Crónicas de una sirena enamorada 3

¿Qué has hecho, Atolón?

Rinah y Aramanta nadaban velozmente de regreso al salón en donde se encontraba la malvada reina Aravinia, esperando por sus homólogas para iniciar una pelea. En el camino, Amaranta le pidió a Rinah que enviara un mensaje a su padre por refuerzos. Rainah se desvió un poco en busca de algún soldado que viajara hasta el Tánzur para pedir ayuda. Krauser era el más cercano, así que la sirena le encargó el trabajo y regresó con Amaranta. 

Krauser nadaba de manera sigilosa hasta acercarse a la corriente submarina más usada por los tritones: La gran transportadora oceánica. El soldado llegó hasta el portal, pero fue sorprendido por un miembro del ejército maranio que lo hirió a un costado del abdomen. 

El soldado logró clavarle la espada a su enemigo cuando este le dio la espalda, causándole la muerte en cuestión de segundos. Acto seguido, el soldado siguió nadando hasta llegar al  palacio de Tarek, en donde fue recibido y atendido de manera inmediata. 

—¿Quién te hizo esto, valiente guerrero? —cuestionó el rey. 

—Un soldado maranio, pero logré acabarlo —dijo Krauser en su agonía y continuó —vine por petición de la princesa Rinah, quien solicita refuerzos para acabar con Marania en la guerra que hay desatada en este momento —respiró profundo —los hijos del gran Tristán fueron asesinados por Atolón y los descendientes corren peligro, entre ellos el joven príncipe de Tritonia del Sur, su nieto, alteza. 

A lo que Tarek escuchó que su nieto, el príncipe Tristán estaba en peligro, pronunció —No permitiré que Tritonia siga padeciendo, enviaré a mis soldados y ayudaremos a liberar a tu pueblo —luego puso su mano sobre la frente de Krauser —tú descansa y quédate tranquilo, todo saldrá bien ¡Lo prometo!

Al escuchar esto, Krauser dijo sus últimas palabras —que los dioses del Olimpo protejan a los Tánzures en esta pelea —suspiró y finalmente, el soldado falleció. 

Tarek ordenó a su ejército viajar a Tritonia para ayudar a los soldados de aquella nación a pelear contra Marania. El rey Tánzur no estaba dispuesto a viajar debido a que la noticia de la muerte de Ranhir y su hermano Thaón, lo afectó. 

Entretanto en Tritonia, Amaranta y Rinah se encontraban frente a Avarinia preparadas para luchar mientras que en el exterior del panteón, Atolón y su padre seguían peleando. El rey maranio no toleraba que Maher y Adón actuaran de semejante manera. 

Por otro lado, en la cueva de los cantos, Andrómeda y Lira curaban la herida de Lumina mientras que Stara tomaba los collares de luz de sus hermanos para destruirlos. 

Gema, Raynor y Perla custodiaban la entrada de la cueva y pedían a los dioses que sus hijos resultaran ilesos de todo ese conflicto que hacía padecer al pueblo tritón ante el inconmensurable odio en el corazón del perverso rey Atolón.

Los jóvenes descendientes se reunieron en el gran salón del palacio de Tritonia del Norte, en donde juntos se armaron de valor para salir a pelear, pero a pesar de eso, no se atrevían y esperaban por un milagro para que la paz en la nación del Pacífico reinara nuevamente.  

El grupo de jóvenes guardó silencio y en ese momento algo los tomó por sorpresa: A lo lejos, los gritos del ejército del Tánzur se escuchaban aproximándose dispuestos a atacar. 

Los gritos de batalla emitidos por el ejército de Tarek, llenaron de esperanza a los soldados tritones, quienes recobraban poco a poco sus fuerzas para seguir peleando por restaurar la paz y la armonía de su nación. 

—¡Son ellos! —dijo Tristán —los tánzures han llegado en nuestra ayuda. 

—¿Cómo sabes que son ellos? —preguntó Pandora —¿Cómo puedes estar tan seguro?

—Porque ese también es mi pueblo aunque mi madre no sea nativa de allí, no lo olvides, hermosa sirena. —contestó Tristán con una enorme sonrisa de satisfacción al saber que su abuelo adoptivo había enviado ayuda para acabar con los maranios. 

Los descendientes tomaron sus armas y se miraban entre ellos,  dispuestos a salir a seguir peleando y demostrarle al ejército enemigo que no se iban a rendir tan fácilmente. Segundos después, soltaron un fuerte alarido y empujaron la enorme puerta que aseguraba el salón, salieron de aquel lugar nadando velozmente, levantaron sus espadas como señal de amenaza, atravesando y decapitando a cuanto soldado maranio se cruzaba en su camino. 

La mística nación submarina del Pacífico ya estaba acabada, sin magia y completamente oscura. Maher vio de lejos a los jóvenes pelear de un lado y por el otro a Avarinia luchar con todas sus fuerzas contra Amaranta y Rinah, quienes a pesar de ser dos contra una, la cariaca les llevaba la delantera. 

—¿Qué pasa, padre? ¿Ahora te duele que Tritonia sea una nación muerta? —preguntó Atolón.

—Los muertos seremos nosotros ¡Entiende! 

En ese momento, Evan y Joseph salieron de su escondite al escuchar los gritos de guerra emitidos por los tánzures. Ambos, sin importar sus heridas, estaban dispuestos a morir con tal de restablecer Tritonia. 

Todos con sus espadas, dagas, cuernos de narval y escudos se enfrentaban a muerte por una enorme causa. Incluso los habitantes del común de Tritona, cansados de todo lo que ocurría, salieron de sus escondites armados con todo tipo de objetos para ayudar a sus valerosos soldados. Los niños y los ancianos siguieron escondidos por obvias razones. 




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