Crónicas del Fénix del Mar

Capítulo 06. Loreili, la Polizona

WingzemonX & Denisse-chan

CRÓNICAS del FÉNIX del MAR

CAPÍTULO 06
LOREILI, LA POLIZONA

El osito café, con sombrero en su cabeza y un monóculo en su ojo, avanzó por la mesa hacia el otro pequeño osito de pelaje rosado y un vestido blanco de encaje. Se inclinó entonces al frente en una pequeña reverencia hacia la dama delante de él.

—Señorita Federica —exclamó una voz grave y dura, pero que intentaba sonar suave y dulce—. Se ve radiante esta mañana. ¿Me haría el honor de acompañarme a tomar el té…? Digo, ¿la cerveza?

Un tarro de cerveza, que le llegaba al osito café hasta el cuello, se colocó justo a su lado.

—Oh, es muy amable, caballero —respondió otra voz grave que intentaba ser lo más aguda posible para sonar femenina. El osito rosado se alzó e inclinó su cabeza sobre el tarro, simulando que bebía de él—. Está deliciosa, justo lo que un paladar delicado como yo se merece.

Ambos rieron de forma pomposa y exagerada.

Luchior miraba de reojo con cierta incomodidad a los dos miembros de la tripulación sentados a su lado en la mesa del comedor, y que se habían dado la libertad de ponerse a jugar con dos de los tantos ositos que había en el baúl que acababan de robar. Él mismo tenía su propio tarro de cerveza, sin ningún osito de por medio; sólo bebía por su cuenta, en silencio.

El baúl azul con el escudo de los Vons Kalisma se encontraba colocado en el centro del comedor entre las dos mesas para comer. Desde hace un rato, Kristy se había sentado delante de él y se había dedicado a inspeccionar y revisar cada uno de los ositos con detenimiento. Los miraba de pies a cabeza, pasaba los dedos por sus cuerpos para percibir la suavidad de sus pelajes, e incluso los olía un poco para percibir el aroma dulce que emanaba de cada uno, y que tanto resaltaba en ese barco. Eran muchos; aún no terminaba de revisarlos todos, pero ya había contado sesenta y cinco. Eran de diferentes tamaños y colores, algunos con accesorios como vestidos, sombreros, zapatos, capas, lentes y más. Todos se veían finos, muy bien cuidados y hechos con sumo cuidado hasta el mínimo detalle.

Durante todo el rato que llevaba revisándolos, la sonrisa no había desaparecido ni un segundo de los labios de la pequeña Kristy.

—Son tan bonitos —exclamó maravillada mientras sostenía en sus manos un oso de pelaje anaranjado, con un traje de granjero, e incluso con una pala pegada a su manita derecha. Dejó ese de nuevo en el baúl y tomó una más, de tonos violetas con ojos azules, sin ninguna vestimenta o accesorio, aunque su color era simplemente único—. Cuando era niña jamás hubiera siquiera soñado con tener un juguete tan hermoso cómo éste.

Tomó entonces el osito violeta entre sus brazos y lo abrazó contra su pecho. Su sonrisa se acrecentó aún más.

—Olvídate un segundo de si son bonitos o no —masculló Luchior, algo agresivo en su tono—. ¿Sabes si se pueden vender por buen dinero o no?

Kristy se sobresaltó, casi asustada por la pregunta. Sus brazos se aferraron aún más al osito violeta.

—¿Venderlos? Ah… no lo sé… —susurró un poco nerviosa—. Supongo que quizás… pero, no tendríamos que venderlos todos… ¿o sí?

—Tranquila, pequeña Kirsty —musitó la doctora Melina con una sonrisa amable. Ella se encontraba sentada en una de las bancas, muy cerca de ella. Desde hace un par minutos se había quedado en silencio, contemplando sonriente todo lo que Kristy hacía con cada peluche—. Estoy segura de que podrás quedarte con uno si quieres; el que más te guste. Es lo justo por todo el trabajo que haces aquí.

—¡¿De verdad, doctora?! —exclamó la cocinera, sonriendo entusiasmada al escucharla—. ¡Muchas gracias!

—Oiga, esa no es decisión suya, doctora —reprendió Luchior, parándose de su asiento—. Nosotros fuimos los que arriesgamos nuestra vida allá; nosotros somos los que deberíamos de decidir qué hacer con esos… osos.

—Y yo soy quien te cura cuando te lastimas y enfermas, así que no me contradigas —le respondió Melina, cruzándose de brazos y volteándose hacia otro lado—. Además, ¿qué diferencia hará un oso de más o de menos? Osos finos o no, ¿qué comerciante del bajo mundo te comprará tantos ositos, y a un precio decente? Aunque claro, siempre pueden ir a algún mercado e intentar vender uno por uno, si es que no asustan a los niños al intentar hacerlo.

—Aunque ganáramos sólo una corona por oso, eso ya sería ganancia —señaló Luchior a la defensiva, aunque luego suspiró para intentar calmarse—. Si no encontramos cómo vender los osos, quizás podamos vender las toallas…

—Imposible —respondió Arturo, justo cuando entraba al comedor con el cabello húmedo, totalmente desnudo y con una de las toallas en cuestión alrededor de su cintura, y otra en sus hombros.

—¡Ah! —exclamó Kristy asustada por tal imagen y rápidamente se cubrió el rostro con el oso de peluche.

—Son las toallas más suaves que hemos tenido —añadió Arturo con emoción—. Hasta hace un poco menos tedioso el tener que bañarse.

Melina suspiró pesadamente al ver esto.

—¿Cuántas veces tengo que decirles que por favor se pongan ropa antes de entrar a cualquiera de las áreas comunes del barco? Recuerden que hay damas en su tripulación; al menos dos.



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En el texto hay: piratas, sirenas, princesas

Editado: 03.03.2024

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