Crónicas de una despedida

Capítulo III: Bertha en Patrialand

 

"...No envidio al que se queda y al que se va, soy como un expatriado más..."



 

- ¿Dónde diantres estoy? - se preguntaba ella-.

Bertha despierta de lo que pareciese un profundo sueño, de esos que cuesta mucho volver. Buscas con desespero las fuerzas necesarias, tu alma quiere seguir allí entumecida. Todo su cuerpo se siente entumecido. Te sientes débil y no puedes ver claramente el panorama. Tienes veinte dedos, cuatro pies y dos troncos, es lo que observa ella en los pocos segundos que tiene consciente. Poco a poco va recobrando el sentido, pero ya no se encontraba en el mismo lugar de antes, su dormitorio.

Al parecer está afuera, en el exterior, en un sitio desconocido. El cielo era hermoso, sin ninguna nube alrededor que pudiera opacar tanta belleza, un azul celeste imponente, tan relajante y pacífico que parecía irreal, un espejismo mágico. Bertha se queda un momento observándolo. Ese azul era inspirador como el aire que respiraba en aquel momento. Cada bocanada que entraba en sus pulmones, la llenaba de una energía y a la vez de tranquilidad increíble. Un aire tan puro como el amor de una madre a sus hijos.

Por lo que pudo divisar, se encontraba en una especie de campo, en una tierra muy diferente a todas las que pudo haber estado. Muchas colinas y pequeños bosques alrededor. Un espectáculo verdoso contrastaba con el azul celestial.

Ella está tan absorta en la hermosura que contempla, dejando escapar al tiempo muchos de sus minutos, hasta darse cuenta de que endosa un vestido que no le pertenece y que tampoco había visto. Baja la mirada extrañada. Estaba usando un atuendo color azul claro que se alargaba hasta la zona alta de sus rodillas, con una especie de delantal encima color blanco, medias blancas que cubrían sus piernas, zapatillas cómodas color negro y una cinta de diferentes colores, entre blanco, azul, amarillo y rojo en su cabeza que utilizaba para que su cabello no ocultara su rostro.

Mientras está sentada en el suelo recostada a un enorme árbol, Bertha piensa que no hacen para nada juego, su vestido, con la cinta, su cabello y sus profundos ojos marrones. Al parecer se encuentra sola, a excepción de pequeños animales alrededor entre liebres, mariposas, pequeños insectos y uno que otro ciervo en la lontananza.

- "¿Por qué nunca había estado en este lugar?"

Bertha decide caminar un poco para tratar de ubicarse en el tiempo y espacio, saber cómo llegó a ese sitio y cómo salir de él. Aunque una parte de ella, de manera incesante le grita, le suplica quedarse allí. Olvidar todos los problemas, vicisitudes, tragedias, lágrimas. Olvidarlo todo y empezar allí de cero, en ese lugar. Pero no puede, por más que trate. Los problemas no se solucionan colocándolos con una escoba debajo del tapete. Hay que afrontarlos. Entonces en ese instante ella recuerda un refrán muy trillado pero que se ajusta a la situación. "No puedes tapar el sol con un dedo".

-Debo salir de aquí, para volver a mi hogar. Despedirme de mi familia, y emprender mi rumbo ya planeado.

Bertha sigue caminando a través de los diferentes bosques, por quien sabe cuantos minutos. Cada uno con una peculiaridad diferente, desde robles hasta pinos, desde musgos hasta hiedras. Perdida, pero tranquila decide subir una gran empinada, con una especie de camino improvisado. A veces siente que sus piernas no dan para más, pero se mantiene concentrada. Es una punzada la que siente en su corazón, una corazonada de que va por el sitio correcto. Minutos después, logra entender que la vía se va acortando cada vez más hasta llegar a una especie de cima. Lo que ve a continuación, la deja sin palabras.

Una extensa jungla se ubica a cientos de metros por debajo de ella. Un infinito de verde cubre como un manto todo el lugar. Por una parte, el verde es atravesado por un río que recorre y divide el lugar hasta perderse. Por otra, pequeñas cascadas surgen en un costado. Enormes montañas al frente caracterizan el lugar, pero hay una en especial, que impacta a Bertha. Es increíblemente grande e imponente que llega hasta las nubes. A Bertha le da la impresión de que un "Ángel", o varios de ellos, están entre esas nubes y juegan a besar esa enorme montaña, de la que se desprende millones y millones de litros de agua. Es una maravilla divina.

-¿Será que he desvanecido? ¿Estoy muerta, y este glorioso lugar es el paraíso? -se pregunta ella-. La naturaleza, el paisaje tan hermoso, parecen de un cuento de hadas. El creador de este sitio se esmeró enormemente en hacerlo perfecto. ¡Cómo quisiera fundirme en ti, darte todo mi amor! ¡Defenderte hasta mi último aliento para que la niebla nunca te toque! ¡Aquí comenzaría y terminaría mi vida!

A continuación, Bertha extiende sus brazos y mueve sus manos haciendo forma de "U" en el aire, de manera repetitiva, como si estuviera escuchando una melodía encantadora en su cabeza y fuese un director de orquesta dirigiendo el ritmo de la música por unos cuantos minutos.

Luego de un rato, cambia el movimiento y lentamente sus brazos los coloca a la altura de sus hombros bien alargados. Ahora los mueve hacia arriba y hacia abajo, como un ave. ¡Esta es la libertad que quiero algún día para todos! Libre y bien ligero como el viento, admirando cada día esto.

Ella decide sin dudar dar un salto al frente y "fundirse en el lugar". Como cuando estás realmente seguro de donde vienes y hacia donde quieres ir. Como un soldado en el frente de batalla que sabe que tiene muchas probabilidades de morir allí, pero está convencido de luchar por un futuro mejor y sacrificar su vida por la de los demás y su reino. Así se sentía en ese momento Bertha. Segura de lanzarse hacia el vacío con una enorme sonrisa.

Era una pieza más en el rompecabezas del "paraíso terrenal". Y mientras caía y caía, muchas imágenes aparecían en su cabeza. Momentos hermosos. Ese instante que por primera vez abrió sus ojos al mundo y sintió con sus pequeños deditos el amor de su madre, y sus ojos que la observaban con dulzura mientras la protegía del noble mundo. Esos paseos que hacían en familia hasta el ocaso los fines de semana. La felicidad era infinitamente gratis. Las escapadas con su otra familia, sus amigos, hasta el alba, diciéndole al tiempo que se perdiera, o simplemente perdiendo el tiempo entre sonrisas, anécdotas, sanas burlas, compartían los mejores momentos.



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En el texto hay: amor doloroso, venezuela, despedida

Editado: 15.06.2020

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