Eldric - El Desfiladero del Ahorcado
El viento aullaba entre las rocas del desfiladero, un sonido lúgubre que le hacía justicia al nombre del lugar. Eldric Gravemont se movía por la cornisa, sus botas encontrando apoyo en salientes que apenas parecían existir. Abajo, el lecho del cañón era un cementerio de caravanas destrozadas, sus maderas rotas y sus mercancías esparcidas como las entrañas de un animal eviscerado. El hedor a muerte era rancio, pero bajo él, Eldric percibía el aroma acre y almizclado de la bestia. Estaba cerca.
No buscaba a la criatura. Buscaba su rutina. Había pasado el último día observando desde la distancia, un fantasma entre las peñas. Vio cómo la Manticora descendía desde su nido en lo alto del acantilado al amanecer y al atardecer, patrullando su territorio con una arrogancia depredadora. Vio que ignoraba los cadáveres de los caballos y los bueyes, su apetito saciado. Eso era un error por parte de la bestia. Un depredador saciado era un depredador predecible.
Había encontrado el nido, una cueva amplia y maloliente en la pared del acantilado. Y en su interior, había encontrado la confirmación de sus sospechas. No solo había restos de los comerciantes y guardias, sino también los huesos de varias vacas, marcadas con el hierro de la Baronía de Felcrest, una tierra a cien leguas al norte.
La Manticora no había llegado aquí por hambre; la habían traído, o al menos, la habían engordado y mantenido aquí como a un perro guardián.
Ahora, Eldric esperaba. Había colocado su cebo en una pequeña explanada a la salida del cañón: los restos de una cabra que había cazado, rociados con aceite de pescado y unas gotas de bilis de draco, un brebaje irresistible para cualquier depredador con sangre reptiliana.
No tuvo que esperar mucho 7 horas de espera no era mucho para Eldric. Unas alas coriáceas resonaron como un trueno ahogado y la sombra de la Manticora cubrió el suelo. Era magnífica y terrible, con el cuerpo de un león leonado con pequeños detalles parecidos a las escamas,pupilas de reptil y fosas nasales más grandes,alas de murciélago y una cola segmentada que se arqueaba sobre su lomo, terminando en una púa de un metro de largo que goteaba veneno.
Aterrizó con una fuerza que hizo temblar la tierra, sus ojos de reptil fijos en la carnada. Eldric no se movió de su escondite. Esperó. La bestia se acercó a la cabra, olfateando, y luego comenzó a desgarrar la carne. Era el momento que Eldric había estado esperando. De una bolsa en su cinto, sacó una pequeña esfera de arcilla y la arrojó con una precisión mortal.
La esfera se estrelló contra la pared de roca justo detrás de la Manticora. No explotó. En su lugar, emitió un zumbido agudo y ultrasónico. La cabeza de la bestia se sacudió violentamente, sus orejas leoninas se aplanaron contra su cráneo. El sonido, inaudible para los humanos, era una agonía para sus sensibles oídos. Rugió, confundida y dolorida, sacudiendo sus fauces.
Fue la única distracción que Eldric necesitó. Salió de su escondite, su espada rúnica en una mano y una daga corta en la otra. La Manticora, al verlo, olvidó el sonido y cargó, su rugido haciendo vibrar el pecho de Eldric. Él no retrocedió. Esperó hasta el último segundo, y cuando la bestia se abalanzó, se lanzó hacia un lado, su espada cortando un profundo tajo en el flanco de la criatura. Al mismo tiempo, su daga se hundió en el muslo de la bestia, no para herir, sino para romper un pequeño vial de cristal oculto en la empuñadura.
Un potente, aunque lento, paralizante muscular comenzó a filtrarse en la criatura.
La Manticora aulló de rabia y se revolvió, su cola zumbando en el aire. Eldric ya estaba rodando por el suelo, esquivando por centímetros el golpe mortal. El veneno de la púa chisporroteó donde tocó la roca. La lucha continuó, un baile brutal de esquivas y cortes rápidos. Eldric no buscaba un golpe mortal; estaba comprando tiempo, dejando que el veneno de su daga hiciera su trabajo.
Poco a poco, los movimientos de la bestia se volvieron más lentos, más torpes. Una de sus patas traseras comenzó a fallar. Al ver su oportunidad, Eldric fintó hacia la izquierda, y cuando la cola de la bestia se lanzó hacia él, él se agachó y se deslizó por debajo, su espada subiendo en un arco ascendente y brutal que cercenó la base de la cola. La púa cayó al suelo con un ruido sordo.
La Manticora, mutilada y debilitada, rugió en una mezcla de furia y pánico. Se abalanzó una última vez, y esta vez, Eldric la recibió de frente. Su espada se encontró con las fauces de la bestia, no para chocar, sino para desviarlas, usando el impulso de la criatura en su contra para exponer su garganta. Con un movimiento rápido y final, cortó.
La sangre caliente lo bañó mientras el enorme cuerpo se desplomaba. Eldric se quedó de pie, respirando con dificultad,
el zumbido en sus oídos y el hedor a sangre llenando el aire. Otro monstruo muerto. Otro pago ganado. Y otra pieza más del rompecabezas.
Seraphina y Elara - Un Carruaje sin Escudo, Cerca de Grimswick
—¿Eldric Gravemont? —La voz de Seraphina era un susurro helado dentro del lujoso pero discreto carruaje—. ¿"El Silencio de Gravemont"? Elara, es un asesino. Un Impuro. El Credo dice que su propia existencia es una blasfemia.
—El Credo también dice que la magia es una corrupción, mi señora —respondió Elara con calma, sus ojos fijos en el paisaje monótono que pasaba por la ventana—.
Y sin embargo, aquí estamos, usando mis habilidades para resolver un problema que sus dogmas no pueden.
Seraphina se recostó contra los cojines de terciopelo, la frustración luchando con la lógica en su interior. —No es lo mismo. Contratar a un hombre así... es peligroso. Es impredecible. ¿Qué nos asegura que no se venderá a Valerius si le ofrece más?
—No lo hará —dijo Elara, girándose para mirarla—. Porque esto ya no es un simple contrato para él. Estuvo en Mournhollow. Mis fuentes confirman que se dio cuenta de la anomalía mágica. Ahora está en Grimswick, donde sin duda verá la mano política detrás del caos. Él sabe que hay un juego más grande en marcha. Un hombre como él, cuya vida entera ha sido definida por las reglas del mundo sobrenatural, no ignora cuando alguien empieza a romperlas.
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Editado: 09.10.2025