El estupor y sorpresa de Hugo tras terminar de leer el mensaje le hizo soltar el móvil de inmediato y encenderse un cigarrillo. La secuencia de pensamientos que atravesaron su mente empezó por creerse que se trataba de una broma de mal gusto, continúo imaginando que podría ser una prueba para ser seleccionado y acabó por contemplar la posibilidad de que todo aquello fuera cierto.
Una vez consumidos tres cigarros, buscó por Internet información sobre Narciso Revilla y pudo corroborar tanto en Google Play como en Linkedin que, en efecto, era el creador de Krei Lumon.
Sin embargo, aún tenía que confirmar que aquel tipo fuera el autor del mensaje y, en segundo lugar, que todo lo que decía fuera cierto.
Se tomó dos dosis de barbitúricos y se bebió un litro de cerveza mientras su mente bullía sin parar de darle vueltas al asunto.
El cóctel de los ansiolíticos mezclados con el alcohol provocó que cayese en un sueño profundo, aunque inquieto. Tuvo pesadillas recurrentes en las que un hombre mayor de pelo canoso intentaba asesinarle mientras le achacaba su fracaso en la creación de un juego para móviles que le había encargado.
Se despertó sobresaltado, sudando y con mal cuerpo. No eran más de las siete de la mañana.
Se duchó, se tomó más calmantes y una vez pudo pensar con tranquilidad, decidió salir a comprar una tarjeta SIM de prepago y llamar a Narciso.
***
El corazón le latía con fuerza mientras sonaba el tono de llamada.
Una voz áspera pero serena le atendió. Hugo le dijo las palabras clave, tal y como indicaba en la información de contacto que Narciso adjuntó al mensaje: el nombre de los dos hechizos que había aportado al juego.
—Bien, como ya te comenté, no hay ningún medio seguro —indicó la voz—. Ni siquiera mencionaré tu nombre y también te pido que hagas lo propio con el mío. Aplica el algoritmo que voy a enviarte al código de tu hechizo ŝanĝi tempon.
Y colgó.
Hugo ya esperaba algo como esto. Sólo él conocía el código de su hechizo, por tanto reconoció que se trataba de una barrera segura o una forma de ocultar a ojos indiscretos lo que aquel hombre quería decirle.
El SMS remitido desde el mismo número de teléfono al que había llamado no se hizo esperar. Contenía un patrón.
Hugo entendió rápido qué tenía que hacer. Encendió su ordenador de sobremesa, abrió el editor de texto y aplicó el patrón al código de su hechizo. El mensaje que obtuvo fue el siguiente:
27/05/2021 12AM
@36.7223756,-6.4396973,725m
Lleva dos pulseras negras mano derecha.
Mira pared frente tu casa. Ese signo apareció en la mía. Ya nos vigilan a todos.
El pánico se apoderó de Hugo. Se asomó a la ventana de su dormitorio y revisó la pared del colegio. Allí estaba. El signo indicado. Un extraño símbolo parecido a una intrincada estrella. Estaba casi seguro de que era reciente. No debería llevar ahí más de un día. Era demasiado grande y evidente como para haberlo pasado por alto.
Superado el momento de tensión máxima y asumiendo que era importante guardar la calma, revisó la otra parte del mensaje. La serie de números que comenzaban con una @ eran coordenadas de Google Maps. Y bastante precisas, según pudo comprobar Hugo.
La conclusión final fue que tenía que encontrarse con Narciso en un chiringuito de una playa de Chipiona al mediodía del día veintisiete de mayo, es decir, al día siguiente, e identificarse mediante dos pulseras negras en la mano derecha.
***
En esta ocasión no se permitió ceder demasiado ante el lado negativo y desconfiado de su mente, el cual le incitaba a dejarlo todo y pasar del asunto. El símbolo dibujado frente a su casa era una prueba casi definitiva.
Cogió una mochila y la llenó de lo imprescindible para estar como mínimo un par de días fuera. Salió disparado de casa, pero evitó coger el coche. Se plantó en taxi en la estación de autobuses de San Bernardo. Esa misma tarde sobre las cuatro estaba en Chipiona, a unos cien Kilómetros de Sevilla, la ciudad en la que residía Hugo.
Alquiló una bici al lado de la estación, se dirigió al paseo marítimo, compró cuatro pulseras negras y se fue al camping situado en las afueras del pueblo, cerca de la playa de Las tres piedras. Allí alquiló un bungalow.
Se fue a la playa, se dió un baño largo y un paseo agotador. A la vuelta se duchó, cenó en el restaurante del camping, se drogó con Diazepam y dejó que el sueño le secuestrara.
***
Le despertó la alarma del móvil, a las siete de la mañana. Esta vez no había tenido pesadillas, o al menos no lo recordaba. Se sentía nervioso, como ya esperaba, pero bastante descansado.
El hecho de tener que drogarse de nuevo para mantener la calma fastidiaba a Hugo, pero por el momento era la mejor forma de tener la mente despejada. Desde la separación de su mujer, su estado mental requería de cierto tratamiento, o de lo contrario no conseguiría discurrir y pensar con claridad en momentos de tensión.
Una hora antes de lo pactado llegó a las cercanías del chiringuito, situado entre la playa de Regla y la del Camarón, en la zona sur del municipio de Chipiona.
Se había afeitado por completo la barba que había cultivando durante los últimos cuatro meses, vestía bermudas, chanclas y camiseta gris. Las pulseras estaban guardadas en la mochila. Colocó la toalla cerca del Chiringuito Lucas. Cerca de él había una pareja de ancianos tomando el sol. Tenían la piel muy rosada. Probablemente eran turistas alemanes o británicos. Algo más retirada, una chica, que por su figura podría rondar los treinta años, estaba tumbada boca abajo, en bikini, leyendo un libro.