Crónicas de una nación: Kral Tugomir

Capítulo 15: La amenaza de Caen

Año quinientos nueve. En el castillo de Caen, Brand, un líder bárbaro temido y conocido por su brutalidad, se encontraba en medio de su salón principal, rodeado de sus guerreros. Hombres enormes, de brazos poderosos y espaldas anchas, algunos granjeros, otros constructores de embarcaciones, todos convertidos en soldados sedientos de sangre. Llevaban espadas y hachas, y sus cuerpos estaban cubiertos de cicatrices de viejas batallas. La confianza de Brand era inquebrantable; su deseo de conquista se había convertido en una obsesión.

—Mira mis guerreros, querido Gudrun —dijo Brand, mientras su mirada recorría a los hombres que se preparaban para la batalla—. ¿Cómo crees que ese eslavo va a evitar que lo derrote? Moravia será mía, y después de que conquiste todas las tierras de los eslavos, viajaré a Constantinopla con mis bárbaros para saquearlo todo.

Había una certeza brutal en su voz, una certeza alimentada por años de victorias. Para Brand, la conquista de Moravia y las tierras eslavas era solo el primer paso en su ambicioso plan de expansión. Los eslavos, aunque conocidos por ser guerreros fuertes y hábiles, no eran más que otro obstáculo que eliminar.

A su lado, Gudrun, su más cercano consejero y espía, miraba el espectáculo con una expresión de preocupación que Brand no notaba o no quería notar. Aunque Gudrun compartía la ambición de Brand, había algo en las tierras eslavas que le inquietaba. Había oído historias, historias que no se parecían en nada a las leyendas de los bárbaros. Estos eslavos no solo eran guerreros; estaban guiados por una fe profunda, una fuerza invisible que parecía trascender la mera fuerza física.

—He escuchado que el Král Tugomir ya es viejo —dijo Gudrun, su voz contenida, pero cargada de advertencia—. Su hijo Zelimir es ahora el Král. Quizás deberías negociar con él. Tú tienes un ejército enorme, y nuestros hombres saben cómo saquear pueblos, pero he visto cómo castillos de piedra se derrumban ante esa gente. No son como los demás que hemos enfrentado.

Brand lo miró con desdén, sus ojos oscuros brillando con burla.

—¿Acaso temes a los cuentos para niños, Gudrun? —rió, golpeando la mesa con su puño cerrado—. Mira a nuestros guerreros, y mira a nuestros dioses. Están de nuestro lado. Nada ni nadie puede impedirme tomar lo que quiero. Estos eslavos caerán como todos los demás.

Cerca de ellos, un grupo de hombres cubiertos de sangre animal bailaba alrededor de una fogata. Los tambores resonaban en el aire nocturno, llenos de una energía primitiva y salvaje. El ritual era parte de la preparación antes de la batalla, una forma de invocar a los dioses de la guerra, de la sangre y de la destrucción, pidiendo su bendición antes de que comenzara el saqueo.

Sin embargo, a pesar de la confianza de Brand, Gudrun no podía evitar sentir una inquietud en el fondo de su mente. Había algo en la manera en que los eslavos se enfrentaban a sus enemigos que le daba escalofríos. No era solo su habilidad para luchar, sino la extraña protección que parecía rodearlos, algo que los cuentos de los sobrevivientes describían como una fuerza más allá de lo terrenal.

—Yo solo te lo advierto —insistió Gudrun, con una voz más baja—. Pueda que los derrotes, pero ellos te traerán mucho dolor a tu vida. No son como los otros pueblos que hemos conquistado. La fe que llevan dentro es algo que no he visto en otros guerreros.

Brand lo miró, con su habitual expresión de burla y desdén. Para él, la idea de que la fe o los dioses de los eslavos pudieran cambiar el curso de una batalla era absurda.

—Vete, Gudrun —ordenó Brand, su voz endureciéndose—. Haz lo que debes hacer. Y mantén tus temores para ti. No necesito que me llenes la cabeza con cuentos de viejas.

Gudrun asintió lentamente, sabiendo que no podía decir más sin provocar la ira de Brand. Hizo una reverencia antes de girarse para irse, pero no sin lanzar una última advertencia.

—Voy hacia Moravia, Brand —dijo mientras se alejaba—. Me infiltraré como lo he hecho antes, y te mantendré informado. Cuando llegue el momento justo, te avisaré para que puedas atacar. Que los dioses estén de nuestro lado, y que se derrame mucha sangre eslava.

Brand observó cómo Gudrun desaparecía entre las sombras, sin tomar en serio las advertencias de su consejero. Para él, Moravia era simplemente el siguiente objetivo en una larga lista de conquistas. No veía razón alguna para temer a los eslavos o a su fe. Después de todo, su ejército era enorme, y sus hombres eran bárbaros experimentados, implacables en la guerra.

A medida que regresaba a su castillo, las llamas de la fogata y los tambores continuaban resonando. Los hombres seguían bailando, invocando a los dioses con sus gritos y cánticos primitivos. Brand observaba la escena con una sonrisa de satisfacción. Estaba convencido de que nada podría detenerlo, y que su destino de conquistar Moravia estaba escrito.

Sin embargo, mientras se adentraba en la penumbra de su fortaleza, algo en el aire parecía cambiar. Un frío inesperado recorrió el lugar, y una sensación de inquietud, tan breve como un susurro, tocó el corazón de Brand. Aunque trató de ignorarlo, había algo en las advertencias de Gudrun que se quedó con él, una sombra persistente que no se disiparía tan fácilmente.

Mientras Brand subía los escalones hacia su trono, la imagen de los castillos de piedra derrumbándose bajo las manos de los eslavos se le cruzó por la mente. Pero lo apartó rápidamente. Era solo una sombra más, un temor infundado. Mañana, o en los próximos días, sus guerreros marcharían hacia Moravia, y el reino de Tugomir y Zelimir caerían bajo el peso de sus espadas y hachas.




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