Crónicas de una sirena enamorada 3

Nauplia y los malos recuerdos de Joseph

Al finalizar el viaje, los hombres bajaron al puerto con Lumina y Joseph metidos en cajas de madera. Ambos atados y con la boca sellada para evitar que gritaran por ayuda. El marinero nuevamente forcejeaba por liberar sus manos que habían sido atadas una vez más por los sujetos antes de abandonar la nave. Mientras lo hacía, podía ver por un pequeño agujero a un costado de la caja lo que acontecía a su alrededor, pero especialmente para asegurarse de que no llevaran a Lumina hacia otro lado. 

Por su parte, Lumina había logrado soltarse y permaneció inmóvil para no levantar sospechas. De pronto, todo se oscureció pues ambos se encontraban al interior de un camión de tamaño mediano. Lumina usó su magia para abrir la caja en silencio y salió con el propósito de ayudar a su esposo. 

—¡A ver! ¡Déjame ayudarte! —comentó Lumina mientras ayudaba a Joseph a liberarse y así escapar. 

Cuando Joseph estaba a punto de levantarse, los cautivos sintieron que el camión iba disminuyendo su velocidad. 

—¡Rápido, cielo! ¡Ocúltate! —exclamó Joseph. 

Los Verlander regresaron a las cajas como si nada hubiese pasado. Los hombres finalmente habían llegado a su destino, Lumina y Joseph serían entregados a otro grupo de sujetos los cuales tenían claras las intenciones de asesinar al marinero y prostituir a la sirena.

Los malvados navegantes bajaron las cajas y las dejaron en el callejón en el cual se ocultaban para hacer la entrega de las nuevas víctimas. En un descuido de aquellos criminales, Joseph salió de la caja y sacó a su esposa para escapar, pero los sujetos se percataron y tomaron una red para intentar atrapar a Lumina y llevarla de regreso al lugar. 

—¡Corre Lumina, corre! —gritaba Joseph, pero Lumina estaba cansada. 

De pronto, las piernas de la sirena se convirtieron en cola. Lumina había regresado a su forma natural sin razón. Los hombres al ver semejante cosa cambiaron de opinión y pensaron que ganarían más dinero exhibiendo a la sirena. 

Al verse atrapados en un callejón sin salida, sellado con una enorme reja oxidada, Joseph no tuvo más remedio que permanecer allí protegiendo a su esposa rodeándola con sus brazos.  

—Ganaremos miles de euros con esta mítica criatura —decía uno de los hombres mientras extendía la red—entreganos a la sirena si no quieres perder la vida. 

—¡Jamás! —exclamó Joseph desafiando a los sujetos —tendrán que matarme para llevarse a mi esposa con ustedes. 

—¿Tu esposa? —dijo el otro sujeto.

 Joseph no respondió, solo miraba a los hombres acercarse de forma amenazante con la red para atrapar a la sirena, luego dijo —no den un paso más. 

La respiración de Joseph se aceleraba sobremanera y Lumina comenzaba a llorar de miedo ante la situación en la que se encontraba. Mientras Lumina le pedía perdón por haber cambiado de forma involuntariamente, Joseph cerró sus ojos y las imágenes de su agonizante visita a Nauplia, aquella helada noche en la que corría por su vida junto a sus compañeros, invadía su mente de tal forma que el australiano se comenzaba a enojar. Joseph lloraba de rabia al saber que no tenía fuerzas para defender y proteger a su esposa. 

Cuando los hombres estaban a punto de lanzar la red sobre los Verlander, el joven Christopher gritó —¡Oigan, ustedes dos! Más les vale que dejen a mis padres en paz o de lo contrario le arrebataré la vida. 

Los hombres comenzaron a reír, hasta que Jocelyn y Evan aparecieron. Allí, los hijos de Joseph atacaron a los criminales, quienes murieron pues los jóvenes cortaron sus gargantas. Evan se acercó a sus amigos para saber si estaban bien, y al percatarse de que no estaban lastimados, ayudó a Joseph a cargar a Lumina y salir de aquel solitario callejón cuanto antes, de los contrario, estarían en graves problemas con la policía.

Eudora y Pandora esperaban por ellos a pocos metros. Las mujeres atacaron a los sujetos del local clandestino para poder robar el vehículo y escapar rumbo al mar para nadar a Nueva Parténope. 

Al llegar al palacio de Eudora, la gobernadora les dio posada por unos días hasta que Lumina se recuperara. Por otro lado, Joseph quien se encontraba a la orilla del mar viendo el vasto horizonte y disfrutando de la tranquilidad de la isla, pensaba en sus hijos y en la forma en cómo estos peleaban asesinando a sus adversarios sin piedad. 

—Definitivamente, mis hijos heredaron el espíritu guerrero de los tritones. 

En ese momento, Evan se acercó para brindarle jugo de uva —¿qué pretendían hacer esos tipos?

—Asesinarme y exhibir a Lumina —contestó Joseph —ella cambió de forma drásticamente. Temo que se sepa la existencia de Tritonia y las demás naciones. 

—Pues, no creo que hablen después de lo que tus hijos hicieron. 

—Tienes razón, además debo aceptar que no son esos chiquitines inocentes que vi crecer. 

—Joseph, debes comprender que ellos tienen sangre guerrera y nada puedes hacer al respecto. Creo que ya es hora de que los dejes aprender y tomar sus decisiones —dijo Evan y luego inclinó su cabeza —yo me resigné a la realidad en la que vivo, no puedo pretender que todo sea pacífico y perfecto, tampoco puedo pretender que Pandora viva en un cuento de hadas como en su infancia. 




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