Crónicas del Portador del Tecno Tiempo (i): Krei Lumon

Ĉapitro naŭ

—Sigo pensando en el tema del aire en relación con tu hechizo —comentó Noelia justo después de pasar una pequeña localidad llamada Carchelejo y tomar una desviación que enfilaba directamente al norte.

Hugo, que había guardado silencio durante la media hora larga de viaje que llevaban, dejó que se explayara.

—Por suerte para nosotros —continuó ella—, el aire de la burbuja afectada por el hechizo no se puede mezclar con el que le rodea debido a su diferencia de densidad. Si esto no fuese así creo que habríamos durado bien poco. Entonces, todo el tiempo hemos estado respirando el aire que nos rodeaba, que estaba en la misma dimensión que nosotros. El problema ha sido que, aparte de que en este caso eramos dos personas a diferencia de la primera vez que lo usaste, en todo momento el dióxido de carbono que expulsamos cuando nuestro organismo procesa el oxígeno con la respiración nos ha estado envenenado ya que éste tampoco podía salir de la burbuja. La muerte dulce le llaman, porque no te das cuenta y te vas durmiendo poco a poco hasta que ya es demasiado tarde.

Hugo le manifestó su acuerdo con la teoría pero no continuó el posible hilo de debate que se abría con su exposición. Había devuelto otro SMS más a Narciso aunque sin esperanza de ser respondido.

Se sentía abatido. Le preocupaba la salud de la pareja que habían asaltado, robado y dejado sin consciencia. Estos actos, por mucha justificación que quisiera encontrarle, le atormentaban. Su estado depresivo le fue llevando poco a poco a rememorar demonios del pasado y acabó atrapado en un bucle de pensamientos negativos. Echaba de menos a su pequeña hija Sofía, de la que desconocía si se encontraba a salvo en medio de aquel follón de calibre mundial y a la que, visto el panorama, no sabía si volvería a ver alguna vez.

La añoranza y desesperación le hizo abrir la aplicación de Telegram en su móvil. A diferencia de Whatsapp, este programa de mensajería era mucho más seguro, tenía muy pocos agujeros de seguridad y no era necesario ligarlo a un número de teléfono. No obstante en aquel momento no le preocupaba en absoluto la discreción al usar las redes que Narciso les aconsejase. Era el medio con el que solía comunicarse con Clara.

Tras verificar aliviado que la última hora de conexión de su ex había sido solo hacía unos minutos, le escribió un mensaje.

Solo dos cosas. ¿Sofía está bien? ¿Estás al tanto de la que se está liando? Te pido por nuestra hija que vayas con tus padres. Encerraos con comida y provisiones en un lugar que no soláis frecuentar. Dame algo de feedback y mándame una foto de la peque. Puede que no vuelva a pedirte nada más en mi vida.

Borró la última frase y envió el texto.

—¿Qué haces?

—Atender a mi pasado —respondió—. ¿Tú no tienes?

Hugo se arrepintió al instante de haber dicho eso. Noelia suspiró. No tenía el semblante habitual, ni siquiera un atisbo del típico gesto que articulaba antes de responder con ironía.

—Soy huérfana. Desde muy pequeña. Mis padres murieron en un accidente de tráfico después de una noche de juerga en la movida madrileña. Tampoco tengo hermanos, ni primos, ni abuelos. Mis amigos y compañeros de trabajo me importan lo justo y yo a ellos igual.

Hizo una pausa, como si tomara fuerza antes de hacer algo que le costaba.

—Mi pareja está en el Líbano. Es militar. Desde hace dos meses forma parte de la misión de paz de las fuerzas de la ONU en la zona, como integrante del destacamento español. Sé que está bien. Físicamente, al menos —repuso—. Hace casi diez días que no hablamos. Solo mensajes cortos. Y más de tres que no nos escribimos.

»Yo teletrabajo desde mi casa en Isla Antilla para una empresa americana. Es una filial de Alphabet, la matriz de Google. Una de sus actividades principales es la investigación de una cura para el cáncer y la diabetes a medio plazo. La otra es hallar un tratamiento para la vejez, a la que consideran como una enfermedad. Su teoría es que el ser humano podría tener una longevidad media de cientos de años.

Hugo guardó silencio, muy interesado en el relato de su compañera y al mismo tiempo sorprendido por su repentina apertura sentimental.

—Mi licenciatura en Física unida a mis notables dotes como desarrolladora informática me abrieron las puertas a los de Mountain View —Noelia se detuvo aquí y tragó saliva—. No crucé el charco hace unos meses por culpa de Albert. Le habían detectado un tumor en el cerebro. La noticia llegó casi al mismo tiempo que la posibilidad de que yo fuera contratada como fija, trabajando en California. Renuncié a la nueva vida que se abría ante mí para acompañarle en su dudoso trance frente a la enfermedad. Lo hice porque él me lo pidió. No quería abandonar España, por mucho que en Estados Unidos yo pudiera costearle un tratamiento y una investigación a fondo para su dolencia. Estaba muy unido a su familia y me pidió que me quedara.

»Al cabo de un mes le dijeron que el tumor, aunque se localizaba en una zona delicada, era benigno. Mientras no aumentara de tamaño podría convivir con él y hacer una vida totalmente normal. La euforia inicial por la noticia duró poco. Al mes siguiente, después de varias semanas en las que se comportó de forma muy extraña, siempre malhumorado y aislado, decidió reincorporarse al ejército, en el que ya estuvo enrolado años atrás. Poco despues estalló el conflicto y en cuestión de pocos meses él estaba en Oriente Próximo y yo... compuesta y sin novio, esa frasecita no se me quita de mi puta cabeza. Pero no era eso lo que me jodía. Estaba sola y sin el trabajo de mis sueños. Me importa una mierda que pueda, o pudiera, seguir trabajando en remoto para ellos. No es lo mismo —una lágrima bajó solitaria por su mejilla—. No es lo mismo.



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En el texto hay: ciencia ficcion, tecnologia, suspense

Editado: 29.06.2020

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