Frey se detuvo en seco, aturdida y asustada. Frente a ella el coche se volcó dando tres vueltas. Trozos de vidrio volaron y otros objetos que estaban dentro del auto. El camión de carga pesada también pareció desviarse un poco, aunque fue el menos afectado. Se detuvo metros adelante.
Autos de los alrededores comenzaron a detenerse y sus pasajeros bajaron para acercarse al accidente, otros seguían de largo. Frey volvió a correr, esta vez aterrada por el bienestar de sus primos.
—Llamen a una ambulancia —decía una persona al ver el estado final del auto accidentado.
—No hay conductor. —Se percató otra— Son niños.
—¿Habrán venido solos? —Escuchó Frey murmullar al acercarse.
—¡Froilán! ¡Dioney! —gritó aterrada.
Se aproximó al auto, personas adultas observaban y llamaban al servicio de emergencia, y Cruz Roja. El conductor del camión de carga pesada también se detuvo y acerco preocupado por el choque, pero tranquilo que no fue su culpa, la de los niños tampoco.
Lo que Frey vio cuando al llegar, jamás lo olvidaría. El rostro de Froilán lleno de sangre y contra el tablero, inconsciente, casi inerte. En los asientos de atrás, Dioney tenía la cabeza en el respaldo, también con heridas, sangre y graves moretones. Ninguno reaccionaba y no llevaban puesto el cinturón de seguridad, ya no.
—¡Dioney! ¡Froilán! —Escuchó a lo lejos.
Yuli y Lulú las habían alcanzado.
El rostro desencajado de Frey le alertó a Yuliana la gravedad del asunto. Cuando llegó, lo primero que intentó fue abrir la puerta y sacar a su hermano y primo de ahí, pero una persona de los que se acercaron a auxiliar la detuvo.
—No lo haga señorita —le dijo— podría ser peligroso moverlos en ese estado. Llamé a la ambulancia, viene en camino.
—Gracias —soltó aturdida en un susurro, apenas audible.
Yuliana también estaba en shock, ni su primo ni su hermano se veían bien, jamás pensó verlos de ese modo y no solo le dolía, le aterraba que fuese aún más grave.
—Yul —llamó Lulú— ¿Van a estar bien? ¿Qué tienen?
—Si lo estarán —respondió su hermana mayor en el lugar de su prima— ellos son fuertes.
—No lo sé, solo vi cómo se alejaron, pero...
—¡Pero que!
—Froilán se veía asustado, golpeaba el vidrio, al parecer no podían salir. No hay conductor, solo son ellos dos en sus respectivos lugares.
—Es cierto —añadió Luyana—, yo lo vi primero.
—No se movieron de sus asientos —conjeturó Yuliana regresando su mirada a sus primos— como si el cinturón lo trajeran puesto
—Pero no lo traen —señaló Frey.
—La ambulancia está llegando —dijo una señora acercándose a las chicas.
Era verdad, el sonido de la sirena se oía cada vez más cerca, pero las tres en su estado no habían alcanzado a oírla desde lejos.
Ellas se hicieron a un lado y dejaron a los paramédicos de la Cruz Roja hacer su labor.
Las chicas se limitaron a observar como trabajaban para sacar a sus primos de ahí. Describir la reacción dolorosa de sus rostros es mínimo comparado con el miedo y la desesperación que sentían en ese momento.
Pese a todo y observar los semblantes de su prima y hermana, Lulú no lograba comprender lo sucedido. No alcanzaba a ver a los chicos, pero veía sangre y vidrios rotos a su alrededor, símbolo de que era malo.
Y, sin embargo, desde que su hermana había echado a correr en aquella gasolinera, tenía el constante sentimiento que alguien los vigilaba, alguien los observaba, alguien los seguía... Miró su espalda, entre la maleza vio algo moverse.
—Quédate aquí —le dijo su hermana mayor al percatarse que veía por detrás de ella—, no me sueltes.
Volvió su mirada al frente, Yuliana hablaba con los paramédicos y un oficial. Podía notar como las veía de reojo y lo pálida que lucía. Frey se daba cuenta de que jamás había visto a Yul tan desesperada en la vida, ni siquiera aun de lo sucedido hace dos años. Estaba de verdad aterrada, las tres lo estaban.
Aunque Frey se sentía preocupada intentaba mantener un semblante tranquilo para su hermana, sin embargo, esta podía notar la manera agitada en que respiraba y al igual que soportaba las ganas de llorar mientras la sostenía con fuerza de la mano.
De pronto, tanto Lulú como Frey sintieron oscurecer todo a su alrededor. Las niñas dejaron de oír el bullicio, a la patrulla, la ambulancia, la gente; a su vista el lugar se volvió negro y silencioso. Frey se sintió aturdida y perdió la realidad en sí.
Frente a ella, a lo lejos vislumbró una sombra, se diferenciaba de la oscuridad por ser más nítida que el resto del espacio que las rodeaba. Aunque Frey, no pudo identificar con exactitud la sombra del sujeto, pronto todo espejismo que la abrazaba desapareció y la regresó a su triste realidad. A la escena que la estaba aquejando.
Volvió a ver y oír a la gente de los alrededores que se habían acercado al accidente, pudo oír a los paramédicos hablando entre ellos mientras planeaban como subir a los niños a la ambulancia, escuchó a las sirenas y vio las luces de estas. Volvió a oír a su prima a unos metros de ella, soportando las ganas de llorar frente a los oficiales.
Regreso en sí, sacudió la cabeza y miró a su costado para saber si su hermana había pasado por lo mismo, pero no la encontró.
Los ojos de Frey se ensancharon. Su puño aún lo tenía cerrado, aún permanecía en ella la sensación de la mano de su hermana con la suya. Aún sentía que hasta hace un momento estaban juntas, pero no era así.
No entendía que sucedía, asustada giró a todos lados e inspeccionó desesperada con la vista, trato de recordar cómo iba vestida: las gafas de sol, fue lo primero que le cruzó por la mente.
Buscó una cabecita con gafas de sol y dos coletas, pero no estaba.
—¿Lulú? —llamó Frey, no hubo respuesta— ¡¿Luyana?! —intentó de nuevo y nada.
Le gritó un par de veces más, al tiempo que buscaba con la vista, pero no la veía por ninguna parte. Una persona de las que aún auxiliaba se acercó a Frey.
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Editado: 16.10.2021