Crónicas del Quinto Sol: La diosa negra

4. Regaño

2006

Puebla, México.

 

—Hubo una época oscura, una que no está registrada en los libros de historia. La gente que no olvida sus leyendas no quieren que esos que vienen a explorar las pirámides se enteren. Tienen miedo que la descubran. Cuando los españoles llegaron, quemaron las casas y los libros, y enterraron los templos. Miles de conocimientos adquiridos a lo largo de cientos de años fueron reducidas a cenizas. Nuestros libros contenían las precauciones y las advertencias sobre ella. Conservamos el relato pasándolo de boca en boca, pero no fue lo mismo. Las malas experiencias se convirtieron en leyendas y las criaturas que atemorizaban nuestro mundo pasaron a ser simples mitos. Si supieran.

El viejo anciano meneó la cabeza y después miró a su nieto, esté lo observaba con mucha atención.

—Ahora se conoce como una leyenda —siguió—; la leyenda de una diosa con alas hermosas parecidas a las de una mariposa, pero negras cuál obsidiana que traicionó a los dioses, alteró el equilibrio y la dualidad y conquistó el mundo de los hombres.

—¿Cómo lo hizo? —preguntó el niño asombrado.

—Encerrando a sus iguales —respondió el abuelo—, se deshizo de los hechiceros y mató a los guerreros que se alzaron en su contra. Conquistó Tenochtitlán y convirtió el trono del tlatoani en uno de obsidiana, digno de ella.

—¿Cómo se llamaba, abuelo? —interrumpió de nuevo su nieto.

El anciano suspiró, miró de soslayo a su hija. La madre del niño les daba la espalda, sin embargo, permanecía atenta a todo lo que su padre explicaba. Lavaba los platos, ella había escuchado la historia cuando también era una niña y ahora debía pasarse a la siguiente generación. El viejo volvió la mirada a su nieto y respondió:

—Itzpapalotl —le dijo—, también conocida cómo la mariposa de obsidiana.

 

 

2008

Hidalgo, México.

 

—Si no es Juanito ¿Cómo se llama? —preguntó Yuliana.

Su hermano parpadeó un par de veces perplejo.

—Quiero decir que no es mío —reclamó.

—¿Entonces, de quién es? —intervino Froilán.

Dioney no daba crédito a lo que escuchaba, estaba por protestar cuando su hermana se le adelantó y cambio de tema.

—Olvídalo, después nos explicas. Estoy cansada, solo quiero ir a casa a descansar, fue una noche agobiante.

—Yo también apreciaría irme a dormir —les dijo Frey desde el auto—. Fue una experiencia horrible, muchísimo peor a cuando mis padres me regañan.

Todos rieron solo por un momento, ya que al siguiente sus rostros se convirtieron a uno de horror.

—¡Nuestros padres! —Recordaron los cinco.

Estos iban de camino a su morada y los chicos aún no recogían el desorden de la fiesta.

—¡Rápido, quizá aún podamos limpiar la casa!—gritó Lulú.

Sin perder más tiempo subieron al coche, se colocaron en sus lugares y Yuliana comenzó a manejar, esta vez con destino a casa. El camino pese a ser casi el mismo, lo sintieron largo y angustiante, no tenían noción del tiempo, por lo que desconocían si aún les sobraban minutos para limpiar. Todos sudaban frío.

—¿Cerraron la puerta de la casa? —preguntó Yuli a su hermano y su prima.

—Casi nos mata un alacrán gigante y ¿te preocupa que no tenga llave? —reclamó Froilán.

—Por supuesto, podrían entrar a robarnos. —Se defendió la mayor— Además, todo es tu culpa, de no haber hecho esa fiesta, no estaríamos en esta situación.

—Ya van a empezar —murmuro Frey, su hermanita soltó una risita.

—¡No pasa ni una hora y ya están peleando de nuevo! —contestó Lulú.

Su respuesta desconcertó a Frey y a Dioney quién también la escuchó. Luyana era la más pequeña de los cinco, pero podía darse cuenta de muchas cosas y una de esas era esto, las constantes discusiones familiares.

—¡Dioney! —gritó Yuliana —No me has dicho nada.

El niño había quedado tan inmerso con el comentario de Lulú que olvido responderle a su hermana.

—Sí, cerramos la puerta —contestó de mala gana.

—¿Y por qué está abierta? —cuestionó.

Iban llegando a casa cuando observaron que la puerta principal estaba semi abierta. Dioney se sobresaltó.

—¡Juro que la cerré! —Se defendía el niño.

—Es verdad —añadió Lulú—. Yo estuve con él todo el tiempo.

Apenas se estacionaron, bajaron corriendo y entraron. Si antes de huir del escorpión, la casa era un desastre, lleno de vasos y comida por doquier, ahora estaba mucho peor. Tal parecía que habían entrado a robar, pues los muebles, las mesas, sillas y todo objeto estaban desacomodadas y tirados. El lugar se hallaba revuelto. Encontraron papeles esparcidos en cada espacio. Algunos yacían en el suelo, otros en los sillones. El pasillo hacía el sótano de Dioney también dejaba un rastro de papeles pequeños. El primo de en medio se percató que pisaba uno con la esquina manchada de salsa. Era uno de sus reportes de experimentos. 

—Yo… yo puse llave —se defendía Dioney—, lo juro. Juro que lo hice.

—Tal parece que no lo hiciste bien —respondió su hermana.

—Mi mamá va a matarme —Froilán estaba angustiado.

—¡Nuestros papás van a matarnos a todos! —exclamó Luyana.

Frey se adentró observando el espacio, era cierto que estaba hecha un desastre, pero dudaba que hayan robado algo; los videojuegos, la tele, los controles, mesas, sillas todo estaba, aunque no en su lugar. La niña sentía que había ocurrido algo más. 

—No creo que se tratará de un robo —recalcó.

—¿Ahora eres una experta policía? —le reclamo Froilán. Estaba angustiado y no controlaba su temperamento.

Frey volteó a verlo con odio.

—No eres muy inteligente que digamos —rechistó ella.

—Aquí vamos de nuevo —dijo Lulú para sí, rodando los ojos y observando como sus primos y su hermana empezaban a pelear una vez más. Ladeó su cabeza irritada y en el proceso se percató que las hojas expuestas en la sala eran documentos personales suyos y de sus primos— ¿Esto es nuestro? —ninguno de sus acompañantes le hizo caso— ¡¿Pueden dejar de pelear y comenzar a limpiar?!




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