Crónicas del Miedo

Taconera

Tac, tac, tac, tac...

Tac, tac, tac, tac...

Se acerca, se oye cerca, oye sus pasos y sus zapatos de taco alto. ¡Despierta!

La jovencita abrió sus ojos azules y miró el techo razo de su habitación. Se intentó acostumbrar a la oscuridad y agudizar su oído luego de lo que había estando oyendo en sus sueños antes de despertar. Respiró profundo y antes de expulsar el aire,  escuchó a la distancia "Tac, tac". Se paralizó. Intentó girar la cabeza pero no pudo e indudablemente cayó en cuenta de que se trataba de otra parálisis, otra horrible parálisis. 

–No puede estar pasando, no otra vez –pensó. Como siempre, intentó musitar algo, una palabra, una vocal, un sonido, pero nada salió de sus labios más que el desespero que en su mente sentía. 

Los pasos se oían cada vez más cerca desde la entrada hasta la sala y de la sala hasta el pasillo, haciendo que el eco fuese más fuerte. Los pasos se detuvieron detrás de la puerta de la jovencita y esta contuvo la respiración. No se oyó nada más, no conseguía distinguir tampoco ninguna figura en la oscuridad. 

De repente la puerta era azotada por golpes fuertes, rotundos y estrepitantes. La mujer que suponía cargaba los tacones desde la sala hasta la puerta de la habitación de la joven, se los había quitado para azotar la puerta a golpes con el tacón. La jovencita se volvía a estremecer, como aquella noche donde sintió la sangre del descascarado en su cara, sintiendo el terror expandirse por su pecho y la desesperación de no poder despertar realmente, ni gritar, ni moverse. 

La mujer a través de la puerta nunca se detuvo de azotarla, al punto de clavar finalmente el tacón en un pequeño agujero que logró hacer a la madera. Giró la manilla y de una patada abrió la puerta dejando pasar a una sombra sin rostro a la habitación. La sombra de la mujer se mantenía en un tacón, mientras el otro estaba siendo sacado por ella de la frágil madera. 

La jovencita, totalmente inerte, se mantenía en posición vertical dura como piedra y con los ojos apretados negada a observar a la mujer. La sombra se aproximó, tan cerca de la cama que puso su oscuro rostro cerca del de la joven. La pequeña sentía la presencia de la entidad, el corazón a mil por hora, el sudor cayendo por su sien. 

Abre y ve. Abre y sufre. 

–No eres real, no eres real, no eres real –repetía la jovencita– desaparecerás, como los demás, tu no eres real.

Siempre que nos tengas en tu cabeza, seremos tan reales como quieres que seamos. Tú nos creaste, y ahora no te vas a deshacer tan fácil de nosotros. 

–Pronto desaparecerás. 

La sombra de la mujer se sentó en el abdomen de la joven por encima de las colchas y sábanas y cruzó las piernas para lucir sus zapatos a un publico inexistente. 

La joven resistió el pesó tan real que producía una sencilla sombra y casi en contra se su voluntad, se vio en el desespero de abrir los ojos. Y observó. Cabellos como si fuese medusa, lineas curvadas que se movían como si tuviesen vida propia, una silueta encima de su pecho, casi sin dejarla respirar, con un rostro sin ojos, boca, nariz u orejas, sin frente, sin cejas y sin nada que la describiera más que aquellos tacones rojos. 

Era simplemente una sombra, sin sangre o detalles, sin musculatura pero realmente pesada –pensaba la joven a su pesar. 

Crees que no soy real pero soy más real de lo que piensas. 

La sombra de la mujer empezó a ahorcar a la jovencita, colocando sus sombrías y negras manos al rededor de su delicado cuello, apretando... estrangulando. La joven se sentía como pez fuera de agua, buscando oxígeno; un poco de aire frente a su situación. 

La sombra reía, reía a carcajadas jocosas y malvadas. La jovecinta abrió los ojos lo más que pudo, logrando dilatar sus ojos por la grandísima falta de aire que tenía. 

Recuerda que ahora somo nosotros los que tenemos el control.

Y la joven se resignó a dejar de respirar sintiéndose caer por un laaaargo y profundo agujero para con un impulso levantarse de golpe del colchón. Jadeante y tomando su cuello con ambas manos, bañada en sudor, vio por todos lados sin ver a absolutamente nadie. Apresuradamente corrió hasta la puerta y al encender la luz tanteó la puerta para notar que no había hueco en ella. 

Tragó saliva y angustiada se sentó en la orilla de la cama,. Viendo su reflejo en el espejo que tenía en frente, tuvo que aguantar el impulso de ahogarse, al ver una marcas rojas al rededor de su cuello. Se tiró al piso y de rodillas se acercó al espejo y vio las marcas aún más de cerca, viendo claramente la marca de los dedos que la sombra había dejado en ella. Y recordó: Crees que no soy real pero soy más real de lo que piensas.

El miedo se volvió a expandir por su pecho, haciéndola estremecer. La jovencita acababa de caer en una cruel realidad, y es que cada noche que pasaba, sus parálisis se hacían más fuertes y más reales. Ella no quería ni llegar a pensar, que sería de ella, si seguía soñándolos... 




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