Crónicas de una nación: Kral Tugomir

Capítulo 17: La despedida de una leyenda

Bakalski, quinientos trece.

La niebla densa envolvía el campo de batalla, y aunque las primeras luces del amanecer apenas lograban penetrar, la lucha ya había comenzado. Las flechas eslavas surcaban el aire como enjambres de avispas, aterrizando con un impacto mortal sobre los normandos de Caen, quienes, bajo el liderazgo de Brand, respondían con una furia igual de implacable. Las cabezas rodaban entre los gritos, y el sonido del acero chocando era tan constante como el tamborileo de los hechiceros normandos, cuyas melodías parecían encender la furia en sus guerreros.

Brand, un hombre gigantesco cuya mera presencia bastaba para intimidar a cualquier enemigo, se abría paso entre las filas eslavas con una enorme hacha en mano. Su rugido era el de un animal rabioso, y sus ojos buscaban entre la multitud a un hombre en particular: Iskren. Las espadas de los eslavos parecían chocar sin éxito contra la armadura de Brand, quien apenas retrocedía bajo el peso de los golpes.

Iskren, cubierto de sangre y con el cuerpo exhausto por la lucha, finalmente se encontró cara a cara con Brand. Ambos hombres se detuvieron, midiendo al otro por un breve instante antes de lanzarse al combate. El hacha de Brand descendió con la fuerza de un trueno, encontrándose con la espada de Iskren, quien a pesar de su herida, logró bloquear el primer golpe. El choque resonó en el aire y las fuerzas de ambos hombres se tensaron al máximo.

—¡Maldito eslavo! —bramó Brand, con una voz tan profunda que retumbó en los corazones de los guerreros cercanos—. ¡Te cortaré la cabeza y arrancaré los ojos de tus hijos! Luego los cuervos disfrutarán de su banquete.

Con una furia alimentada por el dolor y el agotamiento, Iskren contraatacó. Sus movimientos eran rápidos y certeros, pero Brand no cedía terreno. El normando giró su hacha en el aire y, con un corte feroz, alcanzó el brazo izquierdo de Iskren. Un grito escapó de la garganta de este mientras la carne se desgarraba y la sangre brotaba sin control. Su espada cayó al suelo con un estruendo, pero Iskren, lejos de rendirse, se abalanzó sobre Brand con lo que le quedaba de fuerza.

Nazif, Joško, Mišo, Samo, Hrvoje y Jetmir, hijos de Iskren, se abrieron paso hacia su padre, pero los normandos eran demasiados. Bajo la influencia de los hechiceros, los guerreros de Caen peleaban como si no sintieran el dolor, como si la muerte misma se hubiera alejado de ellos. Brand, con una sonrisa cruel, observó a Iskren caer de rodillas, sangrando, pero aún aferrado a la vida.

Iskren levantó la vista al cielo, sus labios moviéndose en una oración desesperada.

—¡Oh, dios mío! ¡Dios de mi salvación! —murmuró entre jadeos, sintiendo cómo la vida lo abandonaba—. ¿Vas a dejarme solo ahora? ¿Acaso los impíos prevalecen ante el justo?

Con un último esfuerzo, Iskren se levantó y, de alguna manera milagrosa, recogió su espada con la mano que le quedaba. Sus ojos se llenaron de una extraña claridad, y su cuerpo, agotado, se movió como si fuera guiado por una fuerza superior. Brand, sorprendido por la resistencia de su enemigo, apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que la espada de Iskren se hundiera en la garganta de uno de sus guerreros más cercanos.

Una a una, las cabezas de los normandos rodaban, y aunque el cuerpo de Iskren estaba ya al borde del colapso, siguió luchando con una ferocidad que ningún hombre debía poseer. En esos últimos momentos de vida, su espada se convirtió en una extensión de su voluntad divina. A lo largo de la batalla, los normandos caían, sus enormes cuerpos chocando contra el suelo. Algunos retrocedieron al ver la furia de Iskren, pero Brand no flaqueó.

Finalmente, Iskren se tambaleó, sus piernas ya incapaces de sostenerlo. Con su último aliento, hundió su espada en el suelo, mirando fijamente a Brand, quien se acercaba lentamente, sabiendo que la victoria era suya.

—Has luchado bien, eslavo —murmuró Brand, levantando su hacha para dar el golpe final—. Pero hoy es tu último día.

Iskren, debilitado, no intentó moverse. Cerró los ojos, aceptando su destino, mientras un silencio extraño caía sobre el campo de batalla. El hacha de Brand descendió, y el sonido de la carne cortada fue lo único que rompió la quietud. El cuerpo de Iskren cayó al suelo, sin vida.

Desde la distancia, los hijos de Iskren, al ver caer a su padre, lanzaron un grito desgarrador. Sus cuerpos cansados ya no respondían a la furia que los invadía, pero aun así cargaron hacia Brand, desesperados por vengar la muerte de su progenitor. Sin embargo, la superioridad numérica y la ferocidad de los normandos fueron demasiado. Uno por uno, los hijos de Iskren cayeron, abatidos por las espadas y hachas enemigas.

Nazif fue el último en caer, su cuerpo derrumbándose junto al de su padre. La sangre de los eslavos empapó la tierra, y el grito de victoria de los normandos resonó en el aire. Solo Salih, el hijo que no estaba presente en el campo, sobreviviría para escuchar lo sucedido.

Cinco días más tarde, el único testigo superviviente de la masacre, un anciano herido, llegó a Moravia para contarle todo a Tugomir. Exhausto y enfermo, el hombre falleció poco después de narrar la historia, dejando en el corazón de Tugomir una ira fría y calculada.

El avance de Brand hacia Moravia ya estaba en marcha, y Tugomir, sabiendo que el enemigo no estaba lejos, reunió a sus hombres y lanzó una pregunta que resonó en la sala.

—¿Cómo un bárbaro conoce nuestras defensas y las destruye una tras otra?

La traición se olía en el aire, y Tugomir no tardó en llamar a Asger.

—Averigua quién es el traidor —dijo, con voz firme, mientras el destino de Moravia colgaba de un hilo.




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