Crónicas del Portador del Tecno Tiempo (i): Krei Lumon

Ĉapitro kvin

—Eres un autentico cabrón. ¿Lo sabes, no?

Noelia tenía las mejillas encendidas y sus ojos parecían estar a punto de expulsar fuego de un momento a otro.

Se oían alaridos provenientes del exterior. La chica, inquieta, dirigió su mirada un instante en dirección a la ventana, cuyas persianas se encontraban algo más subidas que cuando Hugo se había marchado.

—Por favor, deja los reproches para después —dijo Hugo—. Ahora te voy a pedir algo que te parecerá extraño. Es obvio que no querrás hacerlo sin al menos una explicación, pero es urgente. Tienes que abrazarme. En cuanto volvamos a estar a salvo prometo contarte todo lo que ha pasado.

—¿Que te abrace? ¿A ti se te ha ido la olla? —respondió ella adoptando una pose amenazante.

Hugo se avalanzó sobre Noelia, con el hechizo preparado en su móvil, la apretó con fuerza contra su pecho y pulsó el envío de un nuevo Ŝanĝi Tempon.

—¡Quitame las manos de encima, hijo de puta! ¿Pero qué coño te pasa?

Hugo levantó los brazos al tiempo que se vio impulsado hacia atrás por el empujón que acababa de recibir por parte de Noelia. No obstante, había cumplido su objetivo.

—Desahógate. Cuando te calmes te explico. Ahora supongo que sería en vano. Pero ten cuidado con los movimientos bruscos, estamos en una dimensión temporal un diez por ciento más lenta que la línea de tiempo normal.

Noelia miró al otro lado del pasillo. El sol ya entraba por el hueco bajo la maltrecha persiana, que al parecer, había intentado subir durante el tiempo que ella había estado allí esperando el regreso de Hugo. Lo que antes era un pasillo, ahora ocupaba más de la mitad de lo que había sido la habitación. La muchacha pareció tomar conciencia de lo que Hugo trataba de decirle. Los gritos que oyeron antes de la aplicación del hechizo ahora llegaban a sus oídos ralentizados, dando la impresión de ser una oración diabólica que algún demonio entonaba de forma macabra contra ellos. La escasa luz que entraba por la ventana iluminaba un hueco en el suelo cuyo borde se correspondía con una casi perfecta circunferencia. El agujero estaba a un metro de la deslizante pared y rodeado de los escombros del derrumbe del techo que se había producido unas horas antes. A la derecha, también podía apreciarse ya parte de la puerta de la habitación, si bien aún no sería posible abrirla pues todavía un trozo de la estructura de la estancia la ocultaba.

Noelia se aproximó al hueco redondo y se asomó.

—Lo hice yo —le explicó Hugo—, hace unas nueve horas, para ti unos cincuenta minutos. El agujero estaba en el interior de la habitación. Parece que hace ya un buen rato que ha quedado de esta parte. Abajo no hay nadie alojado.

La chica le miró, conteniendo su ira.

Hugo interpretó su mirada y decidió no continuar con su explicación por el momento.

Noelia volvió hasta donde había dejado su mochila. Antes de que Hugo tuviera tiempo de advertirle, al levantarla por las asas, éstas se desgarraron y rompieron. La mochila, en cambio, continuó elevándose en el aire muy lentamente, mientras la muchacha contemplaba su trayectoria con gesto de asombro absoluto y se frotaba la mano magullada. Dio un paso atrás y contempló como caía hasta que se estrelló contra el desgarrado suelo bastantes segundos más tarde, emitiendo un sonido igual de frenado que su movimiento.

—Lo siento. No tenías la mochila puesta cuando te sujeté para incluirte en el hechizo. Tuve que actuar con rapidez, no podía permitir que ambos estuviéramos en la dimensión temporal normal por mucho tiempo. La situación ahí fuera está muy complicada y en esas condiciones salir de aquí se iba a convertir en una misión casi suicida.

Noelia resopló.

—No entiendo nada chaval. Has aplicado tu Ŝanĝi Tempon y me has incluido a mí, como si su efecto afectase a una zona determinada alrededor del móvil. Me cuentas que tenemos la situación jodida para escapar. Bien. Pero has tenido diez horas, diez, con todos sus minutos y segundos, para sacarme de aquí, y en cambio, has esperado a que finalizara tu hechizo anterior, aún sabiendo, como dices, que existe un riesgo para escapar si no es con tu magia. Vas a tener razón. O me lo explicas bien o me va a explotar la cabeza. O quizá te la haga explotar yo a ti. Mientras tú te largabas intenté aplicar yo misma el hechizo. El servidor admitía de sobra otro igual. Pero falló.

—Esa es una de las razones por la que lo he vuelto a lanzar yo. Solo parece funcionar la versión que tengo en mi móvil.

—No entiendo por qué ¿La tuneaste? ¿Nadie puede usar tu hechizo?

—No lo sé. Y sí, la tuneé, no te lo conté cuando la apl...

Noelia torció el gesto.

—Te la pasaré, tendremos tiempo de sobra cuando salgamos de aquí —dijo Hugo.

—¿Y por qué no me has sacado de aquí antes? No has respondido a eso.

—¿Has visto lo que le ha pasado a tu mochila?

Noelia pareció comprender algo más ahora.

Se fijó de nuevo en el círculo del suelo.

—¿Por ahí bajaste?

Hugo asintió.

—¿Cómo lo hiciste?

—Ven.

Hugo la llevo hasta el borde del agujero. Se agachó y sacó de su mochila una navaja. La abrió y la clavó con fuerza en el deteriorado enlosado del piso. Hizo movimientos bruscos y rápidos trazando un semiarco cerca del límite del círculo, siempre teniendo cuidado de que su mano, la que sostenía la navaja, no rozase el suelo cada vez que trazaba un tajo. En cuestión de segundos su trabajo quedó a la vista de Noelia.

—La madre que te parió —exclamó ella.

El trozo de suelo que Hugo acababa de cortar todavía estaba cayendo. Cuando varios segundos más tarde chocó contra el suelo del piso de abajo, se oyó el sonido pausado del golpe así como la fractura del hormigon y las losas.

—Como si fuera mantequilla. A un ritmo temporal de un diez por ciento la fuerza ejercida sobre cualquier objeto que esté en la dimensión normal se multiplica por diez —dijo Hugo—. Supongo que ahora entenderás lo peligroso que era llevarte, bajarte por este hueco y...



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En el texto hay: ciencia ficcion, tecnologia, suspense

Editado: 29.06.2020

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