Crónicas de una sirena enamorada 3

Atolon se defiende

Pandora se encontraba a punto de ingresar a la corriente marina que la llevaría hasta las aguas del Atlántico. Enojada, la joven pensaba en asesinar a su tío para que finalmente su padre lograra vivir tranquilo, ignorando el peligro al que estaría expuesta en cuanto llegara la fosa de Puerto Rico. 

Sin saber que Coral estaba en el palacio de Atolón, la chica estaba dispuesta a pelear por rescatar a sus padres del cautiverio. Así que, ingresó a la corriente marina y se dejó arrastrar hasta el otro lado. Stara y Eudora nadaban lo más rápido posible para detenerla antes de llegar a Marania, pero a la velocidad que nadaba Pandora, era imposible alcanzarla. 

Mientras tanto en las profundidades de la fosa de Puerto Rico, en donde reinaba la majestuosa arquitectura del palacio de Marania, Coral atormentaba a los reyes de aquella nación submarina. Cuando se enteró de que el príncipe había escapado, tomó a Avarinia por su larga y blanca cabellera ignorando los desgarradores gritos de la sirena cariaca, que estaba despavorida en ese momento, pensando que Coral tenía intenciones de devorarla. 

Atolón no tenía otra alternativa más que permanecer inmóvil por un instante, debía esperar a que Coral se descuidara para atacar. Cuando finalmente pudo moverse, la malvada sirena se dio cuenta y volteó bruscamente, golpeando al rey con el cetro que tenía en sus manos. 

—Estoy esperando a que decidas pelear conmigo, Atolón. —pronunció Coral soltando a la reina para acercarse a él —¿Qué estás esperando? ¿Un milagro del Olimpo? 

—Ya dije que no quiero pelear contigo, Coral. Toma nuestras riquezas y vete de mi palacio. —demandó Atolón. 

—Te has vuelto cobarde con el correr de los años, no eres aquel intrépido jovencito al que le gustaba causar estragos en otras naciones —habló Coral —¿Qué te pasó? ¿Te afectó la paternidad? 

—¡No sigas, Coral! ¡Ya basta! —exclamó el rey. 

Adón se encontraba en el pasillo esperando por la oportunidad perfecta para atacar a la sirena, tenía pensado herirla por lo menos, para rescatar a sus padres. Por su parte, en la habitación del príncipe, Lumina le pidió a Joseph permanecer oculto y no hacer ruido mientras ella guiaba a sus hijos hasta la cueva en donde reposaba Iryatum. 

De camino a la cueva de Iryatum, Lumina y sus hijos se encontraron con dos guardias tánzures que custodiaban la entrada al lugar. La sirena les explicó lo que pasaba, pero los guardias hicieron caso omiso a las palabras de la princesa. Fue entonces cuando uno de ellos fue por el rey Tarek quien poco después regresó escoltado por varios soldados aparte del que hacía guardia en la cueva. 

—Princesa Lumina ¿Qué hacen usted y sus hijos aquí? 

Nuevamente, la sirena explicó lo sucedido. Tarek dio la orden de dejar salir al monstruo y le advirtió a sus soldados que se alejaran del lugar. Lumina estaba muerta de miedo al escuchar cómo la enorme bestia se aproximaba a la entrada de la cueva. 

Christopher y Jocelyn sentían sus corazones latir a millón, pero algo increíble pasó. Iryatum era dócil ante los hermanos Verlander, especialmente ante Christopher. El monstruo obedecía sin problemas las órdenes del joven sobre todo cuando éste levantaba sus brazos para domar a la bestia. 

—¡Increíble! —exclamó Tarek —jamás había visto algo similar. 

—Iryatum es nuestra solución para terminar con la amargura causada por Coral. Si usted me lo permite llevaremos a Iryatum a Marania para acabar con esa malvada sirena de una vez por todas —explicó Lumina. 

Tarek no pensó en dar la orden, solo pidió que cuidaran de la bestia ya que hasta el momento no nacería otro guardián sino hasta dentro de trescientos años. Lumina y sus hijos prometieron cuidar del monstruo y regresarlo a la cueva sano y salvo. El rey Tánzur volvió a su palacio en compañía de sus soldados, mientras que la sirena y los gemelos regresaban a Marania para cumplir con su objetivo. 

Al llegar al palacio de Marania, la sirena vio a lo lejos a los demás escabullirse entre los pasillos del palacio, pero la incomodaba: Su esposo no estaba en la habitación. —¿A dónde se fue Joseph? — se supone que debía quedarse aquí hasta nuestro regreso. 

—¡Mamá! —habló Jocelyn señalando rastros de sangre que parecían terminar en la habitación en donde Atolón y Avarinia permanecían cautivos. 

—Que no sea lo que estoy pensando, por el amor de Poseidón —pronunció la sirena, se acercó para ver la sangre y tocó su collar de luz para comunicarse con Joseph, pero este no respondió. 

Al interior de la habitación, el marinero estaba inconsciente y muy mal herido. Joseph reposaba tendido en el suelo, perdía mucha sangre debido a una fuerte mordedura que le hizo Coral cuando este puso resistencia al no dejarse devorar por la malvada sirena. 

Atolón lo miraba con total indiferencia en ese momento, pese a sentir algo de empatía por aquel ser humano que tanto odiaba y alguna vez intentó asesinar. En ese instante, el rey maranio se acercó al marinero mercante percatándose que el collar de luz que el humano llevaba colgado en el cuello, brillaba. Atolón tocó el pequeño cristal y respondió por en lugar de Joseph, indicándole a Lumina en cuál de las habitaciones se encontraban. 

—Definitivamente, esa sangre es de Joseph —dijo la sirena y nadó en dirección a la habitación en la que su amado esposo se encontraba. 




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