Crónicas del abismo: La hechicera prohibida

Capítulo 24

El amanecer llegó como un cuchillo frío: lento, pálido, inseguro. La casa de Kaelion Vaelrick parecía contener aún el aliento, como si su estructura de piedra y runas esperara órdenes, alertas, señales de peligro. Porque algo había cambiado —y no solo el aire.

Alina seguía en cama. No dormía. Tampoco estaba despierta. Sus ojos estaban abiertos, fijos en el techo, reflejando una mezcla de confusión, miedo… y algo más, algo profundo e irreconocible.

Kaelion la observaba desde la puerta, brazos cruzados, la mandíbula apretada. Sus pasos eran silenciosos, medidos. Sus ojos grises, tensos.

—¿Te duele la cabeza, o el mundo se te fue de paseo otra vez? —le preguntó con su sarcasmo habitual, intentando suavizar la tensión con rutina.

Alina giró la cabeza, lo miró sin enfocar realmente. Después, parpadeó.

—Depende cómo lo mires —respondió lentamente, entonación vacilante—. Si por “dolor de cabeza” te referís a agujas en la frente y náuseas místicas, sí. Si por “viaje” te referís a recuerdos que no recuerdo, pero duelen igual… entonces supongo que también.

El chiste salió forzado, pero a Kaelion le provocó una mueca. Caminó hasta su lado, tomando suavemente su muñeca. Sintió el pulso.
No fue firme. Fue como una cuerda tensa al borde de romperse.

—Voy a conseguir algo para estabilizarte —dijo.
Y, en un murmullo que casi se perdió entre las piedras: —Necesito que respires conmigo.

Alina cerró los ojos. Lo escuchó. Y respiró.

I. Las consecuencias se extienden

Mientras Kaelion improvisaba una pócima con hierbas secas y fragmentos de cristal lunar en la cocina, el mundo exterior se convulsionaba.

Los detectores del clan, los centinelas del Velo, las redes antiguas tejidas por portadores olvidados… comenzaron a crujir, emitir alertas mudas. Mensajes cifrados sobre “actividades arcanas anómalas”, “firma incompatible”, “vibración Nocthara detectada”. Algunos llegaron a los altos delombre de la magia, otros quedaron como susurros en lenguas desgastadas.

Pero ninguna señal apuntaba aún a la casa de Kaelion.

No podían saberlo.
Porque él ya había sellado más que la magia: había soldado la luz, el eco, la sombra, todo lo que fuera de Alina… a su propia magia. Y la mezcla era… perfecta.

Mientras mezclaba la pócima, Kaelion recordó la runa que había brotado bajo sus pies durante la grieta. Runa de sello. Runa de contención. Runa de protección.

Y algo en su interior le dijo que esa protección debía ampliarse.

II. Caricias y cicatrices

Volvió al cuarto con la pócima en una taza sencilla, la misma en que había comenzado todo este caos: té verde. Lo dejó sobre la mesita con cuidado. Observó a Alina.

—Tomá. Te prometo que no sabe a ceniza cósmica —rió con medio labio alzado.

Alina sostuvo la taza con manos temblorosas.

—Gracias… Kael.

Ese nombre otra vez. Su nombre completo lo usaba solo cuando la lastimaba accidentalmente, o cuando hablaba con frialdad. Pero hoy la palabra era suave, dulce… un puente entre dos mundos distintos.

Ella bebió. Cerró los ojos. Bajo sus párpados, la luz violeta —la misma del sello protector— osciló, debilitándose poco a poco.

Kaelion no apartó los ojos de ella hasta que la taza quedó vacía.

Entonces le puso una mano en el hombro.

—Descansá —dijo—. Y no pienses en puerta que se abre, luces colapsando o nombres prohibidos.
Pensá en café fuerte, libro viejo, y lunes horrible del todo.

Alina murmuró algo parecido a una carcajada.
Quizás no estaba dormida aún. Pero sus labios curvados bastaron para que Kaelion sintiera que había un mundo de posibilidades difíciles… y peligrosas.

III. Reflexiones en la penumbra

Cuando Alina cayó en un sueño pesado, Kaelion salió a la galería trasera.
El bosque dormía, pero no la tierra debajo.
Las raíces, los árboles, el viento: todo sentía que algo había roto el velo entre lo antiguo y lo nuevo.

Él desató parte del sello protector que había instalado en las paredes. Lo dejó como una advertencia silenciosa. Cualquier sensor arcano que aspirara a entrar debería encontrar un muro antiguo… y un corazón dispuesto a quemar la magia que buscara entrar.

Se apoyó contra la baranda de piedra. Sus hombros tensos, los puños aflojándose. Respiró frío.

—Maldita sea —murmuró—. Me convertí en guardián de un fantasma que todavía no recuerda su nombre.

Y en ese murmullo la vio: una sombra fugaz, cruzando el borde del bosque. Sutil, apenas perceptible. Inhumana. Vieja.

El estómago le dio un vuelco.

La magia en su mano reaccionó de nuevo. Repentina. Instintiva.
Y supo que no estaban solos.

IV. Planes y pactos rotos

Volvió a la casa con paso firme.
Atrancó la puerta principal con sellos dobles, runas ocultas, seguras.
Después, escribió su decisión con tinta negra sobre pergamino: “Nada de magia salvo rutina de contención. Si la detectan… negación total. Yo doy el aviso cuando esté seguro.”

Firmado: Kaelion Vaelrick.

Doblegó el pergamino, lo guardó en la caja fuerte personal del sótano.
Porque en esa casa, él era guardián. No por honor. Por culpa. Por promesa. Por miedo.

Cuando volvió al cuarto, Alina ya dormía profundamente.
Su frente relajada, los labios suaves, el pecho subiendo y bajando lentamente.

Se sentó junto a la cama. La miró un largo rato.
Los recuerdos de anoche, los ecos de su nombre, las runas latentes… todo giraba dentro de su pecho, mezclado con un dolor incandescente.

—Lo voy a arreglar —susurró Kaelion.
—No sé cómo. Pero lo voy a arreglar.

Se inclinó, besó su frente con delicadeza, una promesa muda.
Entonces apagó la vela y se internó en la oscuridad, dejando solo el latido de dos corazones… y un sello demasiado frágil para lo que se avecinaba.



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En el texto hay: vampiros, lobos, hechiceros

Editado: 13.12.2025

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