WingzemonX & Denisse-chan
CRÓNICAS del FÉNIX del MAR
CAPÍTULO 03
MIRANDO POR LA VENTANA
Al mismo tiempo que en el Fénix del Mar sus tripulantes disfrutaban de su desayuno, no muy lejos de ellos, en el puerto de Torell, una joven sirvienta terminaba de alistarse para comenzar su día de labores, tras haberse levantado temprano junto con las otras chicas con las que compartía cuarto.
La rutina de las mañanas para las sirvientas de la mansión del regente era habitualmente la misma: despertar, hacer su cama, lavarse su cara y cuerpo lo más rápido posible, colocarse su uniforme negro con delantal y cofia blanca, arreglarse su cabello en un peinado recogido en una cebolla y sus frentes descubiertas, y presentarse ante la jefa de servidumbre para que les asignara sus actividades del día. Esta joven sirvienta, sin embargo, tenía un paso adicional propio entre despertarse y hacer su cama: abrir de par en par las dos puertillas blancas que cubrían la gran ventana del cuarto.
La mansión del regente se encontraba en un terreno elevado, así que aunque su cuarto se ubicaba en la planta baja de la casa, podía asomarse por ella y tener una buena vista del puerto; pero, sobre todo, una buena vista del mar azul, que esa mañana amanecía con un poco de neblina.
La ciudad de Torell no era precisamente muy grande, pero sí lo suficiente para considerarse un puerto de mediana importancia. El ir y venir de los barcos mercantes se había convertido en el mayor impulsor de su economía, sobre todo en los últimos quince años, desde que el rey había logrado exterminar o ahuyentar a todas las tripulaciones piratas que navegaban por sus aguas y atacaban sus barcos. Desde entonces, el pueblo había ido creciendo, y su flujo de mercancías desde otras ciudades de mayor tamaño, o incluso otros reinos, se había incrementado también. Era bueno para el pueblo, para sus personas, y claro para su regente. Sin embargo, era de cierta forma indiferente para la joven sirvienta.
Mirar por la ventana cada mañana, aunque fuera por unos segundos, y admirar todo lo que se alcanzaba a ver por ella; sentir el aire salado en el rostro, percibir todos los sonidos de la gente, el viento y las olas… todo ello se había convertido en su manera de tomar algo de energías extras justo antes de comenzar un día más de trabajo. Incluso en un día como ese en el que la neblina se cernía desde las aguas, la vista seguía animándole de cierta forma. Si por ella fuera se quedaría todo el día ahí sentada, mirando al horizonte y soñando. Vería cada barco llegar o partir, e intentaría adivinar de dónde procedía, qué tipo de personas viajaban en él, y qué tipo de cargamento traía de tierras lejanas.
Había naves recurrentes que aprendió a reconocer y ya tenía en su mente creadas historias diferentes sobre ellas que continuaban con cada visita. Todo ello le resultaba preferible a permitir que su primer pensamiento al despertar fuera el recordar el agobiante trabajo en el que se encontraba, y la asfixiante sensación que le causaba esa casa.
Cuando ya obtenía lo suficiente (o lo mínimo disponible) de la ventana, o alguna de sus compañeras la presionaba a apurarse, pasaba entonces a realizar todo lo que seguía en la lista de la rutina.
Ese día sería especialmente atareado. El gobernador de la provincia pasaría de visita en su camino a la Ciudad Capital de Korina, y se quedaría a pasar la noche ahí mismo. Y por ello el regente y su esposa querían que todo estuviera impecable para recibirlo, y se le preparara además una cena digna de un banquete. Y lo que los señores querían, se debía hacer sin objetar. Aunque claro, objetar era el fuerte de la señorita Day Barlton.
Luego de amarrarse su delantal por la cintura, se miró con sus ojos grandes y azules a sí misma en el único espejo de cuerpo completo de la habitación. El vestido negro y largo hasta sus tobillos era ya algo viejo, y le quedaba justo; si subía aunque fuera medio kilo más de cualquier parte de su cuerpo, era probable que ya no le quedara tan cómodo. Pero realmente eso no le quitaba el sueño; lo odiaba por completo, y odiaba aún más tener que verse a sí misma usándolo.
Comenzó entonces a recogerse de mala gana su largo cabello negro, mientras farfullaba entre dientes, y no precisamente muy despacio.
—Estoy cansada de esto. Estoy cansada de esta casa, de este uniforme, de este peinado… No estoy hecha para esto…
—¿No estás hecha para qué? —le cuestionó otra de sus compañeras con desdén—. ¿Para trabajar, tener un techo, tres comidas, ropa y una cama? Pobre de ti.
—No me refiero a eso —murmuró Day, virándose a otro lado.
—Será mejor que cambies tu actitud. ¿Sabes a cuántas chicas sin un trabajo o un hogar les gustaría tener este trabajo que tanto desprecias? No te creas que eres indispensable, princesita. La próxima vez que hagas enojar a McClay o a la señora con algún desplante de esos, te echarán de aquí directo a la calle, solamente con lo que traigas puesto; y eso si tienes suerte.
—Déjala en paz, Valeria —le respondió otra de las chicas—. Tiene derecho de sentirse como quiera.
—Que se sienta como quiera, pero que se lo guarde para ella —respondió Valeria con el mismo sentimiento, acomodándose su cofia sobre la cabeza.
Day terminó de alistarse el cabello mientras oía todo lo que las dos decías. Su mirada dura y llena de coraje estaba puesta en el espejo delante de ella; puesta en su propio rostro.
Editado: 03.03.2024