No recordaba que la hora de clase fuese a las siete de la mañana y qué debía correr a tomar el autobús que la dejaba fuera de la escuela. La mañana aún era oscura, había pocos coches con los faros encendidos que le iluminaban el camino, pues muchos de los postes de luz yacían fundidos. Sus manos las tenía engarruñadas en los tirantes de la mochila porque tenía frío y no tenía guantes. Andaba deprisa, porque siempre le sucedía que el camión pasaba cuando ella a iba pocos metros de alcanzarlo y aunque gritará o levantará la mano el chofer pasaba de largo.
Su pesadilla no se hizo realidad y al estar en la esquina de la acera, recargada en el poste de luz, que le iluminaba de pies a cabeza, espero con paranoia el autobús. No pasaban muchos autos por el tramo de esa avenida a las siete de la mañana. Miraba los pocos coches que pasaban con estudiantes en el asiento de copiloto. Hubo algo que le llamó la atención mientras la luz le iluminaba; la ropa que tenía puesta ya no existía. Eran ropas que uso hace 10 años, no iba a la universidad; se dirigía a la preparatoria.
El autobús de la franja azul al fin llegó y se detuvo, cuando las puertas se abrieron sacó el dinero del bolsillo de su pantalón, miró hacia arriba y se quedó pasmada al instante con un pie en el escalón. El chofer era Ilya, su mirada seria le indicó que tal vez no andaba de buen humor.
— ¿Qué estamos haciendo aquí? —, preguntó impresionada. — ¿Desde cuando puedo viajar en el tiempo.
Ilya que con la misma expresión le veía, no dijo nada. Espero que la joven subiera al autobús, pero, ella parecía que no lo haría hasta obtener una respuesta. Sabía la terquedad de la joven y por ende, encendió las luces del interior. Con la mano en la palanca de la puerta Ilya seguía esperando, pero se rindió.
— Sube…— Ordenó.
— S-si —, contestó Lyla, pues ya no le quedaba otra opción.
Subió los dos escalones del enorme vehículo. Nunca le gustó el olor de los trasportes urbanos, pero este olía a recién aseado, era viejo, los asientos color azul, eran de plástico e incomodaba mucho. Guardó el dinero de vuelta en su bolsillo pues Ilya lo rechazó; hizo un mohín y tomó asiento del lado derecho como acostumbraba si es que había espacio, en la tercera fila. Desde ese lugar podía ver el rostro del mayor por el retrovisor.
— ¿Qué hacemos aquí?
— Guiándote.
— ¿Guiándome? — preguntó incrédula con una sonrisa forzada. — ¿A dónde?
— A la preparatoria.
— Ya salí de la preparatoria hace años…— rezongó.
— Si —, dijo Ilya con el mismo tono de voz. — Hay algo que debes recordar…
— ¿Qué? — cuestionó irritada.
No le parecía una buena idea viajar al pasado para recordar algo, que, de verdad, en esa época no debía recordar. La pasó bastante bien en esos años o por lo menos, recuerda que vivió gratos momentos. Tenía pocos amigos, malas notas, muchos dibujos, muchos álbumes de música, mucho tiempo para hacer lo que quisiera, muchas llamadas de atención…mucha imaginación y tiempo para desvelarse y ver sus animes favoritos por la madrugada.
— Sólo a ti te corresponde, Lyla —, concluyó el mayor. — Sólo soy el guía.
Las puertas se abrieron, el autobús se detuvo y la joven no tuvo más remedio que bajar. Cuando el camión se fue Ilya se despidió con una sonrisa de lado a lado y fruncida. Eso ya le daba más puntos a su estado de ánimo. La pelinegra vio el autobús partir y luego desvió la mirada al edificio. Contemplo el cielo y aún estaba oscuro, a su parecer no parecían las siete de la mañana.
Al salir de clases ya era de noche, lo cual le extrañó pues en la época de la preparatoria salía por la tarde cuando el sol te dejaba sin energías al caminar bajo él. Lo curioso era que en el mismo lugar dónde se bajó del autobús, había otro parecido. Agarró el tirante de su mochila, se fijó en la calle para cruzar y cuando tuvo la oportunidad corrió hacia el vehículo. Esperanzada por volver a encontrarse a Ilya se agarró del pasamano que estaba a lado de las puertas y al abrirse Artemis le dedicó una sonrisa de lado a lado.
— No me digas…— comentó la joven frunciendo los labios irritada. — No hice lo que se supone que debería de hacer.
— Así es…— Concluyó el mayor sin perder aquella expresión.
— ¿Me llevarás a casa?
— No, te llevaré a que tomes otro autobús, para que vayas a otra ciudad y puedas regresar a casa…
— Genial…
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Editado: 14.07.2020