El silencio que había quedado entre ellos después de las revelaciones era espeso, casi material. Pero el gruñido del estómago de Alina lo cortó como una tijera. Tan fuerte, tan inesperado, que incluso la pareja sentada al costado los miró por un segundo.
Alina se hundió un poco en su silla, roja como un tomate.
Kaelion la observó… y levantó una ceja con una lentitud casi ofensiva.
—Interesante señal de peligro —dijo él, serio.
Pero la comisura de su boca tembló apenas.
—No es gracioso —protestó Alina, frotándose la cara—. No comí nada desde el desayuno. Tuve un día… complicado.
—Sí —respondió él—. Luchaste contra un residuo fractal, casi te morís del susto, saliste corriendo del colegio… normalísimo.
—Bueno, perdón por no estar acostumbrada a que horrores sin rostro me quieran tragar —replicó ella.
Kaelion se inclinó hacia atrás en la silla.
—Podría ser peor —dijo con toda la calma del mundo.
—¿Ah, sí? —Alina cruzó los brazos—. ¿Cómo?
—Podrías tener hambre y un residuo detrás —respondió él—. En ese caso yo no podría ayudarte, porque la gente hambrienta es más peligrosa.
Alina lo miró fijamente.
—Eso fue un chiste o estás siendo completamente literal.
Kaelion se encogió de hombros.
—Nunca lo sabrás.
Ella resopló y llamó al mozo.
—Quiero… —miró el menú un segundo— una medialuna, una cookie de chocolate y un tostado.
Kaelion parpadeó.
—Eso es… abundante.
—Tuve un día difícil —repitió ella—. Y vos deberías comer algo también, ya que sos tan experto en aparecerte de la nada. Debe gastar calorías eso.
—Estoy bien —dijo él.
—¿Seguro? ¿O tu dieta consiste en misterio y aire?
—Y ocasionalmente sarcasmo —agregó Kaelion, tan tranquilo que hizo que Alina soltara una risa involuntaria.
El mozo dejó el pedido y Alina literalmente agarró la medialuna como si fuera un salvavidas emocional.
Kaelion la observó por unos segundos, entre curioso y… encantado.
Aunque jamás lo admitiría.
—¿Siempre comés así cuando estás nerviosa? —preguntó él.
—¿Siempre mirás como si fueras a analizar el alma de alguien? —respondió ella con la boca llena.
—A veces —respondió él, serio.
—Era una pregunta retórica, Kaelion.
—Y esta era una respuesta literal, Alina.
Ella puso los ojos en blanco y apoyó el tostado.
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El ambiente se volvió un poco más cálido. La luz suave, el aroma a café, la sensación de estar en un lugar fuera del tiempo… por un momento, Alina casi pudo fingir que no había sido perseguida por una criatura imposible.
Kaelion, sin embargo, seguía observándola con atención. Y Alina, con la confianza que da el hambre saciada, decidió aprovechar la oportunidad para preguntarle más cosas.
—Ya que vamos a estar… ¿trabajando juntos? —comenzó ella, buscando las palabras— creo que es justo que sepa un poco más de vos.
Kaelion asintió lentamente, como si estuviera dispuesto.
Pero ella ya lo conocía lo suficiente para sospechar.
—¿Cuántos años tenés? —preguntó.
—Legalmente, suficientes para no necesitar permiso —respondió él.
—Eso no fue una respuesta.
—Fue una excelente evasión.
—Kaelion…
—Veinte —dijo él al fin—. Más o menos.
—¿Cómo que “más o menos”? —preguntó Alina, frunciendo el ceño.
—La edad es un concepto… flexible.
—Para los mentirosos, sí —replicó ella.
Kaelion soltó una pequeña carcajada.
—Tenés talento para irritarme rápido. Es admirable.
—Gracias —dijo ella con una sonrisa orgullosa.
—No era un cumplido.
—Lo tomo igual.
Él negó con la cabeza, con esa microsonrisa que se escapaba cuando no podía evitarlo.
—¿Tenés familia? —preguntó Alina de golpe, sin rodeos.
Kaelion ladeó la cabeza, sorprendido por la brusquedad.
Después, respondió:
—Tengo… un linaje. Una responsabilidad.
—Eso no es lo mismo que una familia.
Él apoyó los dedos tatuados sobre la mesa, en un gesto que parecía inconsciente.
—Entonces no —admitió.
Por un segundo, ese “no” sonó demasiado vacío. Demasiado real.
Alina bajó el tono.
—¿Y vos? —preguntó él con suavidad—. ¿Querés saber más sobre mí porque te interesa… o porque necesitás confiar en mí para no sentir que estás cayendo en un pozo?
Ella lo miró muy fijo.
—Ambas —dijo honestamente.
Kaelion no se lo esperaba.
Su postura cambió apenas, como si esa respuesta hubiera desarmado una defensa que llevaba años construyendo.
—Bien —dijo él—. Te diré algo más. No importante, pero… algo.
Alina apoyó los codos sobre la mesa, expectante.
Kaelion miró la taza vacía delante de ella.
—Me gusta el olor a tierra mojada —dijo.
Alina parpadeó.
—¿Qué?
—El olor después de la lluvia —aclaró él—. Consideralo un dato personal irrelevante. Pero es todo lo que voy a darte por ahora.
Ella lo miró, intentando descifrar si estaba siendo honesto o si acababa de inventarlo.
—No es un dato tan malo —dijo finalmente.
—Lo sé —respondió él, incluso un poco orgulloso de sí mismo.
—¿Puedo preguntar otra cosa? —preguntó ella.
—Podés —dijo él—. Responderla es opcional.
Alina rodó los ojos.
—¿Qué significan tus tatuajes?
Kaelion se quedó quieto.
Demasiado quieto.
—Eso —dijo con voz baja— es algo que no puedo contarte todavía.
—¿Porque es peligroso?
—Porque cambiaría todo —respondió él.
Ella se quedó callada.
La cafetería parecía haberse vuelto más pequeña, más cálida, pero también más eléctrica.
Kaelion la miró, con esa mezcla de cautela y… cuidado.
—No te miento, Alina —dijo él—. Solo te protejo de verdades que te romperían antes de tiempo.
Ella tragó saliva.
—Entonces… ¿me vas a seguir cuidando?
—No soy tu sombra —respondió él—. Pero hasta que entiendas quién sos…
Su mirada se volvió más intensa.