Crónicas del abismo: La hechicera prohibida

Capítulo 10

El silencio entre ambos duró apenas unos segundos, pero para Alina se sintió como un precipicio. Kaelion apartó la mirada de la entrada del colegio y respiró hondo, como si tomara una decisión que venía aplazando desde hacía demasiado tiempo.

—No podemos hablar acá —dijo finalmente.

Alina miró a su alrededor. El mundo seguía funcionando como si nada hubiera pasado: autos pasando, estudiantes saliendo con mochilas a medio cerrar, profesoras discutiendo trivialidades. Y sin embargo, ella sentía todavía la vibración fría de esa cosa en la nuca.

—¿Dónde entonces? —preguntó, incapaz de ocultar el temblor en su voz.

Kaelion extendió una mano, no para tocarla, sino para invitarla a caminar.
—Conozco un lugar cerca —dijo—. Lo suficientemente público para que te sientas segura. Lo suficientemente aislado para que podamos hablar sin que nada interfiera.

Y sin esperar aprobación explícita, comenzó a caminar.

Alina lo siguió.

No porque confiara en él por completo.
No porque tuviera respuestas.
Sino porque la sola idea de alejarse de él, después de lo que había enfrentado sola hacía apenas unos minutos, la dejaba sin aire.

---

Caminaron en silencio por dos cuadras. El viento arrastraba hojas secas y sombras largas de árboles. Kaelion no la miraba, pero cada tanto Alina tenía la extraña sensación de que sabía exactamente cómo se sentía: si temblaba, si respiraba rápido, si su corazón se aceleraba.

Ella lo observó de reojo.
Su cabello gris, atado atrás, dejaba algunos mechones sueltos que el viento levantaba. Los tatuajes que le cubrían las manos se extendían hacia los antebrazos, líneas y símbolos que parecían moverse con la tensión de sus músculos. Caminaba con una seguridad que no era arrogancia: era… experiencia. Como alguien que estaba acostumbrado a reaccionar antes que los demás.

—¿A dónde vamos? —preguntó finalmente Alina.

Kaelion señaló con la cabeza.
—A una cafetería. No es muy concurrida a esta hora.

Como si la ciudad hubiese escuchado su pensamiento, apareció en la esquina una fachada de ladrillo oscuro con un cartel pintado a mano que decía Nido de Tinta. Tenía ventanales altos, luz cálida y olor a café recién molido escapando por la puerta entreabierta.

—¿Confías en los lugares así? —preguntó Alina con un intento débil de ironía.

—Confío en que acá nadie puede escucharnos —respondió él sin tomarse el comentario a mal.

Entraron.

El interior era pequeño pero acogedor: mesas de madera oscura, libros en estantes, lámparas colgantes y solo dos personas más tomando café en silencio. La atmósfera parecía alejar el caos del mundo exterior.

Kaelion eligió una mesa en un rincón, desde donde podía ver la entrada y todos los rincones del local. Un hábito, notó Alina. No se sentaba por comodidad: se sentaba por estrategia.

Se dejó caer en la silla con un suspiro y la miró como si la estuviera evaluando.

—Antes de empezar —dijo él—, necesito saber qué querés exactamente.

—Quiero saber qué fue lo que me atacó —respondió ella al instante—. Quiero saber por qué vos estabas ahí. Quiero saber por qué sabías dónde vivo. Quiero saber cómo sabías que estaba en peligro. Quiero entender qué está pasando conmigo.

Cada palabra era un golpe contra la mesa imaginaria donde él guardaba sus secretos.

Kaelion apoyó los antebrazos en la mesa, entrelazó los dedos y la miró fixamente.

—Entiendo —dijo, casi en un susurro.

El mozo se acercó, y Alina pidió un té de frutilla sin pensar. Kaelion no pidió nada. Solo esperó a que el mozo se alejara para hablar.

—Voy a contarte lo que puedo —dijo—. No lo que quiero. Y no lo que deberías saber más adelante. Solo lo que puedo sin ponerte más en peligro.

—Está bien —murmullo ella. No estaba bien, pero no tenía otra opción.

Él respiró hondo, como si cada palabra que iba a soltar tuviera peso.

—Mi nombre completo —dijo por fin— es Kaelion Vaelrick.

Alina se quedó quieta.
Era la primera vez que escuchaba un apellido tan… extraño. Parecía cargado de historia, como si fuese más viejo que la ciudad en la que vivían.

—Vaelrick… —repitió Alina con cuidado—. ¿De dónde es ese apellido?

Kaelion ladeó la cabeza, con una sonrisa leve, apenas un gesto.

—De un lugar que ya no existe como antes —contestó—. No es importante por ahora.

Pero su mirada decía lo contrario.

—¿Y vos? —insistió Alina— ¿Qué sos exactamente?

Kaelion entrecerró los ojos.
No molesto. No evasivo.
Simplemente... midiendo qué podía revelar.

—Soy alguien que puede sentir fisuras —respondió—. Alguien entrenado para reconocer cuando algo cruza donde no debería cruzar.

—¿Un… vigilante? —preguntó Alina con cautela.

—Algo así —dijo él—. También puedo percibir ciertos… despertares. Cambios en la energía. Fracturas internas.

Alina parpadeó.
Sentía que él hablaba en acertijos a propósito.

—¿Y por eso sabías dónde estaba yo? —preguntó—. ¿Porque… “sentiste” algo?

Kaelion apoyó los dedos tatuados sobre la mesa, haciendo un leve tamborileo.

—Sentí que algo te estaba buscando —dijo con sinceridad cruda—. Y sentí que vos pensaste en mí.

Alina se ruborizó sin querer.
Era extraño, íntimo, casi invasivo, pero no de una manera que la hiciera retroceder. Más bien le helaba el estómago.

—¿Siempre podés sentir eso? —preguntó, casi en un susurro.

—No con cualquiera —respondió él.

Alina tragó saliva.
La respuesta no era suficiente, pero implicaba demasiado.

—¿Y qué fue esa… cosa? —insistió—. Lo que me siguió.

Kaelion se inclinó hacia adelante.

—Un residuo —dijo—. Un fragmento de algo que nunca debió tener forma. No tiene nombre porque no debería existir. Cuando un límite se debilita, cuando una energía se fractura… esas cosas encuentran un hueco por donde entrar.

—¿Y por qué me seguía a mí? —repitió, esta vez con más urgencia.



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En el texto hay: vampiros, lobos, hechiceros

Editado: 13.12.2025

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