El amanecer apenas había empezado a empujar la oscuridad cuando Alina abrió los ojos.
No supo si realmente había dormido. Su cuerpo se sentía extraño, vibrante, como si cada célula estuviera afinada demasiado alto. Había electricidad en su interior, una energía pulsante que no sabía si pertenecía a ella o a ese algo que había despertado desde su encuentro con la criatura del día anterior.
Nyxara.
Ese nombre ya no le sonaba ajeno. Era como si lo hubiera escuchado durante años, como si lo llevara cosido en los huesos.
Se incorporó lentamente en la cama que Kael le había preparado: un colchón amplio, una manta gruesa y oscura, y un cuarto que olía a madera vieja, tinta y té. Todo ordenado con esa sobriedad perfecta que parecía parte del ADN de él.
Al levantarse, la electricidad interna se intensificó. No en un sentido doloroso, sino como una expansión, como si su piel fuera demasiado estrecha para contener tanta magia recién despierta.
Genial. Estaba por explotar y ni siquiera había desayunado.
—Perfecto —murmuró para sí—. Hoy va a ser un gran día.
O un desastre. Pero bueno, detalles.
Empujó la puerta del cuarto y salió al pasillo. Apenas dio dos pasos, escuchó ruido en la cocina.
Y ahí estaba Kaelion Vaelrick.
Con el cabello gris completamente suelto, cayendo en mechones largos y algo desordenados por encima de sus hombros, algunos curvándose sobre su clavícula, otros rozándole la mandíbula. No llevaba camiseta —porque aparentemente, la ropa era opcional para él antes de las nueve de la mañana—, y eso dejaba al descubierto los tatuajes que trepaban por sus brazos, hombros y torso como constelaciones quebradas. Líneas antiguas, símbolos del Velo, formas que parecían moverse si las mirabas demasiado tiempo.
Tenía la espalda contra la mesada, y sostenía una taza entre las manos.
—Buenos días —dijo sin mirarla directamente, como si supiera que ella lo había observado con dos segundos de demasiado interés.
Alina entrecerró los ojos.
—¿Siempre entrenás sin remera o es una estrategia para intimidarme desde temprano?
Kael se tomó un sorbo de su bebida antes de responder.
—Es té —dijo—. No intimidación.
—Claro —respondió ella—. Porque nada dice “normalidad” como un hechicero tatuado musculoso tomando té semidesnudo a las siete de la mañana.
—Es verde —corrigió él con seriedad absurda—. Importante no confundir.
Alina levantó una ceja.
—Kael, ¿estás… siendo gracioso a propósito?
—No lo sé —respondió—. Estoy probando.
Ella bufó entre risas contenidas.
Kael le señaló la mesa. Había pan, manteca, miel y otra taza.
—Te hice desayuno. Antes de entrenar necesitás algo en el estómago… y probablemente azúcar. Mucha.
—¿Por qué? —preguntó ella, sentándose.
—Porque tu magia funciona como si tu cuerpo fuese un vivero hiperactivo —explicó él, apoyándose nuevamente en la mesada—. Y el vivero acaba de descubrir que puede crecer a diez metros por minuto. Necesita energía. Y vos también.
—¿Estás llamándome planta?
Kael se cruzó de brazos.
—Una planta explosiva —respondió—. Con mala actitud.
Alina sonrió mientras untaba la miel.
—Gracias. Es lo más dulce que me dijiste desde que te conozco.
—No te acostumbres —respondió con frialdad teatral.
Ella bajó la mirada, pero no para esconder incomodidad: necesitaba disimular la sonrisa que amenazaba con escapar.
Cuando terminaron, Kael se acercó al estante que ocupaba casi toda la pared del living. No había libros comunes. Solo grimorios antiguos, pergaminos, instrumentos metálicos extraños y cajas de madera talladas con símbolos similares a los tatuados en su piel.
—Antes de empezar —dijo Kael sin girarse—, quiero que entiendas una cosa. Tu magia recién despierta no es estable. No responde solo a tus pensamientos. Responde a tus emociones. Y vos sos… emocional.
Alina abrió la boca, ofendida.
—¿Disculpame?
Kael la miró de reojo.
—No lo digo como crítica. Es una descripción objetiva.
—Objetivamente hablando, sos un pesado —contestó ella.
—Lo sé —respondió él con una calma irritante—. Y aun así estoy intentando evitar que incineres mi casa.
Ella parpadeó.
—¿Incinerar…?
Kael suspiró y se acercó a ella.
—Ayer, cuando te asustaste, tu energía se expandió lo suficiente como para quebrar un espacio. —La miró a los ojos—. Hoy vamos a evitar que hagas eso… pero con fuego. O sombras. O lo que sea que vaya a decidir manifestarse esta vez.
Alina tragó saliva.
—Ajá. ¿Y cómo hacemos eso?
Kael sonrió de lado. Esa sonrisa. La peor. La que decía: “esto va a doler”.
—Entrenamiento físico primero. Después canalización. Después control. Después… sobrevivir.
—Ah, buenísimo —dijo Alina—. Me encanta que ese sea el orden.
—No fui yo quien decidió nacer como Nocthara —respondió él.
—No decidí nacer así, Kael.
Él la miró de una forma que la dejó sin aire un segundo.
—Lo sé —dijo, más suave—. Y por eso vamos a hacerlo bien.
Kael la llevó al patio trasero, un espacio amplio, cercado por muros altos de piedra oscura, cubiertos de enredaderas. El cielo estaba gris, pero no por nubes: la magia en el ambiente vibraba. Algo en esa mañana era distinta.
—Primero —dijo Kael, poniéndose detrás de ella—. Quiero que cierres los ojos.
—¿Para qué? —preguntó ella.
—Para que te concentres.
—Kael, me acabás de describir como una planta explosiva emocional. ¿No es peligroso que cierre los ojos?
—Probablemente —dijo él.
Ella lo fulminó con la mirada.
Kael suspiró—. Alina… cerrá los ojos.
Ella obedeció.
—Bien. Ahora… respirá.
—Estoy respirando.
—Respirá bien.
—¿Qué es “bien”?
—No como si estuvieras a punto de discutir conmigo.
—Pero estoy discutiendo con vos.
Kael murmuró algo en un idioma que Alina no reconoció, probablemente un insulto elegante del clan Vaelrick.