Crónicas del abismo: La hechicera prohibida

Capítulo 13

La puerta de la cafetería se cerró detrás de ellos con el sonido suave de una campanita metálica, pero para Alina aquel ruido quedó ahogado por el torbellino de pensamientos que se agitaban en su mente. Todavía sentía el pulso acelerado en las muñecas, todavía veía esa cosa—esa aparición, esa sombra, ese ser imposible—que había intentado alcanzarla afuera del colegio. Y todavía sentía la mano de Kaelion tirando de ella, segura, urgente, como si él hubiese estado esperando ese momento desde siempre.

La ciudad seguía con su ritmo, indiferente a su caos interno. Las calles aún tenían movimiento, gente que regresaba del trabajo, luces de locales que se apagaban lentamente con el final del día. Pero había algo… algo en el aire, algo que Alina no sabía describir, como si una corriente sutil de electricidad la recorriera desde dentro.

Kaelion caminaba a su lado, con pasos largos, tensos. No soltaba su brazo, aunque ya no la aprisionaba; era más bien una guía, un ancla. Su rostro, normalmente sereno, tenía una sombra de preocupación que ella nunca le había visto antes.

—¿A dónde vamos? —preguntó Alina en un hilo de voz.

—A un lugar donde nadie pueda alcanzarte —respondió él sin mirarla.

No le explicó más. Y, contra cualquier lógica, ella no pidió más. Había algo en su tono, en su postura, en aquella energía contenida que rodeaba a Kaelion… algo que decía que él entendía lo que estaba pasando incluso si ella no.

Caminaron durante varios minutos. Las calles se volvieron más silenciosas, más antiguas. Faroles de hierro fundido, balcones de época, adoquines gastados. Finalmente Kaelion se detuvo frente a un edificio de fachada oscura, con grandes ventanales y una puerta de madera labrada.

—Es acá —dijo.

Alina abrió la boca para preguntar por qué precisamente ese lugar, pero antes de que lograra articular palabra, Kaelion deslizó la mano frente a la cerradura. Los tatuajes negros y plateados de sus dedos brillaron un instante, como si respondieran a un comando silencioso, y la puerta se abrió con un chasquido casi musical.

La piel de Alina se erizó.

Magia.
No la idea de magia. No un cuento.
Magia real.

Kaelion empujó la puerta suavemente.

—Entrá. —Su voz no era una orden, pero tampoco una sugerencia.

Alina respiró hondo y cruzó el umbral.

El interior era amplio, moderno pero impregnado de algo antiguo. Libros apilados en estanterías altísimas, frascos con hierbas secas, cristales, velas apagadas, símbolos que no entendía enmarcados en madera oscura. Las paredes parecían absorber el sonido. Olía a papel viejo, a té, a tormenta lejana.

La puerta se cerró sola detrás de ellos.
Alina dio un pequeño respingo.

Kaelion pasó a su lado, avanzando hacia la sala principal, donde una mesa de madera maciza estaba cubierta de más libros, algunos abiertos, otros marcados con trozos de tela negra.

—¿Dónde estamos? —preguntó ella, mirando a su alrededor como quien entra en un templo prohibido.

—En mi casa —respondió él sin rodeos.

Ella parpadeó. Un segundo. Dos.
¿Su casa?

Kaelion se dio vuelta para mirarla.
Y esa mirada… esa mirada la atravesó.

Los ojos grises claros estaban llenos de algo que nunca había visto ahí antes: cansancio. Dolor. Culpa.

Y decisión.

—No quería que fuera así —dijo en voz baja—. No tan pronto. No de esta manera.

El silencio se volvió pesado, casi tangible.

Alina tragó saliva.

—Kaelion… ¿qué era eso que me atacó? ¿Por qué me sigue? ¿Qué está pasando conmigo?

Él cerró los ojos un instante, como si esas preguntas lo hirieran.

—No puedo seguir mintiéndote.

Se acercó despacio. No como un depredador, no como un desconocido… sino como alguien que temía romperla. Las luces del apartamento se reflejaban en sus tatuajes—no solo los de los brazos, sino también los que asomaban por su cuello y los lados de su torso, todos conectados como un lenguaje secreto.

—Lo que viste —comenzó Kaelion, con un tono grave que parecía contener siglos— es una criatura que no debería existir fuera del Velo. Y te siguió… porque te siente.

Alina dio un paso atrás.

—¿Siento qué?

Kaelion sostuvo su mirada. Con fuerza. Con dolor.

—Alina… no sos quien creés que sos.

Un latido.
Dos.
Tres.

El aire se volvió espeso.

—Tu nombre… tu verdadero nombre… no es Alina.

Ella sintió el mundo inclinarse bajo sus pies.

Kaelion continuó, cada palabra pronunciada como si pesara toneladas:

—Te llamás Nyxara.

La habitación pareció estremecerse.
Alina sintió un vértigo extraño, como si una segunda conciencia golpeara desde adentro, como si esa palabra abriera una puerta que llevaba toda la vida cerrada.

—Yo… —su voz tembló—. Ese nombre… lo escuché antes. En mi cabeza. En esa visión… ¿Qué significa?

Kaelion respiró hondo y se pasó una mano por el cabello gris, que caía en mechones sueltos desde el pequeño moño.

—Significa —dijo finalmente— que pertenecés a un linaje que todos los clanes creían extinto. Un linaje que nunca debió ser encontrado. Un linaje que… todos temen.

Alina sintió el pecho apretarse.

—¿Qué linaje?

Kaelion la miró como si aquello fuera a quebrarlo.

—El linaje Nocthara.

El mundo perdió sonido.
Solo quedaba el latido frenético de su corazón.

—Pero eso no es lo peor —agregó, con la voz más suave que ella le había escuchado jamás—. Lo peor es que… yo lo sabía. Siempre lo supe. Desde el día en que naciste.

Los ojos de Alina se abrieron como dos lunas de miedo.

—¿Cómo podrías saber eso? ¿Quién sos realmente?

El silencio pareció detener el aire en el departamento.

Kaelion dio un paso hacia ella.

—Soy Kaelion Vaelrick. Consejero del Alto Cónclave de Hechiceros. Guardián del Velo.
Y la persona que te dejó en el hogar…
…para protegerte.



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En el texto hay: vampiros, lobos, hechiceros

Editado: 13.12.2025

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