El sol apenas asomaba entre las calles silenciosas cuando tomé mi caballo y comencé a preguntar en otros alojamientos por un joven con la pobre descripción aproximada que tenía de mis recuerdos de Adrianion. Tras unas horas de infructuosa búsqueda, la gente comenzaba a agolparse en una cotidianidad coreografiada, haciendo mi tarea sumamente complicada. Evidentemente mi compañero no había llegado hasta los Pueblos Libres, y el único asentamiento mas cercano eran los pueblos mercantes justo a la entrada de los bosques. Siendo que llevaba mas de dos días de viaje, y que quizás la carta había tardado dos días mas en llegar hasta mí, no podía ser una buena noticia que él hubiera recorrido tan poco terreno.
Montando con rapidez, me dirigí a los mercados, esperando tener mejor suerte que en mi última parada.
Finalmente, divisé el pueblo a lo lejos. Para mi fortuna, ni bien hube ingresado por las calles principales, pude ver a un joven caminando de puesto en puesto, observando a su alrededor sin tomar nada. Mientras me acercaba, observé que efectivamente se trataba Adrianion, que, con gestos torpes y ojos hambrientos, intentaba robar algo de comida.
Estaba desarreglado y temeroso, y se notaba que no traía consigo mas que un par de herramientas de arado. Era notorio que estos días no habían sido fáciles para él.
Recordando nuestras jugarretas de pequeños, decidí bromear un poco con él y toqué su hombro con intensidad mientras fingía una voz siniestra.
— No esperas comenzar una aventura robando, ¿o sí?
Puedo jurar que sentí su alma abandonando su cuerpo. Adrianion ya tenía la mano puesta sobre un pedazo de queso, mano que de inmediato comenzó a temblar. En tal situación, se giró lentamente hacia mí, con los ojos abiertos de par en par.
— S-solo... Yo iba a pagar, p-perdón, no quería... Es que yo... — solo balbuceaba, sin poder formar una frase decente
Ya no pude contener mi risa, y me quité la capucha.
— Tranquilo solo soy alguien que te ha estado buscando por días —respondí con una sonrisa— Y por lo que veo... Creo que necesitas algo más que queso robado. ¿No te gustaría comer algo decente?
Tras unos instantes, me reconoció, y su empalidecido rostro retomó su color, y con un abrazo dejó en claro mis sospechas previas sobre sus padecimientos.
— Oh, no te das una idea de lo difícil que fue llegar hasta aquí... Los comerciantes, los bandidos, el frío nocturno... — se lamentaba
— ¿Difícil? ¡Tardé dos días en hacer un recorrido de casi una semana! — dije intentando bromear — Y en el camino... — estuve a punto de contarle sobre Sendur, pero involucrarlo hubiera supuesto ponerlo también en peligro — En el camino también tuve mis dificultades. ¿Y tu padre? ¿Cómo es que te dejó partir con tanta rapidez?
— ¿Mi padre? ¿Cómo fue que el tuyo te dejó salir de las granjas? — preguntó evasivamente — Desde lo de mi abuela... Tu madre; que se aisló en los campos por temor al mundo.
— Ah... Si, si te contara toda la historia mis entrañas acabarían por devorarme desde adentro. — respondí, evitando toda mención a la espada — Aún no puedo creer que salieras sin una sola Cipa de bronce ¿Por que no vamos a conseguir algo de comida honesta?
Lo llevé a una tienda cercana y compré comida para ambos. Observando sus herramientas, me sentí tentado a regalarle la espada curva que obtuve del anciano, pero no tenía manera de justificar mi segunda espada. Nos dirigimos a la armería, y aunque no pudimos encontrar nada de buena calidad, compramos una espada bastante decente. Mientras hacía la compra, reflexioné sobre el origen del dinero que estaba utilizando. No podía revelar mi encuentro con Isolda y los líderes corruptos de Sendur, por lo que necesitaba ser cauteloso y austero.
Luego de charlar durante todo el día sobre nuestra vida hasta el momento, decidimos partir al día siguiente. Él no tenía un rumbo fijo, por lo que comenté que necesitaba resolver algunos asuntos en Bisnabi, lo cual aceptó sin demasiadas preguntas.
Siendo un pueblo mercante, no había muchas opciones de alojamiento, pero conseguimos una sumamente económica "habitación", que pronto descubrimos que de hecho, estaba sobrevaluada.
Al recostarme sobre las raídas mantas que cubrían un trozo de madera, observé las estrellas del cielo a través de las tablas que suponían ser nuestro techo. Al concentrarme en su brillo y sus formas, pareció tejerse un gran tapiz, y un sueño intrincado me envolvió. Hallándome en ese estado, presencié una escena que se manifestaba como fragmentos de imágenes dispersas. Frente a mí, una supuesta bruja condenada a las llamas. La pobre mujer de aspecto bondadoso clamaba con palabras enigmáticas, mientras al menos un centenar de individuos le vituperaban. Justo antes de ser consumida por las llamas, y con tono tranquilo murmuró lo siguiente:
Semita septem, unum destinatum.
Solo sanguine redimentur.
Anima mea immortalis restituetur,
cum genere dimittitur.
Sed usque tunc decepta permansurus,
expectans, assidue in expectata benedictione.
Dulcis conciliatio, dilectissimi...
Sus palabras resonaban con una melodía sombría y ancestral, como un eco de un pasado olvidado. La visión se desplazó, revelando un rostro desconocido pero extrañamente familiar. En una expresión que sugería conexiones entrelazadas en los hilos del destino. La escena culminó con la figura de la bruja consumiéndose en el fuego, y su rostro se volvió hacia mí justo antes de desaparecer en las llamas, mientras su voz se perdía en el denso humo y se sentía cada vez mas lejana. El calor abrasador llegó hasta mi y me hizo despertar. El sol se colaba por el mismo lugar que la noche anterior lo hacían las estrellas hasta llegar a mi rostro, y una tenue luz azulada iluminó el cuarto por unos instantes, pero no pude distinguir su origen. Las sensaciones del sueño perduraban, y el enigma de las palabras de la bruja resonaba en mi mente, y aunque su significado escapaba a mi comprensión. Tome algo de papel para registrar sus palabras de inmediato, y mientras escribía me interrumpió un dolor palpitante y punzante en la mano derecha (Con la cual solía sostener la espada, cabe aclarar.). Al observar, noté unas ramificaciones oscuras que surgían en mi palma y se extendían hasta mi muñeca, que, tal vez aún confundido por el sueño, parecían tener movimientos leves. Intenté quitarlas en vano, y a pesar de la repulsión que dicho descubrimiento me había generado, debí ocultarlo rápidamente porque Adrianion estaba despertando.
Editado: 16.10.2024