto a su perro y hablaba con él. Escuchó pasos acercarse tras ella, sólo observó los zapatos de aquel, que no necesito ver hacia arriba para saber de quien se trataba.

— Has hecho todo lo que te enseñé —, habló con una sonrisa en sus labios.

— ¿Qué fue eso? — preguntó con un hilo de voz.

— Un remolino —, el mayor le miró desconcertado con una ceja levantada.

— Lo que había adentro…he sentido lo mismo hace un par de años…Gabriel de ojos rojos me absorbía…pero, esta vez…puede contenerme en el mismo lugar.

Rhys torció los labios. Le ofreció su mano derecha para ayudarle a levantarse de la arena, cuando estuvo de pie, él, le sonrió y ella hizo lo mismo. Terry, por otro lado, se puso a lado de su hermana y miró a Rhys con cierta indiferencia, quién le saludó; por lo tanto, Terry tuvo que contestar sólo por el simple hecho de estar obligado a contestarle. No lo conocía muy bien y no le agradaba.

— Hola.

Terry asintió con la cabeza sin decir más, miró a su hermana de reojo y ella le abrazó, luego, el menor emprendió camino hasta la barda y tomó asiento al lado de su abuela, quien le saludó con un abrazo, así pues, el perro se puso en sus piernas moviendo la cola para que el joven le acariciara el lomo. Lyla volvió su mirada a Rhys y soltó su mano.

— No sabía que podía hacer eso. — Habló refiriéndose a su abuela. Rhys sonrió de medio lado y rio un poco, pues se escuchaba su risa reprimida en la nariz.

— Sabe hacer muchas cosas…— Respondió el mayor.

La joven se cruzó de brazos torciendo los labios, en ese momento, Rhys puso una mano en su espalda y apuntó con la otra mano hacia la bola de cristal con los rayos dentro, ofreciendo su espectáculo.



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En el texto hay: vampiros, lobos, zombis

Editado: 14.07.2020

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