Crónicas del Portador del Tecno Tiempo (i): Krei Lumon

Ĉapitro ok

—¡Zorra niñata! Debería darte una lección.

Aquel tipo enfurecido seguía sosteniendo en alto la barra de metal. Tenía las venas de su sien hinchadas y los labios apretados de tal forma que sus comisuras estaban tiñéndose de azul.

—Arturo, por Dios, no vayas a pegarle —le pidió la señora.

—No lo haré Sara, aunque se lo merezca. Ve llamando a la policía.

Sin dejar de vigilar a Noelia, a la que tenía sometida con la presión de su pie y la amenaza de su vara, le habló a Hugo.

—¡Y tú! Ni se te ocurra salir corriendo si no quieres que se me resbale esto accidentalmente encima de tu amiga.

Hugo levantó los brazos, móvil en mano. Arturo no podía verle, pero Sara, que estaba empezando a hacer una llamada, pareció relajarse un poco al ver su gesto.

—Si me dejara explicarle...

—¡Que te calles, novato de mierda! Aquí no hay más explicación que lo que vemos. Pretendíais robarnos y ahora tendréis que explicárselo a un juez. Lo que no tiene justificación es lo inútiles que sois.

En ese punto de la discusión Hugo se había acercado lo suficiente. La distancia le pareció apropiada. Bajando con cuidado su brazo y apuntando con el móvil, lanzó el hechizo de descarga que estuvo programando esa misma madrugada en la habitación del hostal. Unos casi invisibles hilos de energía azulados salieron desde el extremo del dispositivo y alcanzaron en varios puntos la espalda de Arturo, que cayó fulminado al suelo como si de un muñeco inerme se tratara. El golpe metálico de la barra sonó con estridencia al chocar durante su caída contra la chapa del R19. Noelia se levantó de un salto, mientras Sara salía corriendo hacia la casa emitiendo un alarido de pavor aún con el movil pegado a su oreja. Corrió tras ella y se avalanzó sobre su espalda. Debido a la diferencia de corpulencia entre ambas mujeres, pareció como si una garrapata se hubiera encaramado a lomos de un perro.

Hugo, haciendo todo el esfuerzo que pudo reunir, emprendió una carrera y llegó hasta ellas pocos metros antes de que la obesa mujer y su atenazante carga alcanzasen la puerta de la vivienda. Sujetó a la mujer de uno de sus gruesos brazos. El equilibrio de Sara y su fuerza parecían estar hechos a prueba de varios intentos como aquel, pero de pronto profirió un nuevo grito, en este caso de dolor, trastabilló y cayó sobre el rellano que antecedía a la puerta. Noelia salió despedida a un lado, rodando. Hacia el lado contrario, el móvil de Sara se estrelló contra el cemento. Hugo se hizo con él, la pantalla rota, pero aún emitiendo una llamada. Colgó.

—No se preocupe, no pretendemos hacerle daño —dijo. La mujer lloraba, no estaba claro si a causa del dolor del mordisco que Noelia le había propinado en su redondeado hombro derecho, que lucía una elipse morada y sanguinolienta, o por el pánico que su rostro reflejaba.

Hugo, algo intranquilo por su decisión, le aplicó una descarga, en este caso a un nivel mínimo, con intención de dejarla inconsciente. La mujer quedó inmóvil. Miraba hacia el cielo claro, con los ojos quietos y encendidos de rojo. Preocupado, revisó su pulso e hizo lo propio con el de Arturo. Suspiró con alivio cuando comprobó que, por el momento, ambos vivían y respiraban sin dificultad.

—Muy oportuno tu nuevo hechizo. Veo que aprovechaste bien la noche. Yo traté de lanzar un Ŝanĝi graviton al capullo este, pero no ha funcionado —dijo Noelia, mientras se incorporaba y trataba de recuperarse de la caída desde el lomo de Sara.

—Debiste apuntarlo al servidor de tu propio móvil, el del hosting está saturado —respondió Hugo.

—Qué torpe, he tenido todo el tiempo del mundo para hacerlo, pero no he caído en eso.

—Tu sorna me cansa, Noe —dijo Hugo, molesto, abreviando con intención el nombre de la chica.

—Gilipollas.

Me cansas —repirió en un murmullo. De mal humor por el sobresalto, que le había costado un esfuerzo considerable y en consecuencia volver a encontrarse mal, hizo un gesto despectivo.

Revisaron los bolsillos de los amplios pantalones vaqueros de la mujer. Encontraron un juego de llaves, pero resultó ser de la vivienda. Sin embargo, en el bolsillo derecho del hombre hallaron las del Seat de siete plazas.

Hugo pidió a Noelia que condujera ella. Mientras la chica arrancaba el coche, introdujo en el maletero la barra que Arturo había usado para intimidarles y guardó en su mochila los móviles de los dos desafortunados a los que acababan de asaltar y robar. Mientras se sentaba en el asiento del co-piloto y Noelia emprendía la marcha, aun intranquilo por lo que acaba de suceder, volvió a coger el maltrecho móvil de Sara y llamó a una ambulancia. Informó que había tenido una disputa con su mujer y ella había perdido la consciencia por los nervios. Luego colgó y apagó los dos dispositivos.

—Puedes haberle buscado un lío con eso, sobre todo cuando vean mi mordisco en la espalda de la gorda —opinó Noelia—. Pero se lo merece.

—A lo mejor al principio será fácil que piensen en un caso de violencia de género, pero mi prioridad es que no sufran daños por mis ataques y quería asegurarme de que los médicos que se presenten aquí les revisen —respondió Hugo—. Además, el mordisco que le has dado no se corresponde con la boca de este tío ni de casualidad. Y cuando los dos recobren la consciencia hablarán, y no tardará en saberse lo que realmente ha ocurrido. Los que estamos jodidos legalmente somos nosotros.

Noelia giró hacia la derecha por la comarcal, abandonando el camino de tierra que daba acceso a la finca.

—Supongo que tenemos problemas más graves que ese —dijo—, todo se está yendo a la mierda y parece que nosotros estamos en el ojo del huracán.

—¿Cuánta gasolina tenemos? —Hugo no tenía ganas de profundizar ahora en lo que su compañera comentaba, a todas luces una realidad.



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En el texto hay: ciencia ficcion, tecnologia, suspense

Editado: 29.06.2020

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