El portal se cerró detrás de Kaelion con un chasquido seco, como una boca de hierro que se traga la luz.
El suelo bajo sus pies era piedra negra pulida. El aire olía a ceniza caliente, a especias antiguas y tinta arcana. Todo era demasiado familiar… y, al mismo tiempo, demasiado ajeno.
Los pasillos del claustro Arcanshade se mantenían en penumbras constantes: una decisión simbólica que a los líderes del clan les encantaba justificar como tradición.
En realidad, era una forma elegante de ocultar cuánto podían vigilar sin ser vistos.
Kaelion se incorporó, espalda recta, postura impecable, la neutralidad helada que lo caracterizaba dentro del clan ya clavada en su rostro.
No dio un paso antes de que las sombras se movieran.
Tres figuras emergieron del corredor.
Túnicas largas, insignias en rojo oscuro, ojos entrenados para no mostrar emoción.
Aspirantes del Consejo.
La que encabezaba el grupo inclinó apenas la cabeza.
—Kaelion Vaelrick. Llegás tarde.
Kaelion no pestañeó.
—El llamado fue enviado al amanecer. Estoy aquí al amanecer.
La aspirante no respondió.
Sus ojos se deslizaron por él como si buscara quemaduras, residuos de hechizo, rastros de contacto con alguna magia prohibida.
Por un instante, Kaelion temió que pudieran olerla.
La energía Nocthara.
La presencia dormida de Nyxara aún impregnada en su piel.
Pero la mujer solo hizo un gesto seco.
—El Consejo está reunido. Vení.
Se dieron vuelta sin esperar confirmación.
Kaelion los siguió.
El salón del Consejo era una cúpula de piedra oscura iluminada por círculos flotantes de fuego azul. Nunca había sido un lugar confortable; estaba construido para incomodar, para recordar a todos que cada palabra dicha ahí podía ser usada en su contra.
Los Siete Asientos estaban ocupados.
Y ninguno lo miraba con bienvenida.
El Archimago, líder absoluto del clan, tenía los dedos entrelazados sobre la mesa. Sus ojos, del mismo gris frío que los de Kaelion pero apagados por siglos de manipulación, lo siguieron como cuchillas.
—Kaelion. —La voz del Archimago resonó en la cúpula—. Finalmente decidís presentarte.
Kaelion se inclinó apenas.
Ni un milímetro más de respeto del necesario.
—Recibí el llamado. Comparé prioridades. Esta era urgente.
Un murmullo surgió entre dos consejeros.
El Archimago arqueó una ceja.
—¿Y qué prioridad pudo haber competido con una orden directa del Consejo Arcanshade?
Kaelion sintió cómo cada palabra era un cerco que se estrechaba alrededor de él.
No mostró nada.
—Asistía a un caso de desestabilización mágica. No podía dejarlo sin supervisión inmediata.
El Archimago ladeó la cabeza.
—¿De qué tipo?
Kaelion eligió sus palabras con precisión quirúrgica.
—De tipo incierto.
Un murmullo más fuerte corrió por la mesa.
La palabra “incierto” en boca de Kaelion valía más que un grito.
Una consejera golpeó la mesa con una uña larga y negra.
—Dejemos las evasivas.
—El Consejo sintió una manifestación arcana irregular durante la última noche. No corresponde a ninguna forma conocida de los clanes actuales. Ni licántropos. Ni vampiros. Ni Sombramantes. Ni Portales.
—Y lo más extraño… fue que esa energía apareció exactamente en la zona donde vos residís, Kaelion.
El corazón de Kaelion no se movió.
Su rostro tampoco.
—Mi zona registra decenas de fluctuaciones por semana —replicó—. Vivo rodeado de grietas dimensionales, líneas de falla y criaturas indocumentadas. No es extraño que…
La consejera lo interrumpió con una sonrisa afilada.
—No te hagas el idiota.
—Esta energía no fue un accidente.
—Fue un despertar.
El silencio cayó como un puñal.
Kaelion sintió cómo algo frío se le instalaba entre los omóplatos.
Sabían.
No qué era, no quién era.
Pero sabían que algo había surgido.
El Archimago golpeó la mesa una vez.
—Queremos tu informe, Kaelion. Completo. Sin omitir nada.
—Cualquier detalle que retengas será tomado como traición al clan.
—Y ya sabés que las traiciones… se pagan con sangre o con memoria.
Las amenazas nunca eran sutiles ahí.
Kaelion bajó lentamente la mirada, como si aceptara la presión.
Luego habló.
—La energía provino de una convergencia inesperada —dijo con voz clara—. Una mezcla de dos fuerzas. Una antigua… y una nueva.
El Archimago entrecerró los ojos.
—¿Antigua de qué tipo?
—No identificable.
—Pero no hostil.
Un murmullo tenso.
La palabra “no hostil” no había convencido a nadie.
Uno de los consejeros lo miró fijamente.
—¿Estuviste en contacto directo con la fuente?
Kaelion respiró hondo.
Mentir.
Decir la verdad.
Mentir parcialmente.
Todas eran armas.
Todas tenían un precio.
—Estuve cerca —respondió.
La consejera volvió a inclinarse hacia adelante.
—¿La controlaste?
Kaelion levantó los ojos.
—La estabilicé.
Eso era verdad.
Pero no dijo quién había sido estabilizada.
La palabra generó un impacto visible en la mesa.
El Archimago se enderezó.
—Entonces confirmás que es consciente.
Kaelion sintió un golpe de adrenalina oscura en el pecho.
Consciente.
Una energía consciente implicaba identidad.
Un alma.
Un linaje.
—Confirmo —dijo Kaelion despacio— que no es salvaje.
—Que tiene… dirección.
—¿Y propósito?
Kaelion no respondió en seguida.
—Todavía no.
No les mentía.
No del todo.
La sala se llenó de voces susurrantes.
El Archimago levantó una mano y el murmullo se apagó.