El portal se cerró detrás de mí con un crujido seco, como si alguien hubiese arrancado una hoja del tiempo.
La penumbra familiar de mi casa me recibió… pero algo estaba distinto. El aire estaba cargado, vibrante, como si una tormenta silenciosa hubiese quedado atrapada entre las paredes.
No era mi magia.
Era la de ella.
Cerré la puerta con un gesto breve. No para mantener alejados intrusos, sino para contener lo que ya se movía adentro.
—…Kael…?
La escuché antes de verla.
La voz de Alina era suave, pero cargada de algo que no había estado ahí antes: resonancia. Cada sílaba parecía tener un eco antiguo detrás.
Entré a la habitación.
Alina estaba incorporada en la cama, respiración agitada, la piel ligeramente iluminada por un resplandor tenue que no era fuego, ni sombra, ni nada que pertenezca a ningún clan conocido. Era algo que parecía recordar lo que había sido, aunque ella no pudiera.
Cuando levantó la vista y me encontró, sus ojos se abrieron apenas más.
—Volviste… —susurró.
Siempre ese tono.
Siempre mi nombre recortado.
Kael.
No Kaelion.
Nunca Kaelion… excepto cuando necesitaba una verdad que yo no quería decir en voz alta.
Me acerqué despacio. A cada paso, mi propia magia se agitó bajo la piel. No la ancestral, no la entrenada. La otra.
La que había comenzado a despertarse desde la noche en que la energía de Alina me rozó por primera vez.
Una magia que no conocía.
Que no debería tener.
Que respondía solo a ella.
—Estoy acá —dije, sentándome en el borde de la cama—. ¿Qué pasó?
Alina llevó una mano a su pecho como si contuviera algo que quería salir.
—No lo sé… —cerró los ojos un segundo—. Soñé. Pero no era un sueño. Había voces… muchas. Y me llamaban por un nombre.
Mi respiración se detuvo apenas.
—¿Cuál nombre?
Ella dudó. Esa vacilación… sabía lo que implicaba.
—Nyxara.
La habitación pareció inclinarse por un instante, como si esa palabra quebrara las leyes que sostenían la realidad.
Tragué el impulso repentino de mirar hacia las ventanas para asegurarme de que los sellos contuvieran todo.
Ese nombre no podía escapar.
No antes del despertar completo.
No antes de que ella pudiera defenderse.
—Alina —dije, con la voz más firme de lo que me sentía—. Ese nombre no puede salir de acá. No en voz alta. No en pensamiento. No en nada.
Ella abrió los ojos, temblando.
—Lo sé. Pero, Kael… estoy cambiando.
«No cambiás», pensé. «Recordás quién eras».
Pero ella aún no estaba lista para escucharlo.
Me puse de pie y aseguré las ventanas, formando un nudo arcano en el marco. Cada vez que reforzaba un sello, mi magia desconocida latía como si intentara escapar por mis manos.
Cuando volví hacia ella, Alina me observaba con una expresión que me partió el pecho. Miedo. Confusión. Esperanza.
—Kaelion… —susurró.
El nombre completo.
Mi nombre entero en su boca siempre significaba lo mismo:
Quiero que me digas la verdad.
Me acerqué, manteniendo mi propia magia bajo control.
—Decime qué sentiste exactamente —pedí.
—Como si… como si algo dentro mío despertara cada vez que vos no estás —admitió, bajando la mirada—. Como si mi propio cuerpo no entendiera quién es sin vos cerca.
La magia dentro de mí rugió.
Tuve que cerrar los puños para evitar que se desbordara en forma de luz helada.
—No es tu cuerpo —corregí con suavidad—. Es tu energía. Tu alma está empezando a recordar lo que fue. Y cuando intenta hacerlo sola… se desestabiliza.
—¿Y voy a… perderme? —preguntó ella, muy despacio.
Me arrodillé frente a ella, lo suficientemente cerca como para sentir cómo nuestras magias se buscaban, chocaban, se reconocían.
—No mientras yo esté acá —dije sin dudar.
Mis palabras encendieron la otra magia dentro de mí. No la Arcanshade. La otra. La prohibida. La instintiva.
La que no entendía.
La que me respondía solo cuando ella estaba en peligro.
Alina inclinó la cabeza.
—Kael… ¿vos también estás cambiando?
Lo estaba.
Aunque no sabía en qué.
—Estoy… reaccionando —respondí, bajando la voz—. Cada vez que tu energía se descontrola, algo en mí despierta también.
Ella frunció el ceño.
—Pero vos sos Arcanshade. Tu magia está definida desde que naciste.
—Mi magia conocida, sí —dije—. Pero hay algo más. Algo que estaba dormido. Y que tu despertar está… despertando conmigo.
No supe si decir “me asusta” o “me atrae”.
No dije nada.
Alina tomó aire, temblando.
—¿Qué vamos a hacer?
Era la pregunta correcta.
Y yo ya tenía la respuesta desde el momento en que crucé el portal de regreso.
—Primero —dije—, asegurarte. Nadie del clan puede encontrarte. Ni oler tu energía. Ni percibirla. Ni sospechar que estuviste cerca de mí anoche.
Ella asintió, apretando las sábanas entre los dedos.
—Segundo —continué—, voy a ocultar tu energía dentro de la mía. Es riesgoso, pero es la única forma de que nadie pueda rastrearte.
Sus ojos se ensancharon.
—¿Eso no te puede dañar?
—Todo puede dañarme —dije—. Vos no.
El silencio que cayó fue denso, espeso, íntimo.
Mi magia desconocida se arremolinó alrededor de mis manos, reaccionando ante la cercanía de la suya.
Era peligrosa.
Poderosa.
Incontenible.
Y sin embargo… completamente obediente a un solo propósito:
protegerla.
—Kael… —susurró ella, tocándome la muñeca con una suavidad casi dolorosa—. Confío en vos.
La magia estalló dentro de mí como una marea.
Tuve que cerrar los ojos para controlarla.
Respirar.
Recordar que si me desbordaba ahora, ella sufriría.
Cuando logré estabilizarme, hablé despacio:
—Alina… pase lo que pase, no abras la puerta. No atiendas ningún llamado. No toques ningún sello. Yo voy a ocultarte. Voy a mantenerte fuera de los ojos del clan. Hasta que despiertes del todo.