Crónicas de una sirena enamorada 1

La fiesta

Mientras en tierra firme descansaban, en Tritonia los soldados se preparaban para hacer guardia. Desde el día en el que el reino del pacifico fue sorprendido por sus vecinos, Ranhir se ha esforzado por mantener seguro el lugar.

Al mismo tiempo Atolón seguía planeando el rescate. Pero, nada daba resultado.

 

—Maldito seas, Ranhir— decía entre dientes lleno de odio—maldito seas tú, maldito sea tu   pueblo.

Consumido por la ira, su sed de “venganza” se hacía más grande. El príncipe del caos era un total descarado que luego de hacer daño iba por la revancha. La sirena que él deseaba y su padre encerrado en el reino vecino, era más que suficiente para estar al borde de la locura.

Atolón pensó y pensó hasta que un fuerte dolor de cabeza impidió que continuara. Decidió descansar un poco, y cuando se sintió mejor, decidió emprender un viaje hasta las fosas de las cariacas, lugar donde hacen grandes fiestas al estilo de Atolón: llenas de corrupción y otras actitudes inmorales.

Las horas corrían y Brisbane era testigo de un bello amanecer. Joseph se preparaba para ir al instituto, lo esperaba una larga jornada. En su mente solo había recuerdos de aquel día en el que vio a Lumina por primera vez en aquella roca, o cuando le dijo a la sirena que sentía amor. A pesar de todo, Joseph no se atrevía a ser aún más directo, cosa que lo atormentaba.

La hora del descanso había llegado, el marinero se ubicó en el jardín y allí se entretuvo leyendo historias sobre sirenas. En ese instante Evan se acercó y vio el contenido del libro e inició la conversación: —¡compañero! Qué bueno encontrarte. ¿Has pensado algo al respecto? — preguntó Evan esperando una respuesta positiva.

Joseph contestó: — no mucho, la verdad. Hoy tuve una serie de recuerdos en clase, aquella mañana en el parque cerca de la playa… le dije a Lumina que la amaba y pareció incomodarle. No le he dicho más nada al respecto. Supongo que ella olvidó lo que le dije.

—Entonces, ella sabe que la amas ¡caramba! —dijo Evan—hagamos algo, llévala esta noche a mi casa, habrá una fiesta y sería genial si llegan y pasan un rato agradable juntos.

A Joseph le pareció un buen plan y aceptó la invitación de su amigo. Luego de casi siete horas de clase, el joven llegó a su casa y permaneció allí unos minutos. Le comentó a su madre lo que tenía planeado esa noche, pero a Judith no le pareció del todo bien.

—Sabes que no confío mucho en estas cosas. No sé cómo explicarlo, hijo. —Es en casa de

Evan, mi amigo del Marsella. Quiero llevar a Lumina para que se entretenga y conozca un poco más sobre nosotros. Deseo pasar más tiempo con ella.

 

—De acuerdo. Pero no vayas a embriagarte y cometer estupideces—dijo Judith

 

Joseph no comprendía nada de lo que hablaba su madre—¿por qué lo dices? No recuerdo haber hecho una estupidez ni haber estado ebrio.

—¿Seguro? — decía Judith entre risas—¿por qué no le preguntas a tu hermano? Tal vez él recuerde la vez que te pasaste de copas y corriste al mar porque según tú llegarías nadando a las islas Galápagos—miró a su hijo y continuó—Nina trabajaba como salvavidas, fue así como conoció a tu hermano.

Joseph tomó una galleta, sonrió y comentó—bien, tómalo, por el lado amable—se detuvo y miró atrás— de esa estupidez van a nacer tus nietos—continuó caminando hasta la puerta principal, salió de casa y se dirigió a casa de Stara en busca de Lumina.

A pocos metros, el joven se encontró con Danielle quien años atrás lo rechazó. Intentó saludarlo y aunque el muchacho fue algo amable con ella, la ignoró cuando aquella chica le comentaba sobre la fiesta que haría Evan esa noche.

—Sí, estoy al tanto de todo. Evan me invitó, gracias por el dato.

—Bueno, ya que te veo ¿podemos ir juntos?

—Lo lamento Danielle, iré con alguien más— contestó Joseph un tanto cortante y siguió caminando hasta la casa de su antigua vecina. Al llegar a casa de Stara, se detuvo antes de tocar la puerta—¿por qué se acercó tan amable esa mujer si en el fondo me odia? — balbuceaba— esto no me agrada—dejó a un lado el tema y dio tres golpes a la puerta.

Las risas provenientes del interior de la casa se detuvieron, pocos segundos después Raynor abrió al ver que se trataba del tímido muchacho

—¡Joseph, adelante! —decía el joven invitando a pasar al marinero —Le diré a Lumina que estás aquí.

—Antes quiero hablar con tu madre— comentó el Joseph despertando curiosidad en Raynor, quien rápidamente fue en busca de Stara. Mientras tanto Joseph esperaba en la sala pensando en cómo decirle a la gran sirena para que le permitiese a su sobrina ir con él a casa de Evan esa noche.

—Joseph, ¿cómo estás? —hablaba Stara mientras se acercaba al marinero. —Muy bien, un poco estresado por mis deberes en el instituto, pero todo bajo control.

Stara le dijo que tomara asiento, por un momento pensó que había problemas con Lumina.

Así que guardó silencio y esperó a que el joven iniciara la conversación.

—Estoy aquí porque quiero llevar a Lumina a una fiesta esta noche.

—¡Fiesta, dices! —exclamó Stara y preguntó después— ¿en casa de quién?

 

—Será en casa de Evan, un amigo del buque en el que estuve recientemente. Además, muchos lo conocen en el vecindario.

Stara pensó y recordó quién era el joven —bien, voy a darle el permiso, pero prométeme que cuidarás de mi sobrina. No querrás problemas con un pueblo entero si algo malo le ocurre a la hija del rey.

—Lo prometo. No la dejaré sola ni un segundo—dijo el marinero—confíe en mí.




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