Eldric - El Camino a Grimswick
La paga de Mournhollow apenas hacía bulto en su bolsa.
Los aldeanos se la habían entregado con la misma expresión con la que uno le arroja un trozo de carne a un lobo: una mezcla de miedo y el deseo de que se fuera rápido. Nadie le dio las gracias. Nunca lo hacían. El alivio en sus rostros era el único recibo que necesitaba.
Mientras su caballo trotaba por el camino embarrado que se alejaba de aquel pueblo de lamentos, la mente de Eldric no estaba en el dinero. Estaba en la piedra fría de la cripta y en la marca que había sentido bajo sus dedos.
La espiral con las tres garras. No era un símbolo de poder bruto, sino de control. Preciso. Limpio. Quienquiera que lo hubiera tallado sabía exactamente lo que estaba haciendo. Había convertido el dolor de un pueblo en un arma y la había apuntado. La pregunta era: ¿a quién?
Dejó que la pregunta se asentara en el fondo de su mente, junto a las otras cicatrices y misterios sin resolver de su vida. No era su problema. El trabajo estaba hecho. Ahora necesitaba otro. Y los trabajos, en Gravenholt, siempre seguían el flujo del dinero. Por eso se dirigía a Grimswick.
Si un desfiladero clave estaba bloqueado, el comercio se ahogaba, y los mercaderes ricos siempre pagaban bien para desatascar sus fuentes de ingresos.
Grimswick apareció en el horizonte dos días después. A diferencia de la quietud de Mournhollow, el pueblo bullía con una energía frenética y frustrada. Largas filas de carromatos y jaulas de mercancías abarrotaban las afueras, sus conductores discutiendo y maldiciendo. El aire olía a sudor, a cuero y a dinero estancado.
Encontró al Maestro del Gremio, un hombre corpulento llamado Gerrid, en menos de una hora. Estaba en el salón principal del gremio, un lugar que pretendía ser lujoso pero solo lograba ser ruidoso.
—Una Manticora —confirmó Gerrid, golpeando un mapa con un dedo anillado—. En el Desfiladero del Ahorcado. Ha hecho un nido y está destrozando todo lo que intenta pasar.
—Un lugar extraño para una Manticora —murmuró Eldric, sus ojos recorriendo no el mapa, sino los rostros tensos de los otros mercaderes en la sala.
—¡Me da igual si es extraño! —espetó Gerrid—. Tenemos un contrato vital con la Casa Valerius que depende de esa ruta. Necesitamos que ese camino esté despejado, y lo necesitamos hoy. Dicen que eres el mejor. El Silencio de Gravemont.
Eldric sintió el peso de las miradas, el recelo hacia su naturaleza mezclado con la desesperación. Siempre era así. Eran monstruos hasta que los necesitaban.
—Quinientas piezas de plata. Doscientas por adelantado.
El regateo fue corto y predecible. La codicia de los mercaderes luchó contra su miedo a la bancarrota, y la bancarrota ganó. Con la bolsa más pesada y las instrucciones sobre la última ubicación de la bestia, Eldric se marchó. Mientras salía del pueblo, el glifo de la cripta volvió a su mente. Mournhollow estaba en las tierras aliadas de los Alcroft. Grimswick era la principal arteria comercial de sus rivales, los Valerius. Una plaga sobrenatural en un lado, un bloqueo estratégico en el otro.
Quizás no eran incidentes aislados. Y eso sí que era su problema. Porque significaba que el juego era mucho más peligroso de lo que parecía.
Seraphina - El Estudio del Duque, Fortaleza Alcroft
—Un especialista, entonces —dijo el Duque Armond, la resignación pesando en su voz. Estaban en su estudio privado, un santuario de mapas antiguos y libros de historia que olía a cuero y a tiempo.
—Un experto —corrigió Seraphina—. No podemos combatir una sombra con espadas, padre. Necesitamos a alguien que entienda la naturaleza de esa sombra.
Se detuvo frente al gran mapa de la región que colgaba en la pared, sus dedos trazando la frontera donde se encontraba Grimswick.
—Lord Valerius se fortalece con cada día que ese paso permanece cerrado. Propone "prestar" sus soldados para asegurar la ruta, a cambio de derechos de peaje que nos paralizarían durante una generación. Nos está ofreciendo un grillete disfrazado de salvavidas.
—Y si contratamos a un... cazador —dijo su padre, la palabra casi un insulto en su boca—, y se descubre, Valerius y el Credo nos crucificarán. Nos acusarán de traer a un Impuro a nuestras tierras, de usar las mismas artes oscuras que condenamos.
—Por eso Elara debe encargarse —afirmó Seraphina, girándose para encararlo—. Nadie puede rastrear sus métodos. Ella encontrará a la persona adecuada. Discreta, eficiente. Un fantasma. Le daremos el oro, él nos dará las pruebas, y nadie sabrá nunca de su existencia. Es un riesgo, padre. Pero es un riesgo calculado. Quedarnos quietos es una certeza de perder.
El Duque la observó, y por un momento, la fachada de líder cansado se desvaneció, dejando ver al padre que veía a su hija convertirse en la gobernante que él ya no tenía la fuerza para ser.
—Que así sea —dijo finalmente—. Convoca a Elara. Dale lo que necesite. Pero, Seraphina... ten cuidado. Cuando uno contrata a un monstruo para cazar a otro, a veces es difícil distinguirlos.
Elara - El Observatorio, Torre de Nyx
La autorización de Seraphina, respaldada por el sello del Duque, era la llave que abría las puertas correctas. Elara no perdió el tiempo. El conocimiento arcano era su dominio, pero para encontrar a un hombre como el que buscaba, necesitaba una red mucho más terrenal.
Desde lo alto de su torre, envió tres cuervos, cada uno entrenado para encontrar a una persona específica. No llevaban mensajes escritos, sino un pequeño cilindro de hueso que contenía un eco mágico, una pregunta cifrada que solo el destinatario podría oír.
El primero voló hacia la costa, buscando a un viejo alquimista que comerciaba con los ingredientes más peligrosos y, por tanto, conocía a los proveedores más letales. El segundo se dirigió a los archivos de la capital, a un cartógrafo retirado que había dedicado su vida a dibujar los lugares que no aparecían en los mapas oficiales, lugares donde los hombres como Gravemont a menudo encontraban refugio. El tercero se elevó más alto, en un largo viaje hacia el sur, hacia un monasterio silencioso donde los monjes registraban no la historia de los reyes, sino la de las grandes plagas y las bestias que las traían.
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Editado: 09.10.2025