Moravia, quinientos trece. Tres meses más tarde.
El viento soplaba con fuerza en la cima de la montaña de Trata, agitando los cabellos de los jóvenes que, con esfuerzo, cavaban la tierra fría y dura. Dorjan, el hijo de Zelimir, y Drahos, el hijo de Tugomir y Samira, trabajaban con manos firmes pero llenas de inexperiencia, mientras sus pensamientos se enredaban en el destino que los aguardaba. Ambos habían nacido en el mismo año, el quinientos tres, y habían crecido bajo la sombra de grandes hombres, guerreros cuyas hazañas eran contadas en cada rincón del reino. Sin embargo, a pesar de compartir la misma sangre, Dorjan y Drahos eran distintos en temperamento y espíritu.
—¡Más rápido, niños! —gritó Asger desde unos metros más adelante—. Quedan muchas tumbas por cavar, no podemos perder el tiempo.
Dorjan, sudando bajo el peso de la pala, detuvo por un momento su trabajo para mirar a Drahos, que estaba a su lado, con el rostro lleno de determinación.
—¡Aquí enterraré a ese hombre que llaman Brand! —exclamó Drahos, golpeando el suelo con furia. Su mirada reflejaba la intensidad que corría por sus venas. Brand, el líder normando que había causado tanto sufrimiento a su familia, era el enemigo que rondaba su mente día y noche. La idea de enfrentarse a él era la única que lo motivaba a seguir adelante.
Dorjan, a pesar de ser más callado, no pudo evitar sonreír ante la pasión de su tío.
—¡No lo harás solo, tío Drahos! —respondió, con el mismo ardor en la voz—. ¡Yo lucharé junto a ti! No descansaré hasta que Brand pague por lo que hizo a nuestra familia.
El viento aullaba alrededor de los cuatro, pero la tensión y el deseo de venganza hacían que el frío pasara desapercibido. En sus corazones jóvenes, los ecos de la batalla que se avecinaba resonaban con fuerza. Salih, que había estado observando a los muchachos desde lo alto de una colina cercana, sintió un nudo en el estómago al escucharlos. Sabía bien que esos jóvenes no comprendían del todo lo que les esperaba. La guerra no era solo gloria, no era solo el derramamiento de sangre del enemigo; era dolor, pérdida y sufrimiento, algo que ya había vivido en carne propia cuando perdió a su padre, Iskren, a manos de Brand.
—Asger, hijo —llamó Salih, con su voz profunda resonando en el aire—. Ven aquí.
Asger dejó la pala a un lado y se acercó rápidamente a su padre. A pesar de ser aún joven, Asger ya mostraba la madurez de un guerrero. Sus hombros anchos y su postura firme lo destacaban como un líder en formación, siempre dispuesto a seguir las órdenes de su padre y su abuelo, el gran Tugomir.
Salih sacó un pergamino de su capa y se lo entregó a Asger con manos firmes.
—Toma —dijo Salih, extendiéndoselo—. El Král Tugomir me dio esto. Es una orden directa.
Asger desenrolló el papiro y leyó en silencio, mientras su rostro adquiría una expresión de gravedad. Sabía que lo que estaba escrito cambiaría los planes de los jóvenes que, hasta entonces, solo soñaban con luchar al lado de su familia.
—Asger —llamaron Drahos y Dorjan, al notar el cambio en su semblante—. ¿Qué sucede?
Asger respiró profundamente antes de responder. Sabía que la reacción de ambos no sería fácil de manejar.
—Son órdenes del Král —dijo, con firmeza, mirándolos a los ojos—. Vendrán conmigo hacia Ilragorn. No hay discusión posible.
Los ojos de Dorjan se abrieron con incredulidad, mientras Drahos fruncía el ceño, furioso.
—¿Por qué? —preguntó Dorjan, su voz quebrada por la confusión—. ¡Nosotros queremos luchar al lado de nuestro Král Tugomir!
Drahos asintió con vehemencia, su furia alimentando su tono.
—¡Yo quiero ver a Brand caer ante mis pies! —gritó Drahos, lanzando la pala al suelo con violencia—. ¡No voy a huir ahora! ¡Quiero pelear!
Salih observó en silencio a los jóvenes, comprendiendo su desesperación. Con un movimiento decidido, se acercó a ellos y puso una mano firme sobre el hombro de cada uno, como lo hacía Iskren cuando necesitaba que su hijo comprendiera algo esencial.
—Escuchen —dijo Salih, su voz serena pero firme—. Es una orden del Král. Ustedes son demasiado importantes para él y para todos nosotros. El futuro de Moravia no puede perderse en una batalla. Tugomir sabe lo que hace.
Dorjan bajó la cabeza, sintiendo un nudo en la garganta. Sabía que su abuelo nunca tomaría una decisión a la ligera, pero la impotencia lo abrumaba. Drahos, por otro lado, no podía aceptar la idea de alejarse del combate. Las lágrimas comenzaron a llenar los ojos de ambos, pero ni uno ni otro dejó que cayeran. Eran guerreros, o al menos querían serlo.
—Ve —ordenó Salih, con una mirada que reflejaba la pena que le causaba enviarlos lejos, pero también la resolución de protegerlos—. Suban a la carreta y sigan las órdenes. El sur es seguro, y desde Ilragorn podrán proteger a nuestra gente de otras amenazas.
Con el corazón destrozado, Dorjan y Drahos subieron a la carreta junto a Asger. El sonido de las ruedas crujiendo sobre el suelo rocoso marcaba el inicio de un viaje que ninguno de los dos deseaba hacer. Mientras la carreta comenzaba a moverse hacia el sureste, ambos se giraron para mirar por última vez las montañas, el campo de batalla donde querían luchar, el lugar donde querían demostrar su valor.