Crónicas del abismo: La hechicera prohibida

Capítulo 17

La tarde caía lenta, pesada, como si el día estuviera renuente a morir.
En el patio, donde las últimas brasas de la magia de Alina aún parecían vibrar en el aire, el silencio se había vuelto espeso.

Kael había insistido en que descansara después del entrenamiento.
Insistido, amenazado, sermoneado… lo usual.

Pero Alina no podía dormir. No podía siquiera quedarse quieta.

Su cuerpo entero estaba inquieto. Una energía latente recorría sus venas como un eco, un pulso que no era del todo suyo, que no había existido antes del despertar. Era cálida, oscura, expansiva. Como si alguien —algo— dentro de ella hubiera abierto los ojos después de siglos.

Nyxara.

El nombre volvía una y otra vez a su mente como una campana que nadie había tocado.

Estaba recostada en la cama que Kael le había preparado, mirando el techo, cuando un temblor suave le recorrió la columna.

No era miedo.

Era un llamado.

Una vibración sutil, pero insistente, que provenía de algún lugar más profundo que su propia conciencia.

—Perfecto —murmuró ella, llevándose una mano a la frente—. Otra cosa más para agregar a mi lista de crisis existenciales mágicas.

Apretó los ojos. El llamado se intensificó un poco, como si hubiera respondido sin querer.

—No pienso levantarme —dijo en voz alta—. No pienso ir a ningún lado.

La vibración continuó.

Alina suspiró.

—Genial. Ahora tengo una magia que no entiende el concepto de “no”.

Se incorporó al borde de la cama y se quedó unos segundos ahí, tratando de ordenar su respiración.

El aire de la casa de Kael estaba cargado. No solo de su energía habitual —esa mezcla de piedra antigua, polvo de grimorio y té verde—, sino también de algo más nebuloso. Como si la magia misma del lugar estuviera conteniendo la respiración.

O esperando.

Finalmente se levantó y empujó la puerta con cuidado. El pasillo estaba en penumbras, iluminado apenas por la luz tenue que venía del living. Kael estaba allí, sentado en el sillón, con un libro viejo entre las manos.

Y con el pelo suelto.

Alina se apoyó en el marco de la puerta, cruzándose de brazos.

—Creí que te habías ido a tu dimensión secreta para evitarme —dijo ella.

Kael levantó la mirada. Sus ojos grises se detuvieron en ella como si la escanearan entera en un segundo.

—No tengo una dimensión secreta —respondió con calma—. Sería demasiado trabajo mantener dos casas ordenadas.

—Entonces eso significa que la teoría de que sos un vampiro obsesionado con la limpieza queda descartada.

Kael parpadeó, inexpresivo.

—No soy un vampiro.

—No respondés al sarcasmo, confirmadísimo.

Él cerró el libro con un gesto suave y lo apoyó en la mesa.

—¿Qué sentiste?

Alina vaciló.
Kael nunca preguntaba si sentía algo. Siempre iba directo al qué, como si supiera que dentro de ella se estaba librando una revolución.

—Una… vibración —admitió finalmente—. Como un impulso, no sé. Como si algo dentro de mí quisiera… salir.

Kael se puso de pie. La preocupación cruzó su rostro apenas un segundo, pero fue suficiente.

—¿Hace cuánto empezó?

—Hace unos minutos. No duele, pero es… molesto.

—Molesto —repitió Kael, pensativo.

—Sí. Como vos.

Él le lanzó una mirada seca.

—¿Podés describirlo mejor?

Ella frunció la nariz, buscando palabras.

—Es como… cuando estás por recordar algo importante, pero no termina de venir. Una… presión. Como un eco.

El rostro de Kael cambió.

No lo suficiente para asustarla, pero sí lo suficiente para que supiera que eso no era algo común.

—Kael… —dijo ella más despacio—. ¿Qué significa?

Él no respondió enseguida. Caminó unos pasos hacia ella, lento, cuidadoso, como si estuviera midiendo su energía.

—Significa —dijo al fin— que lo que despertó esta mañana no terminó de despertar. Estás entrando en la segunda fase.

—¿Segunda fase? —repitió ella—. Ah, buenísimo. ¿Cuántas fases hay? ¿Cinco? ¿Diez? ¿Noventa? ¿Me voy a convertir en un dragón?

—No sos un dragón —dijo Kael, aunque su tono no negaba la posibilidad de las otras preguntas.

—¿Entonces qué soy? —preguntó ella, dando un paso hacia él—. ¿Qué está pasando adentro mío?

Los ojos grises de Kael la sostuvieron unos segundos.

—El despertar Nocthara no ocurre todo de una vez —explicó—. Primero surge la energía. Después, la conexión. Y finalmente… la memoria.

Un escalofrío le recorrió la piel.

—¿Memoria?

Kael asintió.

—Vos no sos la primera Nyxara. Y tu magia… lo sabe. Está buscando lo que falta.

Alina abrió los ojos con sorpresa.

—¿Querés decir que voy a recordar…?

—No lo sé —interrumpió Kael, más rápido de lo habitual—. Cada Nocthara es diferente. No voy a adelantarte nada que no esté seguro. Solo sé que esta fase puede manifestarse de muchas formas.

—¿Como vibraciones molestas?

—Como vibraciones molestas —confirmó—. Y como visiones. O reflejos. O reacciones espontáneas a estímulos que todavía no identificaste.

Alina lo miró fijamente.

—Eso suena peligroso.

—Lo es.

Sus miradas se sostuvieron un instante más largo de lo normal.
Una corriente invisible tensó el aire entre ellos.

Alina tragó saliva.

—¿Y ahora qué hago?

Kael inhaló profundo.

—Vení —dijo él.

Ella lo siguió hasta el centro del living. Kael levantó una mano y, con un gesto suave, encendió todas las velas del cuarto al mismo tiempo. La luz cálida iluminó su piel marcada por tatuajes, sus ojos grises, su expresión concentrada.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó ella.

—Ver si esa vibración puede ser guiada —respondió—. Antes de que decida hacer… cualquier cosa sola.

Alina suspiró.

—¿No sería más fácil tirarme agua fría encima?

Kael la ignoró por completo.

Extendió su mano hacia ella, palma hacia arriba.

Alina la miró un segundo, dudando.



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En el texto hay: vampiros, lobos, hechiceros

Editado: 13.12.2025

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