Crónicas de una despedida

Capítulo IV: El tren de las 10:10

"...siento el Caribe que me llama otra vez, soy de allí, qué voy a hacer... Siento el desierto, la selva, nieve, el volcán y no puedo dejar de pensar el llanto de una nación que me desvela..."

 

10 de la mañana. Como cualquier otro día en la cotidianidad de la vida, Anita, una mujer siempre puntual, metódica y precisa, con un extraordinario frenesí por el tiempo, creaba su mundo en base al reloj y las manecillas que le indicaban en qué momento de su vida estaba. Allí sentada en una pequeña sala de espera de la estación de trenes del pueblo donde vive, se encontraba. Cada tres minutos, echaba un vistazo al panel indicativo con los horarios de todos los trenes de esa mañana. "Un minuto de retraso", mostraba el que debía tomar.

- Si fueran tres minutos de retraso o tres antes del previsto, harían mi día excelente -pensó.

Mucho antes de su arribo a la estación. Son las 6:39. Ni un minuto más, ni un minuto menos. Obsesiva por los números tres, seis y nueve; creía en una magnificencia creacional y energética, que derivaban de estos tres números, así como también lo creía, un reconocido inventor que vivió hace un par de siglos. Cuatro minutos después, de sus labios se oye una dulce melodía que nace de la parte más pura de su corazón:

- Abre los ojos mi amor, tú que eres mi sol, aférrate a mí, que eres todo lo que tengo.

Unos pequeños ojos somnolientos se abren al escuchar esa tonada y una ligera sonrisa le responde al cantico.

- ¡Buenos días, mamá!

- ¡Buenos días, cariño! Espero hayas dormido muy bien. Alístate, te espero en la cocina, tu desayuno estará listo.

6:56. Anita y su hija se sientan en el comedor. Como todas las mañanas, la madre prepara tostadas con huevos y un poco de cereal a su hija. Cuarenta minutos más tarde, salen del departamento y caminan casi un kilómetro y medio. Anita deja a la niña en la escuela, no sin antes darle un beso en la mejilla y despedirse.

- Pórtate muy bien, y recuerda ir directo a casa por el mismo camino. Te he dejado el almuerzo en el horno, haz tus deberes para cuando llegue revisarlos, como siempre.

- ¡Sí, mamá!

9:03. De regreso a casa, Anita pasa por el supermercado a comprar una lista pequeña de cosas para el hogar. Las deja en el departamento y va directo a la estación de trenes. Desde hace un año se mudó de país, a una nueva realidad, una oportunidad de esas pocas que da la vida para conseguir un poco de libertad y progreso. Lo único que le queda en el mundo es su hija.

9:53. Llega a la estación, se dirige a la boletería y compra un ticket para un tren que parte a las 10 y 20 con destino a la gran ciudad. Ella vive en un pequeño pueblo a media hora de su trabajo. Así lo decidió, porque era más económico, y para un inmigrante en los primeros años, el usar sabiamente cada centavo que tiene es primordial si quiere sobrevivir. Ella escapó de la opresión, para que su hija pudiera crecer en paz.

10:08. Una voz computarizada a través del altoparlante de la estación, informa la llegada de un tren como todas las mañanas, a la misma hora:

- La estación anuncia un tren en tránsito en el binario 1, le agradecemos no traspasar la línea amarilla.

Es el tren de las 10 y 10 que pasa por la estación como un cohete a máxima velocidad y con destino desconocido, siempre preciso, todos los días del año, solo de ida, nunca de vuelta. A la vez que se aproxima, se escucha el chillido metálico típico de los trenes, y una especie de alarma que recuerda tomar la atención adecuada. Pasa a la hora exacta por el binario indicado. Hace que todo el lugar por unos instantes tiemble, un diminuto terremoto de segundos. La fuerza del tren deja una pequeña polvareda capaz de tumbar uno que otro sombrero. Y así como vino, sin preguntarle a nadie, se va, para retornar al día siguiente, lo único visible en su carga son materiales pesados.

10:21. Anita toma el tren y se sienta en el asiento más cercano a la puerta de salida, "para poder esquivar poca gente y salir rápidamente una vez que el tren se detenga", piensa. Sólo tiene 10 minutos para llegar al trabajo, pero no es ningún problema, porque afortunadamente queda a unos cuantos metros de la estación donde arriba. Nunca ha llegado tarde y no lo hará ese día. En el trayecto piensa en la travesía que le ha tocado pasar, prácticamente escapando de un futuro gris y teniendo una segunda oportunidad, con la esperanza de todavía volver a su lugar de origen, una vez que mejoren las cosas. Por más fría y dura que pueda aparentar para todos, ella en el fondo es sentimental, todo se lo lleva por dentro. Anhela también buenos tiempos pasados, pero no se queja, porque a pesar de todo, las manecillas del reloj van hacia adelante y mientras quede algo de esperanza en el mundo, ella se aferrará. A las 10 y 51 llega a destino y corre para llegar a tiempo a laborar. Como siempre, sus estadísticas no le fallan. Entra a las 10 y 58. Otro día más. ocho horas de trabajo, cuarenta a la semana, un sueldo normal en una vida normal que le basta para mantenerse.

19:25 le indica el reloj en la pared. Es tiempo de tomar sus cosas, terminar el trabajo, recordar las tareas para el día siguiente día. Timbra a las 19 y 30 y los minutos siguientes toma el tren de regreso al pueblo.

20:10. Llega a la estación y camina directo a su hogar. 20:29. Busca en su bolso la llave para abrir la puerta del departamento. No la consigue. No importa. Un ruido metálico la hace sonreír y la puerta se abre. Un salto de una pequeña y un abrazo tan cálido que le hace olvidar el mundo exterior. Se encuentra en su hogar, y ya los demás pasan a un segundo plano.

- ¡Llegaste mamá! ¡Quisiera que estuvieras más tiempo aquí conmigo, para no sentirme sola! -dice la hija a la madre, palabras que repite a diario usando frases diversas.

- ¡Te amo, mi niña!, ¿Hiciste todos tus deberes?, ¿Almorzaste?

- Sí, mamá.

-Excelente – le dice, mientras su corazón se le encoge, al escuchar el reclamo de su hija. Pero se hace la fuerte.



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En el texto hay: amor doloroso, venezuela, despedida

Editado: 15.06.2020

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