La mañana llegó demasiado rápido.
El sol apenas rozaba las ventanas cuando Kael abrió los ojos de golpe, como si no hubiera dormido un solo minuto. La casa estaba silenciosa, pero no era el silencio tranquilo del amanecer: era el silencio tenso de la magia contenida.
El aire vibraba con un olor a carbón, a ceniza…
Un olor que él conocía demasiado bien.
Kael se incorporó de inmediato.
El Llamado estaba por llegar.
A unos metros, en la habitación que él había preparado para ella, Alina (Nyxara, aunque no lo recordara) dormía profundamente, un sueño tan pesado que no parecía natural. Su magia la había agotado. O quizá algo la estaba protegiendo del caos que estaba a punto de estallar.
Kael la observó un segundo desde la puerta.
No quería irse.
No podía irse.
Pero el Llamado no esperaba a nadie.
Una quemadura súbita abrió un círculo de fuego en medio del living. Un sello flotó en el aire, girando con movimientos precisos, las líneas incandescentes marcando símbolos del Clan Arcanshade, los hechiceros a los que Kael pertenecía.
La voz salió del fuego sin forma:
—Kaelion, hijo de la Sombra Interior. El Consejo te convoca. Atiende.
Un mensaje formal.
Frío.
Obligatorio.
La llama giró una vez más…
Y esperó.
Kael cerró la mandíbula con fuerza.
No quería responder.
Pero la magia del Llamado presionó contra su pecho, caliente, insistente, como si le quemara la sangre.
La orden era clara:
Si no respondía, lo vendrían a buscar.
Kael exhaló un aire que parecía piedras.
Extendió su mano y el fuego se tensó, reconociendo su energía.
—Kaelion Vaelrick responde. —su voz fue un filo seco, sin emoción—.
—¿Cuál es el motivo de la convocatoria?
Las llamas vibraron con un sonido parecido a un latido.
—Un resurgimiento prohibido ha sido detectado. El Consejo exige tu presencia inmediata.
Kael sintió cómo la sangre se le helaba.
No hacía falta que dijeran más.
Sabían de la energía Nocthara.
O habían sentido algo demasiado parecido para ignorarlo.
—No estoy disponible —dijo Kael, tenso—. Estoy en un proceso delicado.
El fuego se agitó, casi ofendido.
—No se solicita tu presencia. Se exige.
—Una negativa será tomada como desacato.
Desacato.
La palabra cayó como una piedra en el estómago de Kael.
Si lo consideraban desacato, enviarían a los Sabuesos de Ceniza.
No quería verlos cerca de Alina.
Jamás.
Las llamas brillaron más fuerte, esperando.
Kael maldijo en silencio.
Alina seguía dormida. Lo último que necesitaba era despertar sola en una casa que podía ser atacada por cualquier clan mientras él no estaba.
Pero quedarse… también era peligroso.
El sello empezó a desarmarse lentamente:
significaba que esperaba su aceptación.
Kael bajó la cabeza.
—Acepto el llamado.
Las llamas estallaron en un resplandor final…
Y desaparecieron.
El living quedó oscuro, silencioso, oprimido.
Kael apoyó las manos en la mesa, respirando hondo.
Tenía que hablar con ella.
Alina se despertó con un sobresalto.
No por el ruido —no había ninguno—, sino por el vacío.
Kael no estaba en el living.
No estaba en la cocina.
No estaba en su habitual punto de vigilancia silenciosa apoyado en la pared.
—Kael… —murmuró, todavía somnolienta.
Él apareció desde el pasillo, ya vestido con su abrigo oscuro, el que sólo usaba para reuniones formales del clan. Su expresión era más dura que de costumbre, y sus ojos grises tenían un borde frío que ella no había visto en días.
El corazón de Alina dio un brinco.
—¿Qué pasa? —preguntó, enderezándose—. ¿Qué cambió?
Kael dudó un segundo.
Solo un segundo.
Luego habló.
—Mi clan me convocó.
—¿Convocó? —Alina frunció el ceño—. ¿Por qué? ¿No podés decir que estás ocupado? No sé, alegar enfermedad, demencia temporal…
Kael no sonrió.
Ni siquiera lo intentó.
—No funciona así.
Ella sintió una punzada en el pecho.
—Es por mí… ¿no?
Kael bajó la mirada apenas.
—Sintieron la energía. No saben qué sos. Pero saben que algo se despertó. Y quieren saber qué es.
Alina tragó saliva.
—¿Qué… qué van a hacer?
—Depende de lo que crean que sos —respondió Kael—. Y de lo que yo diga.
Un silencio cargado se instaló entre ambos.
Alina dio un paso hacia él.
—No vayas —susurró—. Si te están llamando por mí… no quiero que te metas en problemas.
Kael levantó una mano y le rozó el brazo, un contacto breve, medido, casi prohibido.
—Si no voy, mandarán a otros. Peores. Y vendrán acá.
El mensaje era claro:
Si Kael no acudía, ella estaría en peligro inmediato.
Alina sintió cómo la garganta se le cerraba.
—¿Cuánto tiempo vas a tardar?
Kael dudó otra vez.
—No lo sé.
Era la verdad.
Y eso la asustó más que cualquier otra respuesta.
Ella inspiró hondo.
—Entonces… volvé.
Kael alzó la vista; algo en su expresión se suavizó apenas, un gesto mínimo que cualquiera menos ella habría pasado por alto.
—Voy a volver —dijo.
—Prometelo.
Él guardó silencio.
Las promesas del clan Arcanshade tenían peso.
Peso real.
Magia real.
Pero finalmente murmuró:
—Lo prometo.
Una corriente cálida pasó entre ellos: la palabra se selló.
Kael dio un paso atrás.
—No abras la puerta a nadie —ordenó, su voz volviéndose seria de nuevo—. Si sentís cualquier vibración externa, cualquier eco extraño… llamame. No importa cómo. Te voy a escuchar.
—Está bien —susurró ella.
Kael respiró hondo, como quien se prepara para un juicio.