Crónicas de una sirena enamorada 1

Joseph: Su vida antes de Lumina

En tierra firme y a punto de abordar el buque carguero, Joseph miraba los paisajes de su ciudad natal por última vez. Emprendió su viaje al mar de China y de ahí su travesía por el mundo.

Estando ya a bordo del Marsella, Joseph solo pensaba en una cosa: El tiempo que pasaría solo en el barco, mientras que su hermano ya había encontrado el amor. A su corta edad, el guapo marinero había recorrido los cinco continentes, eso para la mayoría de quienes lo conocen es un récord pues Joseph no superaba los veinticinco años en aquel entonces.

Dos días después de haber zarpado, el Marsella se encontraba cerca de las islas Palawan, en las proximidades con Filipinas. Los marineros iban en busca de Hawái, lugar en el que las sirenas verían el barco por primera vez luego de su paso por Brisbane.

A escasos kilómetros de Palawan, Joseph y sus compañeros se preparaban para el arduo trabajo que les esperaba en el puerto. Evan quien veía en Joseph un nuevo amigo, se acercó al percatarse de que algo no andaba bien. Al menos eso demostraba Joseph con la mirada.

—Compañero— Dijo Evan llamando la atención de Joseph — ¿Todo en orden?

—Si. — Contestó este no muy convincente — Es que me siento un poco nostálgico —Luego de un leve suspiro preguntó — ¿Alguna vez te has sentido solo mientras estás a bordo de un buque?

Evan, con la mirada anclada en el horizonte respondió: — Al principio, pero con el tiempo me he acostumbrado — miró el reloj de pulso y después vio la isla a lo lejos — En unos minutos estaremos como unos pobres diablos en ese puerto entregando cajas y contenedores.

Joseph dijo estar de acuerdo. Al terminar la conversación, ambos caminaron hasta la proa en donde el resto de la tripulación veía como a cada minuto la isla pasaba de ser una pequeña mancha en el horizonte a un vasto monstruo que los dejaría agotados en un par de horas o días.

Eran las 12:58 p.m. cuando los marineros se encontraban descargando el buque. Estaban un tanto atrasados, pues debían cargarlo de nuevo con 14 contenedores que iban rumbo a Hawái.

Mientras Joseph trabajaba, Lumina nadaba a Brisbane, en donde pasaría la noche y luego partiría a Hawái a la mañana siguiente. A la sirena y al marinero solo los separaban unos kilómetros, pero una cosa los mantenía unidos sin saberlo y era que pronto se verían cara a cara gracias a las jugadas del destino: Su pasión por el mar.

Al caer la noche, Joseph se encontraba en su cabina; acostado, cansado. Por lo menos cenó, pero estaba tan agotado que en un abrir y cerrar de ojos se quedó dormido. Un sueño bastante inusual invadió el subconsciente del muchacho, veía una hermosa isla cuyo paisaje era perfecto, casi paradisíaco. Ahí estaba junto a una hermosa doncella, piel blanca, cabello rojo. Llevaba puesto un vestido blanco.

Joseph besaba a la mujer de una forma apasionada, tal como su padre le decía: "A una mujer hay que besarla con ternura, delicadeza y lo más apasionado que se pueda". Tanto anhelaba hacerlo en cuanto encontrara a la mujer de su vida.

Al amanecer, los marineros completaron su labor. Faltaba media hora para dejar el puerto y así continuar su curso hasta Hawái. A unos cuantos kilómetros de ahí, bajo las aguas, Lumina y su grupo se preparaba para abandonar Australia e iniciar su travesía a la hermosa isla y pasar ahí unos días.

Eran las diez de la mañana, la hora de zarpar había llegado. Joseph veía como lentamente se alejaban del puerto. Mientras observaba el lugar con nostalgia, las imágenes de aquel sueño regresaron a su mente, luego pensó, en que apenas habían hecho la primera entrega, faltarían muchas para volver a casa.

Un largo viaje sin descanso hasta Hawái lo esperaba. Aproximadamente tardaría una semana para llegar al próximo puerto en el que según el capitán del Marsella tardarían cuatro días.

Lumina y su escuadrón abandonaron el puerto de Brisbane y nadaron hasta las islas Salomón para tomar un descanso. Alrededor de las seis de la tarde continuaron nadando hasta su próxima parada: Las islas Hawái.

A bordo del Marsella, los marineros (sin nada que hacer) caminaban contemplando el vasto horizonte. Joseph, no se movía de la proa pues era su lugar favorito; podía sentir la brisa, ver el paisaje con mayor claridad, y observar la parte baja del buque.

Pasaron los días, faltaba poco para pisar las islas Hawái. Los marineros esperaban con ansias pues su capitán les notificó que tenían permiso de pasear por la isla en cuanto terminaran con su labor.

—¿No es asombroso? — Preguntó Evan lleno de alegría —Siempre quise conocer Hawái. —Si. Ha de ser un lindo lugar— Respondió Joseph — ¿Te emociona la idea de pasear por la isla? Evan respondió con un "si" actuando como un niño de cinco años.

Luego de conversar con su compañero, caminaron hasta la popa, en donde otro marinero observaba a lo lejos unas pequeñas islas. Buscaron en el mapa de Oceanía, pero no tenían nombre. Evan creyó que eran las islas Marianas, pero Joseph sabía que no se trataba de dicho lugar, pues el Marsella pasó por allí hace varios días.

Joseph y Evan pensaron por un largo rato sobre las extrañas islas que vio su compañero, pero algo captó la atención de uno de los muchachos.

—¿Viste eso? — Preguntó Joseph

—¿Qué cosa? — Contestó Evan buscando en el agua

—Ahí... — Señaló Joseph desesperado por lograr que su compañero viese aquello.

Evan al no ver nada caminó hasta la proa, Joseph seguía en el mismo lugar intentando ver con claridad hasta que pudo ver algo de color azul metálico. El joven, sorprendido gritó llamando la atención de Evan, pero lo único que logró conseguir fue ahuyentar a lo que había bajo el agua.




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