La cafetería inundada de voces y aroma a café, la transportaron a perderse en sus pensamientos, se preguntaba si alguna vez en la rutina todos los que se encontraban consumiendo habrían pedido un café de cada uno de la carta o quienes habían pedido el café más amargo de todos. Vio en la carta el café turco y para su gusto, no era delicioso cómo al que estaba acostumbrada a probar. Observó hacia la ventana mientras sus manos sostenían la taza con café, el humo aún brotaba en el aire; era de cappuccino.
Giró la cabeza un poco, alzó las manos llevando la taza blanca a sus labios, dio un sorbo y deslizó su lengua sobre estos quitando la espuma que se había quedado sobre ellos. Desvió un poco la mirada al frente encontrándose con la silueta de Aram, él tenía su mentón recargado en su mano derecha, mientras que su cabeza estaba ladeada un poco a la derecha. Sintió una pequeña contracción en el pecho y su cuerpo se invadía de nostalgia.
— ¿Cuánto tiempo llevas aquí? — Preguntó casi en un susurro.
El mayor al escucharle desvió la mirada, sonrió frunciendo los labios. Al ver sus ojos oscuros observándole, ella sonrojada le dedicó una sonrisa tímida, mientras Aram, levantó el cejo siendo cómplice de aquel gesto ajeno.
— ¿Qué piensas? — cuestionó el pelinegro.
— Te ves muy bien con esa camisa negra. — Dejó la taza en la mesa y sonrió.
Aram sonrió de lado a lado y desvió un poco la mirada hacia su prenda, luego volvió a mirarla y posó sus manos sobre la mesa juntando los puños. Se mojó los labios antes de hablar.
— Llegué hace cinco minutos —, musitó el mayor. — Y seguías perdida viendo la ventana.
— No te vi llegar. — La joven sonrió de medio lado tapando su rostro con una mano. — De seguro pasaste por esa ventana y no te vi.
— Así fue —, afirmó Aram frunciendo los labios.
— Que mal, — comentó la joven. — Luego te veo aquí y siento que voy a llorar porque pienso que es un sueño.
— Ya me acostumbré. — Tomó la mano de la joven que sostenía la taza. La acarició suavemente con la yema de sus dedos.
Lyla no dijo nada más, sólo torció los labios un poco y bajó la mirada hacia sus manos. Con ver que Aram le tocaba se sonrojaba al instante, su piel se erizaba de pies a cabeza y sentía que se le iba a salir el corazón del pecho.
Tras ese encuentro, se vio en el asiento del copiloto de una camioneta tamaño familiar. No mencionó nada porque había caído en la cuenta que le dio otro momento de amnesia; sin embargo, la escena que estaba por suceder la alteró; iba a chocar contra el vehículo de enfrente. Engarruñó sus dedos en el asiento y cerró los ojos. Escuchó el cristal romperse y sintió infinidad de vidrios pequeños rozar todo su cuerpo este se fue hacia adelante con el impacto y sintió el golpe en su cabeza en el asiento cuando el cinturón de seguridad la detuvo.
No quiso abrir los ojos, tuvo miedo de encontrarse con algo desagradable frente a sus ojos. Escuchó que Aram le llamaba por su nombre, pero estaba tan aturdida que no podía contestar y asimilar lo que había pasado. Se habían impactado en una camioneta color dorada y además, a ellos los habían golpeado también.
El mayor le tomó del brazo derecho y la zarandeó un poco, preguntándole si estaba bien. La pelinegra abrió los ojos y afirmó con la cabeza. Sentía que todo su cuerpo temblaba, vio los cristales en sus piernas, estómago y debajo de sus pies. Miró a Aram asustada.
— ¿No hay vidrios encajados en mi cuerpo? — cuestionó temblorosa.
— No… — El mayor comenzó a quitarle el cinturón de seguridad. — Estas bien. — Le acarició la mejilla. — Debemos irnos ahora…
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Editado: 14.07.2020