Crónicas de un soñador Vl

Invierno

 

Despertó en el bosque temblando de frío; lo primero que observó fueron los enormes árboles ladeándose por la leve brisa. El sol, no se encontraba en lo más alto del cielo y sus colores, le advirtieron que la noche estaba por llegar. Se giró hacia la derecha cayendo dentro de un lago hundiendose con fácilidad. Nadó desesperada pues al caer al agua fría, gritó bajo el líquido incoloro, con la sangre congelándose.

Llegando a la superficie salió del lago aferrándose a la húmeda tierra que era más cálida que su cuerpo. Se arrastró hasta sus pertenencias: la mochila de viaje y sus armas. Arduamente se puso en pie percatándose del error que había cometido al arrastrarse por la tierra, pues esta, se pegó en su cuerpo de pies a cabeza. Viró hasta el lago y corrió tiritando a lanzarse hacia el agua fría. Regresó a superficie, corrió hacia la mochila y sacó la manta con la que se cubría a la hora de dormir.

Se quitó la ropa y se enrolló en la cobija secando su piel muy rápido; sus dientes castañeaban mientras que su cuerpo temblaba sin control, muy apenas, pudo cambiarse. Al terminar cogió su mochila y la manta mojada; la ropa que se había empapado la dejó tirada en la tierra. Una hora después, seguía caminando sin rumbo a la vez que se cuestionaba cómo había llegado a ese bosque de pinos, pasado unos minutos andando, encontró una cabaña dónde podía ver vida adentro. Sin pensarlo dos veces corrió hacia el inmueble y tocó la puerta; un anciano fue quién abrió. Le observó con el cejo levantado.

— Hola…—Saludó la joven. — Buenas noches.

— ¿Estás perdida? — Preguntó el anciano girándose un poco para ver el interior de su hogar.

— Si… —, susurró cansada.

— Adelante. — El señor se hizo a un lado invitándole a pasar.

La pelinegra sonrió de lado a lado y se adentró a la cabaña que estaba muy cálida y reconfortante. Se quedó pasmada cerca a la puerta hasta que el anciano le hizo una señal con la mano. Lyla dejó su mochila cerca a la pared de la entrada, siguió al anfitrión y lo estudió. Su espalda ancha, su forma de caminar, la camisa amarilla bien planchada y los tirantes que la arrugaban de la espalda, sus pantalones cafés de tela rasposa, los zapatos lustrados y su bastón. Llegaron a la cocina y le indicó que tomara asiento a la mesa. Con timidez, la chica se sentó a lado del señor, se percató segundos después que la esposa del hombre, preparaba la cena. Le observó con cautela y, cuando la mujer se giró, sonrió.

— Preguntaron por ti. — Comentó la anciana.

Lyla frunció el ceño y le observó confundida; estudió la expresión de la mujer y luego de notar que su sonrisa parecía sincera, miró sus manos, las piernas y su ropa. Una vestimenta típica de alguien que le encanta la cocina, un mandil verde, acompañado del abrigo violeta que la cubría del frío.

— ¿Por mí? — La joven se apuntó con el dedo índice.

— Sí —, concluyó la señora sirviéndole el plato con muchos vegetales y filete de pescado.

— ¿Quién? — Preguntó tajante. No estaba en las mejores condiciones, moría de frío hace unos minutos, no sabía dónde se encontraba y lo peor era que no tenía conocimiento del día en que estaba viviendo.

— Un joven de cabello negro corto, con barba de candado, ojos cafés y rasgados…hablaba muy bien nuestro idioma, mejor que tú.

Ja, ja, gracias —, pensó. — Aram. — No mencionó nada más, comió un poco de verduras antes que un sinfín de pensamientos le cruzaran por la mente ¿Dónde estaba? ¿Era Aram, Rhys, Abed? ¿Quiénes eran los ancianos que ni su nombre le han preguntado?

— ¿Quiénes son ustedes?

— Kim…—, señalo el señor a su esposa. — Soy Dan —, respondió.

— ¿Dónde estoy? —, preguntó con seriedad.

— Escocia.

— ¿Otra vez? — Se dijo. ¿Dónde está el camión que siempre vuelve?

— Lo conoces… — Afirmó Kim desconcertada.

— Creo que vengo de ahí. — Atajó. — Pero me perdí…

— No lo creo, el joven que preguntó por ti, dijo que habían quedado en encontrarse en este lugar. Te describió justo igual y además, comentó que podías tener amnesia. —Comentó Kim.

Oh si, la tengo. Gracias por recodármelo. — Frunció los labios molesta. Bebió del té mientras observaba al señor colocarse los anteojos.

— Qué joven eres. — Agregó.

— Gracias.

— No se ve un joven de tu edad todos los días en estos lares, la mayoría se han ido a la ciudad…sólo quedamos estos viejos cuidando sus tierras.

Kim y Dan, querido lector, son la pareja que cuidaron a Milo cuando se perdió en las montañas; sin embargo, Lyla no los recuerda. Se quedó con el recuerdo que tal vez habían muerto en la explosión de las montañas, que Adrian provocó. Es por eso que no preguntaron su nombre, la conocían y no hacía falta presentarse, además se iría pronto.

La cena terminó en silencio; Lyla se encaminó hacia el pequeño salón y se tumbó al suelo cerca del fuego. Era reconfortante sentir calor en su cuerpo. Así pues, sacó su cobija y la extendió en el suelo a su lado, no le importó que al final terminará con aroma a humo; quería que su manta se secara. Pasó un tiempo corto cuando miró a la ventana pues algo había llamado su atención. Fuera estaba aterrizando un helicóptero. Kim y Dan se acercaron a la ventana, se miraron confundidos y se preguntaron en voz alta quien seria.

— Espero que no vengan por mí —, comentó la joven. — Estoy muy en paz.

El helicóptero aterrizó, se apagaron los motores pero, el sonido de la hélice al girar aún era molesta. Lyla cerró los ojos acurrucándose en el tapete cerca al fuego. Tocaron la puerta después de unos segundos, la joven miró a Dan ir hacia allí y abrió; al momento, observó con incredulidad al hombre que estaba afuera. Lo conocía muy bien empero, dudó de su habilidad para pilotear helicópteros. Esperó ver a alguien más tras él y su rostro no cambió de expresión al percatarse de la presencia de Ilya, Ryu, Artemis y Kamilee. Alguien sin duda, los había llevado, esos cinco hombres sabían muchas cosas menos pilotear un transporte cómo ese.



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En el texto hay: magos, vampiros, lobos

Editado: 19.07.2020

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