Crónicas de una nación: Kral Zelimir

Capítulo dos: Objokovati

Samira estaba de pie frente a la tumba de Kral Tugomir, su amado esposo, su muzh. Las piedras grises de la montaña Koča parecían absorber la tristeza que emanaba de su cuerpo. El viento soplaba suavemente entre los árboles, pero no lograba secar las lágrimas que caían por su rostro. Era el día del Objokovati, el día en que se rendía homenaje a los muertos, especialmente a los que habían caído protegiendo el reino de Moravia. Pero para Samira, este día no era solo un día de tributo; era un día de profundo dolor. Cada vez que se detenía frente a la tumba de Tugomir, el mundo se volvía más oscuro, más difícil de soportar.

—Querido muzh —susurró, con la voz temblorosa mientras acariciaba la piedra fría de la tumba—. Como me haces falta. Hay tanto dolor en mi corazón. —Los recuerdos de sus años juntos invadían su mente, como ráfagas de un pasado que ya no volvería. Zelimir, su hijastro, se encontraba a su lado, arrodillado en silencio. Ambos compartían el mismo dolor, pero cada uno lo llevaba de manera distinta.

—El injusto domina la tierra que con tanto anhelo protegiste —continuó, cerrando los ojos para no ver el mundo que la rodeaba—. Nos gobiernan con crueldad, nos subyugan, nos exprimen. —Soltó un sollozo ahogado, apretando el puño contra su pecho—. ¿Cómo puedo querer seguir viviendo en este Ad?

Zelimir, que había estado inclinado hacia adelante, presionando su rostro contra la tierra negra, finalmente levantó la vista, sus ojos llenos de una mezcla de ira y tristeza.

—Otet —murmuró, su voz apenas audible, como si hablara directamente con el espíritu de Tugomir—. Padre mío, padre de todos mis hermanos, de mis amigos, de mis siervos. Mi corazón llora, mi espíritu sufre bajo la opresión de Nikolai, el Emperador. —Sus manos se hundían en la tierra, aferrándose a ella como si quisiera encontrar alguna respuesta, alguna señal de consuelo—. ¿Acaso Dios ha olvidado que me arrepentí de mis pecados? ¿Acaso se ha apartado su divina presencia de este que es tu hijo? —Su voz se quebró al recordar el día en que había confesado su error, el día en que había temido por su vida, y en lugar de castigo, había encontrado el perdón.

El viento sopló con más fuerza, pero el silencio entre ellos era abrumador. Zelimir respiró profundamente, intentando contener las lágrimas.

—¿Dónde está la justicia? —prosiguió—. He enviado cartas a mi hermano Drahos, a mi hijo Dornjan, y a mi hermana Almedina, pero ninguno de ellos ha venido en este día del Objokovati. —El dolor en su pecho se intensificaba con cada palabra—. ¿Qué otros pecados se han encontrado en mi contra? ¿Por qué estoy solo en este día?

Antes de que pudiera sumirse completamente en su desesperación, sintió varias manos posarse sobre sus hombros. Los toques eran firmes, reconfortantes. Zelimir se levantó lentamente, con el corazón acelerado, y cuando se giró, allí estaban. Almedina, su hermana, con los ojos brillantes por la emoción. Drahos, su hermano, con una sonrisa tranquila pero seria. Su hijo Dornjan, alto y fuerte, con la mirada de orgullo de un joven guerrero. Y Asger, el Prerok, el profeta, el hombre que había sido escogido por Dios para hablar en su nombre.

Cada uno de ellos lo abrazó, lo saludó con palabras suaves y gestos de cariño, como si el tiempo y la distancia no hubieran existido. Samira, que aún estaba junto a la tumba, también fue envuelta en abrazos y consuelo. La familia, reunida al fin, se unió en oración frente a la tumba de Tugomir. Era un momento solemne, de respeto y devoción, pero también uno lleno de gratitud. A pesar de los años difíciles, estaban juntos de nuevo.

Después de las oraciones, la familia descendió por el sendero de la montaña Koča, rumbo a la aldea donde los preparativos para el banquete ya estaban en marcha. Las mujeres habían trabajado durante días, cocinando y preparando los alimentos, mientras los hombres decoraban la plaza central. El aire estaba impregnado del olor del pan recién horneado, de la carne asada y de las especias que hacían vibrar los sentidos.

Mientras se acercaban, Zelimir sintió una ligera sensación de alivio. Aunque el dolor de la pérdida seguía presente, el ambiente del Objokovati le ofrecía una pausa, un respiro entre tanta incertidumbre. Los jóvenes del pueblo desfilaban frente a ellos, bailando al ritmo de la música, levantando los brazos al cielo y dando gracias a Dios. Sabían que, aunque el Objokovati era un día de duelo, también era un día para celebrar la vida, para honrar a los sobrevivientes que seguían luchando por el legado de Tugomir.

Zelimir observaba a su gente. Las risas y el baile parecían traerle paz, aunque fuera temporal. Sabía que esa era la única forma en que el pueblo lograba sobrellevar su sufrimiento, la única manera de recordar que todavía había algo por lo que luchar. Las voces de los jóvenes resonaban con fuerza:

—¡Dios es grande! ¡Dios es justo!

Cuando la música se detuvo, Asger, el Prerok, se levantó y caminó hasta el centro del círculo que se había formado en la plaza. El silencio cayó sobre los presentes, expectantes por lo que tenía que decir. Asger alzó los brazos al cielo, sus ojos fijos en algún punto más allá del horizonte.

—¡Oíd, pueblo! —proclamó con una voz que retumbaba en los corazones de todos—. ¡Así ha declarado nuestro Dios!

Cada palabra que pronunciaba parecía caer como un trueno, resonando en las montañas y en los corazones de todos los presentes.

—Este Objokovati ya no será recordado como un día de luto, sino como un día de alegría. El día en que Dios, nuestro único y verdadero Señor, les dará la fuerza, la voluntad y la perseverancia que necesitan para resurgir y establecer una nación fuerte. —Las palabras parecían alimentar el fuego en los corazones de todos—. Una nación que solo lo adorará a Él, el único Dios.

El silencio que siguió fue palpable, cada hombre, mujer y niño en la plaza estaba en profunda reverencia.

—¡Aléjense de los otros dioses! —gritó Asger—. ¡Porque la ira de Dios caerá sobre ellos y los arrasaré hasta que no quede ni polvo! —Su voz creció aún más poderosa—. ¡Así también lo haré contra aquellos que los han subyugado! Les daré un héroe que nadie podrá vencer.



#1672 en Fantasía
#2270 en Otros
#371 en Novela histórica

En el texto hay: traicion, dioses, dios

Editado: 29.10.2024

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.