El sueño era fluido y claro, podría decir que por un momento descansaba de su vida cotidiana y había tomado unas pequeñas vacaciones de cinco minutos en la costa. Olía la brisa del mar, sentía la arena bajo sus pies y escuchaba música relajante en su reproductor. Con los ojos cerrados sus sentidos se agudizaron y podía oler con mayor intensidad la sal del mar y la arena, escuchar la brisa y sentir que le miraban.
Abrió los ojos y miró a Corín con el semblante endurecido, en ese instante toda paz que sintió se desvaneció, la iba a despertar y no quería, pues en la realidad, volvían a escapar de la magia del tiempo. Llevaban días que al morir regresaban a la vida tal cual videojuego. Lo desesperante era, que no se trataba de un efecto mariposa y no encontraban la solución al bucle de tiempo en el que estaban atrapados. Así pues, el brazo de Corín la zarandeó del hombro; despertó gruñendo. No era común tener sueños relajantes esos días y menos una cómoda cama dónde dormir.
Yacían en un pequeño departamento ubicado en un mal barrio. La luz del sol le cegó y se cubrió con el dorso del brazo, se giró, abrió los ojos y observó al mayor de espaldas poniéndose su chaqueta de cuero negro. Se acomodaba el cuello y giró un poco la cabeza para mirarla.
— Tenemos que irnos de aquí, rápido. — Corín estiró el brazo hacía una silla de madera, tomó el abrigo de la joven y se lo aventó en la cara. Lyla, bufó quitándose el abrigo del rostro, le observó con pesadez y se sentó en el colchón con mucha pereza.
Con prisa y sin quitarle la vista de encima a Corín, para ver cuál sería su siguiente movimiento, se puso el abrigo corto de color negro, lo abotonó hasta el cuello, siguiendo con sus zapatos deportivos negros, que reposaban justo al lado de sus pies. Se levantó y tomó el cinturón de tachas que colgaba en la silla. Corín por otro lado, caminó hasta la puerta abriéndola.
La brisa invernal les heló la piel del rostro a ambos, y cuando la joven se disponía a caminar a la puerta, una ventana se hizo añicos, estremeciéndolos. Ambos, miraron hacia afuera sobre las casas, buscando al responsable; al instante, escucharon disparos y la chica, vocifero con dolor, pues una bala le había herido el hombro.
— ¡Por las escaleras de emergencia! — gritó Corín, muy alterado, empujandola por el hombro herido.
— ¡Me duele!
— ¡Corre!
Sin decir más, la joven corrió hasta la ventana, ya que no tuvo la necesidad de abrirla, como no tenía barandales, se aventó cubriéndose el rosto rompiendo el cristal con su cuerpo. Cayó en las escaleras de emergencia y bajó, casi volando, mientras saltaba por los peldaños, Corín que iba tras ella, se lanzó de un salto hasta el suelo. Lyla, le miró, a él no iba a pasarle nada por tal hazaña tan intrepida; sin embargo, le alcanzó con alevosía y ventaja.
— ¿Estás desangrándote?
— Sí —. La joven bufó.
— No tenemos tiempo…
— No pienso morirme otra vez, Corín. Ya me aburrí.
— También yo.
Al perder a sus perseguidores, llegaron a una escuela enorme que estaba desierta porque era fin de semana, pero, en aquel lugar había tantas escaleras de emergencia que hubo un momento dónde saltaron de techo en techo hasta que estos terminaron, y no tuvieron otra opción de saltar hacía la parte trasera de la escuela. Allí todo era tierra y arboles; trataron de esconderse entre los árboles porque desde las alturas, eran visibles si no llegaban a los edificios. Corín guío a la muchacha en todo momento.
Era aburrido, pues era humana y no podía hacer mucho más que quejarse por la herida que tenía en el hombro izquierdo. Cuando tuvieron oportunidad de llegar a las cercanías de los edificios, buscaron un salón que estuviera abierto; sin embargo, no tuvieron suerte, buscaron una puerta que no tuviera barandales en el vidrio para poder refugiarse. Al encontrar una puerta sin protección, en el segundo piso del cuarto edificio, Corín rompió el vidrio de la puerta de un codazo. Se adentraron, esperando que el ruido no hubiese llamado la atención; rápidamente, buscó el botiquín de emergencias para curar a Lyla. Por suerte la bala le había atravesado el hombro y no tendría que sacarla de la manera más horrible que conocía, cuando no había instrumentos con los cuales operar. Al tener el botiquín en sus manos, sacó vendas, alcohol y gazas.
Tuvo que amordazar a la joven, pues los gritos que emitía al limpiarle la herida, iban a delatar su ubicación. Lyla comenzó a odiarlo en ese momento por ponerle alcohol, por amordazarla y por no noquearla, a pesar de las veces que se lo imploró, pero Corín le advirtió que sería una carga para él y no iba a batallar con su cuerpo debilucho e inconsciente; sin embargo, el dolor mezclado con el ardor del alcohol, era tan intenso, que la fémina perdió el conocimiento.
━⊰❖⊱━
En la misma escuela podía ver personas que habitaban los edificios, los salones ya no eran aulas para la enseñanza, se habían convertido en habitaciones conectadas, en las cuales había cortinas que dividían cada salón. Se escuchaban las voces de la muchedumbre que vivía en aquellos lares, pero, lo más extraño era que había oscurecido muy pronto. La mayoría de los individuos que estaban en los salones, si no estaban acostados durmiendo, se encontraban frente a la televisión jugando videojuegos. En uno de los tantos cuartos que recorrió, encontró a una joven recostada en su cama leyendo un libro, que, al mirarle pasar, le llamó por su nombre. Lyla , desconcertada, se acercó a ella con precaución.
— Si quieres salir de aquí debes morir.
— ¿Qué? — Le observó atónita.
— Sabes a lo que me refiero, debe ser muy aburrido tener una vida cómo un videojuego. Corín está intentando despertarte, pero, ahora que has llegado aquí le será imposible, ni siquiera escuchas su voz que te llama y debe ser muy frustrante para él, y si mueres aquí, despertarás…
#23837 en Otros
#7151 en Relatos cortos
#17309 en Fantasía
#6824 en Personajes sobrenaturales
Editado: 14.07.2020