Crónicas del Quinto Sol: La diosa negra

33. Confesión

—Parece que no nos persiguen —dijo Froilán.

—Lo cual tampoco es bueno —respondió su prima—. Algo me dice que nos tienen como quieren ¿De qué manera te explicas que nos hayan dejado ir?

—Debe ser porque ella sabe dónde estamos —respondió Lulú.

—¿Cómo es ella? —preguntó Dioney.

—Negra, grande y tiene alas oscuras de mariposa.

—¡Es Itzpapalotl, la Mariposa de Obsidiana! —exclamó Cristian.

Acto seguido se quitó la mochila y empezó a buscar algo, los demás continuaron con la conversación.

—Nila y Lluvia le llaman; mi Señora y le tienen mucho respeto —agregó Lulú—. Nos quiere a los cinco y puede sentirnos, así como nosotros lo hacemos. También nos tiene bajo su control.

—¿Cómo puede hacer eso? —preguntó Yul.

—Las piedras... —expresó Cris mientras sacaba de su mochila el collar de Frey.

Todos voltearon a verlo, enseguida comprendieron el peligro al que estaban expuestos.

—Nila dijo "tráeme la piedra restante" —recordó Dioney.

—Y el collar de Frey es la faltante —completó Froilán.

—¡Hay que buscarla! —pidió Kou.

—Antes tenemos que encontrar el jarrón —intervino Yul.

Kou no daba crédito a lo que la chica decía y al parecer no era el único, Froilán también se sentía consternado. Miró a Yul y notó que ella conocía más, puesto que su rostro no lucía sorprendido.

—¿Hay algo que quieras contarnos? —confrontó el chico.

—No —sentenció Yul—. Encontremos el jarrón y después buscamos a Frey.

—¿Es más importante que tu prima? —atacó Kou.

Froilán se sorprendió por la tenacidad del niño, pero estaba de acuerdo con él.

—Es cierto, primero hay que buscar a Frey —dijo.

—No podremos salvarla sin el jarrón —insistió Yul—. Es la única forma de derrotarla, tal como paso hace quinientos años.

Dioney solía estar de acuerdo con su hermana, pero Kou tenía un punto a favor; Frey era más importante.

—Debe haber otra manera de vencerla —dijo este.

—¡No la hay! —gruñó Yul.

Sus acompañantes la vieron con expresiones incrédulas. ¿Por qué no quería buscar a su prima?

 

***

 

Frey cayó en un profundo sueño o al menos así lo había sentido cuando despertó. Abrió los ojos con lentitud, una habitación fría y poco iluminada la rodeaba. Se levantó despacio. Miró a su alrededor, parecía una sala.

Un escalofrío la recorrió, no veía a nadie. Uno de los sillones tenía una gran sombra oscura. Esta vez Frey enfocó su vista, la silueta era de alguien sentado.

—¿Quién eres? —preguntó hostil.

—Eres su descendiente —dijo la sombra, dueña de la voz misteriosa.

—¿Qué?

—Tengo entendido que no todos sobrevivieron. Algunos descendientes murieron en las guerras que azotaron este territorio. Otros abandonaron su responsabilidad. Tú y tus primos son muy valientes, aunque me intriga: ¿Por qué cinco?

Frey no entendía nada, aún yacía sentada en el suelo. La sombra se levantó y comenzó a caminar rodeando a la niña. Esta ocultó una mano, intentó tomar una navaja para defenderse de ser necesario.

—¿Quién eres? —volvió a preguntar la niña.

—Dime tú, descendiente de Ahuic ¿Qué conoces sobre los dones que te confirieron?

Frey enmudeció al no saber qué responder.

—Los dioses me escogieron —contestó la niña sin estar segura.

El ente empezó a reír. Frey no se movió, se sentía débil.

—Quiero contarte una historia —comenzó a decir la sombra, al acercarse, la niña pudo percibir sus alas negras cuál obsidiana—, sobre algo que sucedió hace más de quinientos años. Mi sueño al igual que el de los humanos, era conquistar la mayor cantidad posible de territorio, pero a la buena no me permitirían, una esclava no tiene muchas posibilidades. Entonces me volví más fuerte que ellos, incluso más que varios dioses y me vengué.

Frey se quedó quieta desde el suelo, escuchó atenta, pero estaba nerviosa. La presencia de ese ser le ponía los vellos de punta y le inquietaba su actuar. Al verlo bien, la silueta era delgada, de una mujer, usaba una gran capucha negra encima y podía ver sus pies descalzos, huesudos y piel pálida. La capa ocultaba su rostro.

—El mundo, nuestras tierras, mis tierras eran muy diferentes a la época actual. Grandes territorios me pertenecían, yo era su tlatoani, única gobernante a la que debían respeto. Mis estrellas de la noche eran mi ejército más fiel y tenía a mi servicio a mis propios emisarios.

La sombra caminó frente a una especie de chimenea y encendió la fogata alzando solo una mano. Frey quedó atónita, se dio cuenta de que era como Dioney y Lulú.

—El mundo entero sería mío. No volvería a ser esclava de nadie —siguió explicando—, todos me obedecerían a mí; La Diosa Negra.

Frey la miró con incredulidad, había dicho ¿Diosa Negra?

—¿Eres Itzpapalotl? —preguntó con cautela, pero segura.

—Aniquilé a pueblos enteros, me deshice de los dioses de la tierra y amenacé a los del inframundo; si intervenían, cerraría las puertas a su reino. Con ayuda de mis Tzitzimimes los pueblos se entregaron uno a uno, ya no existían dioses a los cuales ofrecerles tributo —dijo ignorando a Frey—. Yo misma me había encargado de dormirlos.

» Nadie podía conmigo. Ni siquiera Mictlantecuhtli, señor del inframundo. Lo desaparecí cuando intentó enfrentarse a mí, Mictecacíhuatl en cambio respeto mi lugar como gobernante y no siguió los pasos de su esposo. Y lo mejor, no hubo necesidad de hacerme cargo de Quetzalcóatl porque varios años antes sus hermanos lo alejaron de esta tierra.

 

***

 

—Hermana dame el diario, quiero leer que dice —exigió Dioney.

—No hay otra manera si es lo que quieres saber —contraatacó Yuliana.

Ni Froilán ni Dioney comprendían a su prima, les estaba ocultando información. Kou empezaba a enfurecerse y Cristian se encontraba asombrado por sus reacciones.




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