Crónicas del abismo: La hechicera prohibida

Capítulo 25

El amanecer no llegó.
Fue arrancado.

La casa de Kaelion Vaelrick vibró como si una criatura gigantesca respirara entre sus muros. Las runas de protección temblaban, apenas conteniendo una fuerza que no pertenecía a este tiempo.

Alina —o lo que quedaba de ese nombre prestado— estaba inmóvil en la cama.
Sus ojos, el gris y el celeste, abiertos pero vacíos, mirando a un punto sin forma.

Kaelion estaba en la puerta.

Quieto.
Aterrorizado.
Determinado.

—Alina… —murmuró—. Si podés escucharme, no hagas ninguna idiotez mística todavía, ¿sí?

El sarcasmo era su forma de no quebrarse.

Pero ella no lo escuchaba.

Porque estaba cayendo.

Alina flotaba en un espacio sin tiempo. No era un sueño. No era un recuerdo.
Era un reclamo.

Una voz profunda, antigua, resonante, hecha de cientos de voces superpuestas, dijo:

—Nyxara.

Su verdadero nombre.
El que había sido enterrado.
El que él había escondido.

Y entonces vio.

El fuego.
Los templos nocturnos derrumbándose.
El bosque sangrando de magia.
Los Nocthara luchando, uno por uno, cayendo bajo espadas y rituales.
El grito colectivo de su clan siendo arrancado del mundo.

Ella vio las manos que la arrancaron de la masacre.
El sello que la durmió.
La oscuridad que la ocultó.

Y lo entendió:

No había otra Nyxara.
Ella siempre fue Nyxara.
Su poder la estaba despertando.

El nombre retumbó una vez más:

—NYXARA.

Y el mundo real estalló.

La casa tembló primero.
Después gruñó.
Luego gritó.

Un rayo de energía negra y violeta rasgó las runas del techo. Las ventanas se astillaron como si algo invisible golpeara desde adentro.

—No, no, no —Kaelion corrió hacia la habitación—. Todavía no, carajo.

Cuando la puerta se abrió de golpe, el aire lo empujó hacia atrás.

Dentro, Alina flotaba a diez centímetros de la cama.

Su pelo como humo.
Sus manos encendidas en luz oscura.
El gris y celeste de sus ojos convertidos en un remolino inquietante, como viendo dos mundos a la vez.

Y entre sus clavículas…
la marca.

El sello de luna Nocthara, trazado en fuego violeta que ardía sin quemar.

Kaelion perdió el aliento.

—Nyxara… —susurró sin querer decirlo.

Ella no lo oía.

Porque estaba recordando cómo su mundo había ardido.

Las visiones la atravesaron.

Ella caminó entre su clan. Los Nocthara eran hermosos, vibrantes, peligrosos.
Las runas lunares brillaban en sus cuellos.
La noche obedecía sus órdenes.

Y luego… todo cambió.

Rituales de exterminio.
Círculos de sangre.
Fuego de magos.

Su madre gritando su nombre.
Su padre deteniendo un conjuro que partió el cielo en dos.
Su clan cayendo alrededor, uno por uno.

Las últimas palabras que escuchó fueron:

“Protejan a Nyxara. Ella es la última luna.”

Su propio corazón latió tan fuerte que sintió que el pecho se le quebraba.

Kaelion entró a la fuerza, luchando contra el campo energético que la rodeaba.

—¡Alina, escuchame! —gritó—. ¡No sos ese fuego! ¡Vos sos vos!

Pero la magia Nocthara la envolvió en un torbellino.

Una sombra en forma de lobo lunar, hecha de estrellas y oscuridad, emergió detrás de ella. No era un espíritu.
Era parte de su poder.

Kaelion extendió la mano.

Su propia magia —dorada, intensa, desconocida incluso para él— estalló y rodeó su brazo como un brazalete de fuego vivo.

—Bien —bufó—. Si vamos a hacer estupideces, las hacemos juntos.

Saltó dentro del torbellino.

Su mano llegó a su rostro.

Al tocarla, todo se detuvo.

Las visiones, la tormenta, la furia.
Todo quedó suspendido como polvo en luz.

Nyxara —ella— lo miró.

Y por primera vez en milenios de magia olvidada… parpadeó como una persona.

—Kael… —susurró con su voz, no la ancestral—. Tengo miedo.

Su voz quebró al hechicero por dentro.

—Entonces no tengas miedo sola —respondió él, acercándola.

Ella tembló.

La tormenta alrededor se iluminó aún más.

Y entonces Kaelion hizo lo único que su instinto le gritaba:

La besó.

No suave.
No tímido.
No cuidado.

Fue un beso brutal, desesperado, lleno de magia desbordada, lleno de promesas y de peligro y de todo lo que ninguno de los dos se animaba a decir.

Un beso que selló una unión que jamás debió existir.

La magia explotó.

Nyxara abrió los ojos.

Los suyos.

Uno gris.
Uno celeste.
Ahora más vivos que nunca.

El torbellino desapareció.
El lobo estelar se hundió en su piel.
La marca lunar entre sus clavículas brilló con un pulso lento, poderoso, definitivo.

Nyxara respiró por primera vez como ella misma.

No como Alina.
No como un disfraz.

Como la última luna Nocthara.

Kaelion la sostuvo entre sus brazos, agotado, temblando.

—Bueno… —susurró con una sonrisa rota—. Sos oficialmente la mujer más peligrosa del continente.

Nyxara apoyó la frente contra la suya.

—Y vos… sos oficialmente un idiota por besarme en medio de un cataclismo mágico.

Él sonrió.

—Funcionó, ¿no?

Ella también sonrió.
Por primera vez desde que despertó.

—Sí —dijo, apoyando su mano sobre su pecho—. Funcionó.

La explosión final recorrió continentes, bosques, ciudades ocultas.

Los vampiros dejaron caer sus copas.
Los lobos aullaron al unísono.
Los Sombramantes se desmaterializaron del miedo.
Los Magos de Sangre activaron sus rituales de emergencia.
Los Guardianes de Portales abrieron nodos que no se abrían desde eras antiguas.



#1526 en Fantasía
#314 en Magia

En el texto hay: vampiros, lobos, hechiceros

Editado: 13.12.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.