Crónicas del abismo: La hechicera prohibida

Capítulo 15

El silencio que siguió a la última confesión de Kael no fue incómodo; fue denso, respirable, como si la casa entera estuviera afinando el oído para no perder ni un susurro más.
Alina sostenía la taza del gatito entre las manos, acariciando el borde con el pulgar como si la textura de la pintura pudiera ayudarla a ordenar todo lo que hervía dentro de su pecho.

Kael, sentado frente a ella, la observaba con ese rostro en el que parecía que cada emoción era filtrada tres veces antes de mostrarse. Había una calma tensa en él… pero sus ojos gris claro lo traicionaban.
Había inquietud.
Había cansancio.
Y había… algo más. Algo nuevo.

Alina dejó la taza sobre la mesa baja, junto a un libro abierto que Kael había descartado cuando la situación se volvió urgente.

—Bueno —dijo, rompiendo suavemente la tensión—. Me contaste de mí. Ahora te toca a vos.

Kael levantó apenas una ceja, con ese gesto sutil de “sabía que venía esta pregunta pero igual no estoy preparado”.

—¿De mí? —repitió, aunque no lo dijo a modo de evasión. Era más bien un aviso de que la respuesta venía con peso.

—Sí, Kael. Ya sé que me conocés desde que nací, que me dejaste en el hogar, que querías ocultarme. Pero no sé nada de vos. ¿Quién sos vos? ¿Quién eras antes de todo esto? ¿Qué es exactamente ese clan tuyo?

Kael apoyó los codos en las rodillas, juntando las manos. La luz cálida del living se reflejó en los tatuajes que subían por sus brazos, plateados en ciertos ángulos, oscuros en otros. Alina se dio cuenta entonces de que nunca lo había visto así: sin máscaras, sin postura de “guardián”. Era un hombre joven con siglos de historia encima… y por un instante, eso la conmovió.

—Está bien —dijo finalmente—. Querés saber de dónde vengo. Te lo voy a contar.

Alina afirmó con la cabeza.

Kael inspiró profundo.

—Vengo del Clan Vaelrick. Un linaje antiguo… incluso para los estándares del Cónclave. No somos hechiceros comunes. Nuestra magia no nace del estudio, sino del Velo mismo. —Sus ojos se perdieron un segundo en el aire—. Somos los que sostienen la frontera entre este mundo y lo que está del otro lado.

Alina entrecerró los ojos.

—¿Como guardianes?

—Como presencias incómodas en medio del equilibrio —dijo Kael con una sonrisa amarga—. Somos los que evitamos que criaturas del Velo crucen. Y también los que nos aseguramos de que quienes tienen magia peligrosa… no la usen sin control.

Alina sintió un pinchazo en el pecho.

—¿“Quienes tienen magia peligrosa”? ¿Te referís a los Nocthara?

Kael no respondió enseguida. Sus dedos apretaron el borde del sillón, y su mirada se volvió más oscura, como si una sombra le atravesara los recuerdos.

—Era… parte de nuestra tarea —reconoció—. La historia con los Nocthara viene de mucho antes de mi nacimiento. Mi clan fue uno de los que votó en contra de la erradicación, aunque nadie lo recuerda. Pero igual… igual formábamos parte del Cónclave. Y cuando el resto decidió eliminarlos… nadie pudo oponerse abiertamente sin desencadenar una guerra entre clanes.

Alina bajó la mirada.

—Y aun así me salvaste.

Kael sostuvo su mirada sin apartarse.

—Porque había una línea que no estaba dispuesto a cruzar. Y matar un bebé… nunca debería ser opción para nadie.

El silencio se expandió entre ellos, cargado de algo que no era culpa ni perdón. Era algo más íntimo. Una especie de aceptación involuntaria de que sus vidas estaban unidas desde mucho antes de que Alina pudiera hablar.

—¿Y vos? —preguntó ella, con el ceño levemente fruncido—. ¿Qué eras antes de ser un guardián? ¿Tenés familia? ¿Amigos? ¿Alguien más que sepa lo que hiciste?

Kael soltó un suspiro entrecortado. No trágico. Real.

—Familia… no exactamente —respondió—. El clan es una familia en un sentido ritual, no afectivo. Desde que tengo memoria fui entrenado. Preparado. No había lugar para vínculos. Ni para preguntas. Ni para… —hizo una pausa— para decisiones propias. Salvo la que tomé el día que naciste vos.

Ella lo miró con intensidad nueva.

Algo en su pecho dolió.
No sabía si por él.
O por lo que significaba.

Kael desvió la mirada apenas, incómodo ante tanta verdad revelada de golpe. Pero Alina no lo dejó escapar.

La voz le salió firme, clara.
Decidida.

—Necesito dos cosas, Kael.

Él volvió a mirarla, sorprendido por el tono.

Alina levantó el mentón apenas.

—Quiero que me entrenes. Y quiero que avises al hogar que estoy bien y que no voy a volver por un tiempo.

Kael parpadeó, lento, como si su cerebro procesara las palabras una por una.

—Alina…

—No. —Lo interrumpió. Tenía el pulso acelerado, pero la voz estable—. No voy a quedarme acá sentada esperando que el Velo decida abrirse enfrente mío otra vez. No voy a ser una víctima. Si tengo esta magia… si soy esto… entonces quiero aprender a usarlo. Quiero controlarme antes de que otros intenten controlarme a mí. Vos sabés entrenar. Sabés luchar. Sabés lo que soy. Nadie más puede hacerlo.

Kael abrió la boca para replicar, pero ella no lo dejó.

—Y también quiero que les digas al hogar que estoy bien. No quiero que pasen por otra noche preguntándose si desaparecí, si me pasó algo. No se lo merecen. Y yo tampoco me lo merezco.

Kael apoyó una mano en su rostro, masajeando el puente de la nariz con los dedos. El gesto era un “esto está mal” mezclado con un “sé que voy a hacerlo igual”.

—No es tan simple avisarles… —murmuró.

—Kael —dijo ella, cruzando los brazos con una seriedad que nunca había usado con él—. Encontrá la forma.

Él levantó la mirada.
No había dureza en sus ojos.
Había rendición.
Y algo parecido al respeto.

—Está bien —aceptó en voz baja—. Voy a dejarles un mensaje seguro. Uno que no despierte sospechas ni atraiga atención del Cónclave.

El alivio de Alina fue visible. Bajó los hombros, respiró, como si se quitara un peso que llevaba semanas aguantando sin admitirlo.



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En el texto hay: vampiros, lobos, hechiceros

Editado: 13.12.2025

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