Crónicas de una sirena enamorada 3

Tritonia: un reino inhóspito y sin gobernantes

Fuertes gruñidos e incomparables burbujeos era lo único que se escuchaba bajo las aguas del Pacífico. Iryatum y Cygnus-Lodon se hirieron mutuamente a gravedad, pero estos batallaban constantemente, pues Iryatum se defendía de su contrincante, el cual quería devorarlo. 

Sin importar que aquellos seres estaban cerca, y corrían peligro de ser devorados o aplastados, Lumina y Atolón se enfrentaron llevando a cabo una increíble pelea en la cual el despiadado rey llevaba la delantera. 

La sirena estaba agotada, sin aliento para seguir vengando la muerte de su adorado padre. Lumina lloraba sin cesar al ver que no podía ganarle al asesino de su progenitor. Por su parte, Atolón parecía disfrutar de la desgracia de aquella hermosa y delicada sirena que alguna vez le fue negada como esposa. 

—¡Ríndete, Lumina! Ríndete y vete a tierra firme —pronunció Atolón apuntando a la sirena con la espada —tú ya no perteneces aquí, y dentro de muy poco tiempo no tendrás nada que buscar ni a nadie a quien visitar en este nauseabundo lugar.

—¡Eso jamás! — exclamó la sirena blandiendo su espada, desafiando a su adversario —No me iré de aquí hasta haberte derrotado, Atolón.

—¡Vaya que eres valiente! —luego de pronunciar aquellas palabras, Atolón llevó su mirada hacia Joseph —después de Ranhir sigues tú, marinero de mala muerte. 

Joseph sintió temor ante la amenaza de Atolón, pero no iba a demostrarle que le tenía miedo —¡Quiero ver que lo intentes! 

—¡Humano insolente! —expresó Atolón —al parecer ya olvidaste cual despiadado puedo ser,  no será difícil desmembrarse, Joseph —el ruín Atolón pronunció el nombre del marinero con asco. 

—¡Entonces ven y liquidame! ¿Acaso no es eso lo que tanto has anhelado durante años? —habló Joseph con firmeza, desafiando al malvado ser que intentó asesinarlo una vez —ya no soy aquel marinero de veintitrés años que secuestraste —¡Ven y  pelea, maldito!

Atolón empuñó con fuerza su espada, la ira lo consumía pues, no toleraba que un humano lo desafiara y menos si se trataba de Joseph Verlander, el marinero mercante nativo de Australia que logró lo que él nunca pudo: conquistar a Lumina.

 

En ese momento, Thaón observaba desde lejos con asombro a aquel humano desafiaba al peor de los villanos del fondo del océano en toda la historia. El rey de Tritonia del Sur debía intervenir de algún modo, pues Joseph corría peligro a pesar de no tenerle miedo a su oponente. —Ese joven es muy valiente al enfrentar al abyecto de Atolón —tomó su espada y lentamente nadó hasta acercarse al marinero y dirigiendo su fría mirada al hijo de Maher, advirtió —antes de pelear con el humano tendrás que derrotarme.

A lo que Atolón dijo con una sonrisa malévola —será un honor para mí pasar a la historia como el rey que asesinó a los hijos de Tristán el mismo día. 

Thaón y su adversario se miraban fijamente mientras que Joseph se acercó a Lumina, tomándola por el brazo y llevándola lejos en busca de refugio. Ambos llegaron al interior del panteón, en donde se encontraba oculta el resto de la familia real. 

—¿Y mi padre? —preguntó Traimor preocupado.

—Enfrentándose con Atolón —contestó Lumina.

Desde el lugar, los miembros de la familia real tenían la esperanza de que Thaón vengara la muerte de los miles de inocentes que perdieron la vida por causa de Atolón, en especial el gran Ranhir, que luchó hasta el último segundo de su vida por defender y proteger a su pueblo. 

—¡Oh, poderoso Poseidón! dios de los mares, te imploro que protejas a mi padre —clamó Traimor, quien sentía deseos de salir y luchar para ayudar a Thaón. 

Por su parte, los soldados de Marania le iban ganando a los tritones. Habían asesinado a más de la mitad del ejército de la gran nación del Pacífico, pero un enemigo oculto se preparaba para luchar, y se acercaba la hora de su actuación. Solo bastaba un terrible suceso que estaba por acontecer: Otra muerte. 

Entretanto, Evan y su sobrino seguían reunidos. El hijo de Maher intentaba convencer al joven príncipe de pasarse al camino correcto, pero a pesar de todo, el hijo de Atolón no se atrevía a darle la espalda a su padre por temor de ser severamente castigado. 

—Déjame ayudarte, Adón —dijo Evan extendiendo su mano —si tanto llegaste a sentir empatía por el rey Ranhir, dame tu mano y luchemos juntos por acabar con esto de una vez por todas. Solo tú puedes enmendar este error.  

De pronto, una voz a las espaldas de Evan, pronunció —no hay error que enmendar.

Sorprendido, Evan volteó y su mirada se encontró con la de Avarinia, quien pudo dar con su hijo. La cariaca hirió al hermano menor de su esposo en el brazo derecho atravesándolo con la daga y tomó a su hijo quien no soportaba escuchar el desgarrador alarido de Evan.

—¡Suéltame, madre! —exclamó Adón mientras forcejeaba —¡Debo ayudarlo!

Avarinia se oponía y con todas sus fuerzas tiraba de su hijo intentando llevarlo de regreso a Marania, pero Adón hacía lo imposible por liberarse de su madre para auxiliar a Evan. 

En medio de aquel terrible encuentro entre Avarinia y su cuñado, surgió algo que nadie esperaba: Adón se vio obligado a causarle una cortada a la mano de su madre para liberarse y nadar de regreso para llevar a Evan con los demás. Avarinia gritaba sobremanera no por el dolor sino por la ira de ver que su hijo al parecer comenzaba a renunciar a la causa de su padre. 




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