Crónicas de una sirena enamorada 3

En el que Amaranta y Lumina persuaden a Leyniker

Al llegar a casa, Joseph le notificó a su esposa que Amaranta y el soldado Leyniker estaban de visita. Sin duda para Lumina era una agradable sorpresa, quería saber en qué concluyó el enfrentamiento entre Tritonia y el pueblo vecino de Marania. La sirena pudo percatarse de que su hermana se encontraba molesta, así que se alejó un poco de la sala de estar y llamó la atención a la princesa Amaranta para conversar con ella, sin que Leyniker y Joseph escucharan. 

Amaranta, entendió el mensaje de su hermana mayor y se acercó a ella. Lumina la tomó por el brazo y la llevó hasta el patio trasero para preguntarle la razón por la cual se encontraba molesta. 

—Siento que me están ocultando algo en el palacio —respondió la sirena más joven mientras empuñaba sus dedos —Mi tío, Traimor y hasta mi padre. Hace días fui al palacio de Kermadec por respuestas, pero todo fue en vano. Traimor y el tío Thaón guardaron silencio, eso es algo que me molesta.

—No deberían ocultarte cosas si pretenden que tú tomes el lugar de nuestro padre. Se supone que él detesta estas cosas. —comentó Lumina —¿Le preguntaste a él qué es lo que ocurre? 

A lo que Amaranta respondió —Incluso él evadió a mi pregunta. 

—Es muy extraña esa actitud. ¿Leyniker te ha dado respuestas? 

—No.

Lumina entró a la casa y llamó al prometido de su hermana menor para sacarle la verdad. El soldado miraba con recelo a las hijas del rey, quienes lo observaban de la misma manera que Ranhir a sus súbditos cuando está por regañarlos.

—¡Leyniker, acércate!  —ordenó Lumina. 

El soldado caminó lentamente hasta acercarse a las princesas. Lumina tomó al Leyniker por el brazo y de manera cortante le preguntó —¿De qué hablaron en aquella reunión? 

—Princesa Lumina, eso desearía saber yo. —respondió el tritón con la voz entrecortada. 

—No me engañes, soldado. Sé que están entrenados para no decir nada en caso de ser capturados por los adversarios. ¡Habla ya! No le ocultes nada a tus gobernantes, mi padre no está aquí, pero yo también te puedo castigar. —Lumina tomó la daga de Amaranta para asustar a Leyniker. 

En ese momento, Joseph salió al patio encontrándose con semejante escena. Al ver que Lumina le apuntaba a Leyniker con una daga, regresó al interior de la casa sin decir nada. Pocos segundos después, el marinero observaba a los tritones desde la ventana de la cocina —Para ser uno de los soldados más fuertes, ese Leyniker se deja intimidar muy fácilmente por dos delicadas y encantadoras sirenas. 

Mientras tanto, en medio de aquel hermoso jardín, las sirenas seguían persuadiendo al soldado para obtener respuestas, pero Leyniker no sabía nada. Finalmente, luego de la explicación por parte del soldado, Lumina dejó de apuntarle con la daga y le hizo entrega de la misma a su hermana. 

—Entonces ¿Dices que te ordenaron salir a tí en específico del salón para llegar a un acuerdo? —cuestionó Lumina al ver que Leyniker decía la verdad. 

—¡Así es! Yo también quiero saber qué fue de lo que hablaron al interior de aquel salón, pero siempre que pregunto, mis compañeros se rehúsan a contestar al interrogante.

—En ese caso me quedaré en tierra firme con mi hermana, no regresaré al palacio hasta que me digan qué es lo que pasa. —pronunció Amaranta —cuando crean conveniente darme las respuestas que busco, entonces y solo entonces regresaré. De lo contrario, no volverán a ver mi rostro en Tritonia ¿Entendido? 

Leyniker asintió, miraba fijamente a su prometida como si tratara de percatarse de que estaba segura de sus palabras. —¡Está bien! Regresaré a Tritonia en un par de horas y daré tu mensaje al rey.

—¡Gracias! —exclamó la sirena.

Después de su intento por obtener respuestas, las sirenas entraron a la casa. Leyniker sentía que lo buscaban por el intenso brillo de su collar. El soldado regresó al fondo del océano y cumplió con su palabra de darle el mensaje de Amaranta a su padre. Ranhir se molestó tanto que no dijo nada, solo ordenó a Leyniker ir con el resto de soldados mientras que él pensaba qué hacer con su hija.

Al día siguiente, las hermanas salieron a dar un paseo por la playa. Ambas sirenas observaban a Joseph quien a lo lejos acompañaba a su hermano William. Los Verlander buscaban conchas y otros objetos que sirvieran de decoración para el restaurante. 

—¿Crees que Leyniker dijo la verdad? —cuestionó Amaranta mientras le daba tiernas caricias al pequeño Christopher. 

—Lo vi en sus ojos, tal vez le ordenaron salir porque sabía que era el único que podía contarte lo que allí se habló —respondió Lumina mientras cubría a la pequeña Joselyn con sus brazos. —Fueron muy astutos al pedirle a Leyniker que abandonara el salón. Es muy molesto que ahora estén con tanto suspenso, especialmente en estos tiempos que Atolón ha vuelto. 

En ese momento, los hermanos Verlander se acercaron a las sirenas. William saludó a las mujeres y a su vez se despidió pues debía regresar al restaurante para ayudar a Nina con la decoración del lugar. 

El marinero propuso visitar a Stara y acompañarla por unas horas. Sin vacilar, las sirenas aceptaron y caminaron junto a Joseph hasta la casa de la gran guerrera de cola blanca. 




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