Crónicas del abismo: La hechicera prohibida

Capítulo 23

La noche cayó sin advertencia.

No como una sombra, sino como un pulso.

Un latido oscuro que pareció atravesar la casa Vaelrick, el territorio Arcanshade y los reinos del Abismo al mismo tiempo.

Alina estaba dormida.

O al menos, eso creyó Kaelion, hasta que el aire se dobló sobre sí mismo como si alguien hubiese torcido la realidad con las manos.

Primero vino el sonido.

Un zumbido bajo, antiguo, parecido al crujido de un templo derrumbándose bajo el agua.

Luego, la luz.

Un hilo delgado y blanco, vibrante, que se elevó desde la piel de Alina como si su alma estuviera encendida por dentro.

Kaelion apenas alcanzó a acercarse cuando el mundo cambió de densidad.

Una grieta se abrió detrás de ella.

No era física.
No era arcana.
Era… memoria.

Una memoria tan antigua que no pertenecía a ningún libro, clan o historiador vivo.

Kaelion sintió su garganta cerrarse.

—Alina… —susurró, pero ella ya no estaba despierta.

Ni dormida.

Estaba “entre”.

Sus labios se movieron, apenas un roce de sonido.

—…Nocthara…

Su aura golpeó la habitación como una ola de luna negra. El piso tembló. Las paredes respiraron. La casa entera gimió como si hubiese recordado algo que había querido olvidar durante siglos.

Kaelion retrocedió un paso por puro reflejo.

Su magia —esa magia suya que él nunca había entendido, la que evitaba usar, la que dormía como un depredador tranquilizado— despertó de golpe.

Un calor subió por su brazo derecho.
Un sello que no se veía, pero ardía.
Una runa que no había conjurado jamás.

Una parte de él quiso huir.
La otra, acercarse más.

La grieta se expandió.

No hacia afuera, sino hacia dentro de Alina.

La habitación se oscureció, pero la oscuridad no era ausencia: era un reino. Un espacio que parecía estar compuesto de ruinas suspendidas, columnas rotas y un cielo sin estrellas.

Una figura se alzó allí.

Una mujer hecha de sombra y luz, con el cabello flotando como humo plateado. No tenía rostro, pero Kaelion sintió que lo estaba mirando.

Su voz no salió a través del aire.

Sino a través de su sangre.

—Ella despierta… pero aún no recuerda lo que perdió.

Kaelion apretó los dientes.

—¿Quién sos? —exigió.

La figura inclinó la cabeza, y las ruinas a su alrededor vibraron como si respondieran a ella.

—Somos lo que queda del origen Nocthara.

Kaelion sintió un escalofrío que no se parecía a nada: ni miedo, ni reverencia. Era… reconocimiento.

La figura giró hacia Alina —todavía suspendida dentro de la visión— y el suelo tembló.

—Cuando su nombre sea completo, cuando el eco se alinee… la puerta va a abrirse. Y no habrá retorno.

—¿Qué puerta? —Kaelion dio un paso adelante—. ¿Qué le estás mostrando?

La figura se desvaneció como si hubiese sido hecha de ceniza.

—Lo que siempre fue suyo.

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El estallido no fue sonido.

Fue un impacto mágico que recorrió todos los reinos como una onda expansiva transparente.

—Clan Sangre Pura (Vampiros)

La Reina Mydrienne estaba en su sala de tronos cuando sus copas de cristal explotaron en fragmentos rojos.

—El linaje Nocthara… —susurró, retrocediendo un paso—. Pero… yo lo vi morir.

Sus consejeros murmuraron en pánico contenido.

—Majestad, ¿ordenamos rastreos inmediatos?

—No —dijo ella, helada—. No lo busquen. Si ya despertó… vendrá.

Y nadie sabía si sonó a amenaza o a plegaria.

—Lycans de la Luna Negra

El Alfa se incorporó de golpe cuando su visión se nubló.

—Eso no es magia humana —gruñó—. Ni arcana. Es… primitiva.

Un ulular respondió desde el bosque.

Sus lobos se movieron inquietos.

—Que nadie salga —ordenó—. Algo viejo camina otra vez.

—Sombramantes

Los Ilusionistas sintieron que sus sombras se alargaban sin que hubiera luz.

—Nocthara —dijo el Maestro Siseante—. Palabra prohibida.

Y todas las sombras temblaron como si tuvieran miedo.

—Magos de Sangre

Los Adivinos Carmesí cayeron de rodillas cuando un círculo de sangre en el suelo se encendió solo.

—Se abrió una grieta —jadeó uno—. Y alguien… la vio.

—Guardianes del Portal

Un Vigía del Umbral tocó el Nodo principal y lo retiró de inmediato.

—El Velo se perforó —dijo, pálido—. Pero no desde afuera… sino desde adentro.

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El piso volvió a latir.

La grieta tembló como un corazón gigante.

Y Alina empezó a caer.

Kaelion no pensó.

Su magia —esa magia extraña, dormida, que nadie le había enseñado— salió disparada de él en forma de un círculo luminoso que se abrió bajo sus pies.

Era un lenguaje que no conocía.
Un símbolo que nadie del clan Arcanshade jamás había visto.

Agarró a Alina antes de que su cuerpo tocara la grieta.

Su aura lo golpeó como una ráfaga helada.
Sus ojos se abrieron apenas.

—…Kael… —susurró, perdida.

Kaelion la sostuvo más fuerte.

—No la mires —le dijo a la visión, a la grieta, a lo que fuera que estaba tratando de entrar—. No la toques.

El círculo bajo sus pies brilló más fuerte, como si respondiera a su enojo.

La figura volvió a aparecer, ahora detrás de Alina, como un espectro protector.

—Ella tiene que recordar…

Kaelion gruñó algo que no había escuchado salir jamás de su propia boca:

—No hoy.

Y el círculo explotó.

La grieta se cerró como una puerta arrancada de golpe.

Las ruinas desaparecieron.
La figura también.

Alina cayó contra su pecho, inconsciente, respirando agitadamente.

Kaelion la sostuvo con ambas manos, el corazón golpeándole la garganta.

El silencio quedó instalado como un cadáver entre ellos.

Su sello ardía.
Su mano temblaba.
Y el nombre prohibido se repetía en su cabeza como un mantra:



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En el texto hay: vampiros, lobos, hechiceros

Editado: 13.12.2025

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