Moravia, quinientos trece. Unos días más tarde.
El sol brillaba tímidamente sobre Moravia, asomándose entre las nubes que se cernían sobre las colinas, y bañando el asentamiento en una luz suave y dorada. Lo que había comenzado como un humilde asentamiento eslovaco nómada décadas atrás, ahora se alzaba como una próspera ciudad fortificada bajo el gobierno firme de Tugomir, el más grande Král del reino. Las murallas robustas protegían a los ciudadanos, pero el aire se sentía pesado, impregnado de incertidumbre y miedo ante la inminente amenaza.
Zelimir caminaba apresuradamente por uno de los pasillos de la fortaleza, su mente en constante agitación. El eco de sus pasos resonaba sobre la piedra fría mientras sus pensamientos giraban en torno a los recientes acontecimientos. El dolor y la furia le habían mantenido despierto durante noches, y aunque su cuerpo clamaba por descanso, no podía detenerse. Las noticias de la traición en Bakalski, la muerte de su suegro Iskren y de los hermanos de Bratislava, y el inminente avance de Brand hacia Moravia lo mantenían en un estado de alerta constante.
Entró en una amplia habitación donde su padre, Tugomir, permanecía sentado en una silla robusta, mirando a la distancia con una expresión endurecida. El rostro de Tugomir, que alguna vez había irradiado la fuerza de un guerrero invencible, ahora mostraba las marcas del tiempo y las preocupaciones de la corona. El Král no era inmune a la pérdida, y aunque sus años en el campo de batalla lo habían endurecido, el reciente derramamiento de sangre entre los suyos había dejado una cicatriz más profunda que cualquier herida física.
Zelimir se detuvo en seco, observando a su padre antes de romper el silencio que parecía pesar sobre ambos.
—¿Cómo es posible que ese hombre nos haya engañado a todos durante tanto tiempo? —preguntó, su voz impregnada de rabia contenida.
Tugomir levantó la mirada hacia su hijo, estudiándolo por un momento antes de responder. Zelimir había heredado su implacable determinación, pero aún le faltaba la paciencia que la experiencia traía consigo. Tugomir lo comprendía; la furia en el corazón de su hijo era un reflejo del propio dolor que él también compartía.
—Calma, hijo —respondió Tugomir con voz firme, pero serena—. Pronto tendremos las respuestas. Salih está interrogando a Gudrun en este momento. Pronto sabremos cada detalle de esa traición.
Zelimir asintió con gesto rígido, aunque la ansiedad no desapareció de su expresión. La mención de Gudrun le revolvía el estómago. Era increíble que alguien tan cercano, alguien en quien confiaban, hubiera vendido las defensas de Bakalski a Brand y condenado a su suegro y a sus hermanos.
Tugomir se levantó de su silla, su postura reflejando aún la autoridad incuestionable del Král de Moravia.
—Ahora debo ir a mi habitación —dijo Tugomir—. Samira está muy nerviosa. Lo que sucedió en Bakalski ha traído una sombra sobre todo el reino. Los que cayeron allá no son solo nuestros aliados, eran nuestra familia.
Zelimir dejó escapar un suspiro amargo.
—Bratislava también está destrozada —dijo, su voz quebrándose ligeramente al pensar en su esposa—. Perdió a su padre y a todos sus hermanos. Mi hijo... apenas comprende lo que ha sucedido, pero ya siente el peso de haber perdido a su abuelo y sus tíos. Toda la familia ha sido arrasada.
Tugomir colocó una mano firme sobre el hombro de Zelimir. El gesto no era solo un consuelo, sino una orden silenciosa.
—Ve con ella —dijo Tugomir—. Tu esposa y tu hijo te necesitan más que nunca ahora. Que dios nos guíe en lo que venga, pero que sea su voluntad y no la nuestra la que prevalezca.
Zelimir asintió y se dio la vuelta para marcharse, su corazón aún cargado de ira y dolor. A pesar de las palabras de su padre, la herida de la traición ardía en su interior como un fuego incontrolable. Mientras caminaba hacia las estancias de su esposa, su mente seguía vagando por las consecuencias de lo que Gudrun había hecho. Brand se acercaba, y el tiempo para prepararse era escaso.
En otra habitación, más alejada y sombría, Salih continuaba el interrogatorio. La estancia olía a humedad y sudor. La luz que entraba por las estrechas ventanas apenas iluminaba los rostros de los presentes. En el centro, Gudrun estaba atado de pies y manos a una silla, su rostro hinchado por los golpes que ya había recibido. Salih se paseaba de un lado a otro, sus manos cruzadas tras su espalda mientras meditaba las preguntas que faltaban por hacer.
—¿Vas a seguir callando? —preguntó Salih, abofeteando a Gudrun con fuerza, sus ojos fulgurantes—. ¿O prefieres que te siga golpeando durante días hasta que me des las respuestas que quiero?
Gudrun tosió, su rostro ya empapado de sudor y sangre. Se inclinó hacia adelante, jadeando, mientras escupía sangre sobre el suelo de piedra. Sabía que no podría soportar mucho más de esta tortura, pero la lealtad a Brand era lo único que lo mantenía firme, al menos hasta ahora.
—Hablaré... —balbuceó Gudrun con voz quebrada—. Pero debes detener esto.
Salih detuvo su andar y lo observó en silencio. Había esperado llegar a este punto. Gudrun no era lo suficientemente fuerte para resistir mucho más. Sin embargo, el verdadero desafío era asegurarse de que todo lo que dijera fuera cierto.
—Bien —respondió Salih, su tono frío y calculador—. Dime, ¿por dónde Brand piensa atacar Moravia?