Mimaba al cachorro canino que yacía en sus brazos. La acompañaba Pendragón, la mascota le pertenecía a él. Ambos amigos se encaminaban hacía la casa de Pendragón; nyar, el cachorro peludo, necesitaba tomar su medicamento de inmediato porqué era epiléptico. Lyla bajó al canino para que paseara con libertad delante de ellos; mientras caminaban sobre la acera un estruendo muy molesto, los alertó. Una enorme roca resbaló de algún punto desconocido sobre el pavimento de la calle.
La joven asustada y alerta, alcanzó a coger al perro en sus manos y aventar a su amigo, antes que un beetle volara por los aires a su dirección; el vehículo color azul, pasó sobre su cabeza, sintiendo una brisa fría y espectral acariciar toda la piel de su cuerpo, gritó al percatarse que una pequeña niña con vestido color caqui y zapatos negros de charol, fue aplastada por el coche que había esquivado con alevosía. Quedó en estado de shock, a pesar, qué más coches provocaron un impactante accidente de tráfico.
Del beetle color azul, vio salir un sobreviviente por la ventanilla rota, del lado del copiloto. El escarabaj,o colgaba entre la roca y el pavimento; la joven, escuchaba la agonía de la pequeña aplastada. Recordó como había llegado al lugar dónde estaba muriendo. Una combi se impactó primero en la enorme roca y su familia, salió volando por el parabrisas haciéndolo añicos con el impacto. Los adultos murieron al instante por las fracturas de cráneo que sufrieron y la niña, salió antes que el coche chocara en la combi, la cual evitó, pero, por la velocidad que llevaba, se elevó en el aire cayendo sobre la niña.
Protección civil llegó tan rápido, que Lyla no pudo advertirles de la niña que yacía bajo el coche, lo movieron y se resbaló aplastando el cuerpo de la pequeña quitándole la vida al instante. La pelinegra, esta vez, gritó con angustia, luego, de aquel grito desgarrador, empezó a llorar y se giró de espaldas, pues, no quería ver el charco de sangre y el cuerpo de la pequeña deshecho.
— ¿Estás bien?
— Hay una niña ahí abajo. — Pyro con su mascota en brazos le tocó el hombro.
— No hay nadie ahí… — La joven se giró angustiada. Muy angustiada. Su cuerpo tiritaba de pies a cabeza, ya comenzaba a encajarse las uñas en las palmas de la mano por semejantes emociones invadiendo su mente. La ansiedad provocaba que los musculos del pecho comenzaran a doler y, al escuchar a su amigo, sintió que la sangre de su cuerpo se fue hacia las plantas de sus pies.
— ¿Qué? — Exclamó.
Pyro le miró de soslayo y se encogió de hombros, le rodeó hasta poner su mano en el hombro izquierdo y la forzó a caminar con suavidad. — Estás viendo un accidente otra vez…— Le miró con cierta preocupación, como solía hacerlo. —Observa de nuevo la calle.
La joven, incrédula por lo que escuchó, limpió sus lágrimas con el dorso del brazo, giró un poco su cabeza para ver hacia dónde le indicaban. Su amigo tenía razón, no había nada. Ni una enorme roca en medio del camino, menos un beetle azul y una combi verde aplastando a una pequeña niña con zapatos de charol negros.
Todo se encontraba normal.
— No… —, musitó en un sollozo.
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Editado: 14.07.2020