Crónicas del Quinto Sol: La diosa negra

6. Huida

Al día siguiente, los primos ya se habían organizado en su plan. Yuliana consideraba que era el modo más sencillo sin utilizar sus poderes. Lo comentaron con las niñas y estás estuvieron de acuerdo. Así que, para la tarde, antes de que sus padres regresaran del trabajo, cada uno organizó una mochila con una muda de ropa por si fuese necesario y dinero para cualquier improvisto.

El destino: la casa de sus tíos. El hermano de su abuela y su esposa; una pareja de ancianos que vivían solos a las afueras del estado. Los Viera eran cercanos y los visitaban con frecuencia.

Yuliana creía que acudir a ellos y contarles lo sucedido les ayudarían a para convencer a sus padres e impedir que enviarán a Frey a un internado y evitar que los separen.

Los chicos estuvieron de acuerdo y para las niñas fue una pequeña esperanza. También estaban seguros de que de algún modo saldrían regañados por fugarse de esa manera, pero al menos contarían con el apoyo de los ancianos.

Así que, con el plan en mente, subieron al auto las mochilas. Dioney se había encargado de tomar las llaves antes que su madre las escondiera y se prepararon para salir.

—Solo vamos a pedir ayuda, no de vacaciones —le dijo Yuliana a Lulú cuando la vio con un par de lentes de sol y una mochila repleta de peluches.

—Hay que estar preparadas para todo —replicó la niña con aires de diva.

Se colocó el pelo hacia atrás y subió con elegancia el auto. Los otros tres solo se echaron a reír.

—Hazme un favor, —La mayor volteó a ver a Frey— ya no dejes que tu hermana vea tantas telenovelas para niños.

—Como tú digas —respondió está con una risa.

Los cinco habían partido en la camioneta familiar. No estaban seguros si su plan funcionaría, pero al menos harían el intento. Pronto llegaron a una gasolinera. El tanque tenía abajo de la mitad y los ahorros de los chicos que habían llevado consigo servirían para pagar la gasolina, comprar comida y alguna otra emergencia.

—Bajemos por dulces —propuso Lulú al ver enfrente una tienda de conveniencia.

—Sí, vamos —dijo Yuli—. Además, yo quiero ir al baño.

Después de llenar el tanque, pasaron a estacionarse en los espacios destinados a usuarios de la tienda de conveniencia.

—¿Quieren algo? —preguntó la mayor de los Viera.

—Yo quiero papas sabrosas —pidió Froilán.

—Que sean dos —pidió Dioney— y un refresco de cola.

—Que sean dos —volvió a decir su primo.

—Bien, Frey ¿Puedes comprar los dulces? Necesito ir al baño.

—Yo también quiero ir —chilló Lulú.

—¿Al baño?

—Por los dulces.

Los cuatro mayores rieron. Luyana al ser la más pequeña aún le costaba organizar sus ideas al momento de hablar. Yuliana antes de bajarse buscó un par de monedas en su bolso para la máquina del baño, ella era quien manejaba el auto. A su lado de copiloto iba Froilán, atrás de izquierda a derecha estaban Lulú, Frey y Dioney.

Este se movió para que sus primas bajarán, ya que del lado de la pequeña un auto mal estacionado impedía logrará abrir su puerta. Yuliana también descendió, no sin antes asomarse por medio de la ventana y ver que ambos chicos quedaban.

—No se vayan sin nosotras —les amenazó con el dedo.

Los dos se rieron. Una vez solos, prestaron su atención uno en su videojuego portátil y el otro en su teléfono móvil.

—Aun no entiendo como no te has conseguido uno de estos —dijo Dioney refiriéndose a su Nientiendo.

—Bueno, mi mamá no me compra todo lo que deseo.

—Es por tus calificaciones ¿cierto?

—Si —respondió rendido.

—¿Qué hay de tus domingos?

—Los usaré para otra cosa —finalizó el chico al mismo tiempo que su partida de Badass Combat en su celular, salió del juego y pasó al siguiente instalado de fábrica; The Zems2. Espero unos momentos a que cargara, en eso se dio cuenta de que las llaves estaban puestas en el auto.

Dentro de la tienda, una indecisa Lulú hacía enojar a su hermana mayor al no decidir que dulce comprar.

—¡Lo que desees! —rogó Frey— Solo ¡Decídete por algo!

—Es que quiero probar esos, —Señaló una bolsa de dulces— pero también me gustan las papas con salsa.

—Llévate los dulces —dijo la mayor aguantando su enojo.

—¿Y si no me gustan?

—En ese caso cómprate las papas.

—¿Y si me quedó con el antojo?

Frey rodó los ojos. Estaba a punto de perder la cordura y agradecería que su prima hiciera una aparición.

De vuelta al auto, los chicos seguían tan sumidos en sus juegos que apenas se percataron de las llaves girando solas. Froilán miró de soslayo y aunque algo dentro de él le decía que no estaban en esa posición antes, decidió ignorar... pero la llave se volvió a mover, el motor vibró queriendo encender.

—Froilán, no juegues con el coche —regañó Dioney desde atrás.

—No soy yo —respondió viendo horrorizado el lado del conductor.

La llave se movió sola una vez más y el coche se encendió por completo. Enseguida los seguros del auto se bajaron, encerrando a los niños dentro. Froilán que iba al frente, de lado del copiloto, se asomó al de conductor, el tablero acababa de encenderse y listo para manejarse... solo.

—¡Dioney, detén esto!

—No estoy haciendo nada. —Este hizo a un lado su Nientiendo y se acercó a los asientos de enfrente.

Con horror observó como el volante giraba solo y el pedal se hundía moviendo el auto.

—Tú estás al frente, ¡Detenlo! —le ordenó Dioney.

Froilán se ladeó, pero enseguida los cinturones de seguridad lo alcanzaron, obligándolo a sentarse en su lugar. El primo de en medio se impulsó hacia al frente, pero sucedió lo mismo, los cinturones del asiento trasero lo sentaron de la igual forma.

—Usaré mis poderes —dijo Dioney tratando de mantener la calma y concentrándose, pero en su lugar solo recibió una especie de golpe mental que lo aturdió y le hizo perder todo conocimiento durante varios segundos.




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