Crónicas de una nación: Kral Zelimir

Capítulo Tres:: El camino a la libertad

El calor del verano se sentía pesado sobre Bratislava. Aunque el sol se hundía poco a poco, dejando un manto de sombras sobre el salón donde estaban reunidos, el aire seguía espeso, y cada respiración parecía una carga. Habían concluido el Objokovati, pero lo que Asger, el Prerok, acababa de anunciar llenaba de tensión a todos los presentes. La reconquista era un llamado que los incitaba a la acción, pero era también una promesa de guerra, de riesgo y de sacrificios.

Asger, de pie frente a toda la familia reunida, había sido claro: el tiempo del duelo y la celebración había terminado; era momento de planear la liberación de las tierras que habían pertenecido a su pueblo antes de la invasión del emperador Nikolai. Zelimir, que escuchaba en silencio, sentía el peso de la responsabilidad y la incertidumbre. Sabía que era necesario actuar, pero los tiempos requerían algo más que simple valentía.

Bratislava, su esposa, se aferraba a él, su abrazo cálido en medio del plan que estaban comenzando a trazar. Sentía el latido del corazón de ella, firme y resuelto, mientras sus ojos se encontraban y le sonreía con esperanza.

—Cuánta alegría hay en mi corazón —susurró Bratislava, sus ojos brillando de entusiasmo—. Pronto, mi muzh, serás el que gobierne sobre todos los pueblos y ciudades de nuestra patria.

Zelimir acarició el rostro de su esposa, sintiendo que ese sueño, el que ambos habían compartido por años, era ahora más cercano. Pero su expresión se tornó sombría.

—Sí, amada mía, pero aún hay obstáculos —murmuró, desviando la mirada hacia el mapa extendido sobre la mesa por su hermano Drahos—. Aún debo resolver el asunto de los impuestos que el emperador Nikolai exige, y no puedo permitir que mi pueblo sufra mientras aún no tenemos un plan seguro para llevar a cabo la revolución. —Suspiró, su mirada perdida en un recuerdo distante—. Sé que Dios está de nuestro lado, que nos dará la victoria como lo hizo cuando yo era joven y mi padre gobernaba estas tierras con firmeza. Pero ahora cuento contigo, con mi hermano y con mi hijo; son hombres valientes y dispuestos a enfrentarse a quienes nos han oprimido y pisoteado el nombre de nuestro Dios.

Drahos, su hermano mayor y uno de sus consejeros más leales, se inclinó sobre la mesa y extendió el mapa. Con la mano firme, señaló la ruta que seguían sus hombres, que regresaban con un cofre lleno de oro. Zelimir observó el trazado de la línea, cada curva y cada tramo.

—No te preocupes, hermano —dijo Drahos, en tono tranquilizador—. Mis hombres traerán pronto el cofre con el oro. —Levantó la vista hacia Zelimir, quien parecía debatirse internamente sobre el plan que tenía en mente.

Dornjan, su hijo, se acercó al mapa y deslizó su mano sobre la superficie desgastada del pergamino. Con el dedo índice, trazó la ruta que los hombres del emperador seguirían al recibir el pago, marcando los puntos donde sus soldados ya planeaban la emboscada.

—Padre, entregaremos el cofre de oro a los hombres del emperador —dijo con calma, pero con determinación en sus palabras—. Pero mis hombres se encargarán de emboscarlos y recuperar el oro que les daremos. No dejaremos a nadie vivo, para evitar sospechas de que fuimos nosotros quienes los atacamos. Con esta estrategia, no solo aplacaremos la furia de Nikolai momentáneamente, sino que recuperaremos lo nuestro.

Zelimir permaneció en silencio, observando el rostro de su hijo. Dornjan era joven, pero ya tenía una mirada de fuego, una resolución que él reconocía, que recordaba haber visto en sí mismo cuando tenía su edad. Sin embargo, algo en su interior dudaba. Luchar contra sus opresores, sí, pero, ¿podía aceptar recuperar el oro de esa manera? ¿Dios aprobaría un acto que era, en esencia, un engaño, una traición a la palabra dada?

Acarició el cabello de su esposa Bratislava, quien, percibiendo su conflicto, levantó la mirada.

—Pero tú sabes que robar es malo —dijo finalmente, con el tono mesurado y suave de quien hace una confesión—. Nuestro Dios no verá con agrado este acto impuro, si llegamos a cometerlo.

Samira, que había estado escuchando, se acercó en silencio y colocó una mano sobre su hombro.

—¿Crees que lo que harán estos valientes será visto con malos ojos por nuestro Dios? —preguntó suavemente, pero con una firmeza en sus palabras que sacudió a Zelimir—. ¿Acaso no es el emperador un ladrón, un asesino, el hombre que nos oprime cada día? Él nos ha robado más de lo que alguna vez podríamos recuperar.

Bratislava también habló, sus ojos encontrando los de su esposo.

—Estoy de acuerdo con Samira, mi amor. A veces es necesario hacer lo que parece incorrecto, pero es necesario para cumplir nuestro objetivo. —Su voz temblaba ligeramente, pero su convicción era inquebrantable—. Lo único que debe importarnos es nuestra liberación y construir la gran nación que deseamos.

Zelimir exhaló, dándose cuenta de que su propia resistencia nacía del miedo de traicionar sus propios principios, pero que la situación que enfrentaban era mucho más compleja. Dornjan, su hijo, continuó el plan sin vacilación, señalando sobre el mapa.

—Escucha, padre. —Su voz era grave y solemne—. Los hombres del emperador se dirigirán al norte, y en su ruta tendrán que pasar por la región del río Drava y cruzar los Alpes Orientales. Allí, los hombres de mi tío Drahos prepararán una trampa: cavarán fosas en el suelo y colocarán estacas afiladas, para que cualquiera que caiga dentro no salga con vida. —Los ojos de Dornjan reflejaban la certeza de su plan—. Cuando hayamos reducido su número, mis hombres les dispararán flechas desde las colinas y se asegurarán de que nadie quede vivo. —Dornjan giró hacia Zelimir con firmeza—. Después de eso, nuestros hombres tomarán el oro y lo traerán de regreso a casa.

Zelimir asintió lentamente. Sabía que el paso por los Alpes era estrecho y lleno de riesgos, ideal para la emboscada. La caravana del emperador, cargada y desprevenida, sería vulnerable, sin espacio para maniobrar o huir. Sus hombres, ocultos entre las rocas, descenderían sobre los soldados de Nikolai, llevándose el oro sin dejar testigos. Zelimir contempló a su hijo, su esposa y a Samira. Sabía que lo apoyaban con total entrega y que sus corazones latían con el mismo fervor por liberar a Moravia.



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En el texto hay: traicion, dioses, dios

Editado: 29.10.2024

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